domingo, 3 de marzo de 2013

Homilía


La necesidad laboral de obtener resultados rápidos y eficaces impide a nuestra sociedad realizar proyectos de largo alcance. Se busca la eficacia inmediata, el impacto, la novedad. Por eso nuestro mundo es un devorador insaciable de noticias, que marcan a la persona mientras dura la impresión. Después se tiende un tupido manto de olvido.
Crece por otro lado cada año la dificultad de encontrar motivaciones profundas para ciertos temas que cuesta abordar; por ejemplo: la educación.

Hacer personas, educar personas requiere una paciencia infinita y aguantar carros y carretas, porque los educadores apenas hallan comprensión y ayuda en los padres, que, o se desentienden en su mayoría o apoyan las indisciplinas de sus hijos por un mal entendido compañerismo y cercanía. El educador se siente sólo, abandonado y termina perdiendo la paciencia. Cuando los procesos educativos se detienen, la persona queda atrapada en las redes de los caprichos y de los intereses creados. De esta manera es difícil plantear alternativas para que la sociedad progrese solidariamente.

Los proyectos por sí mismos no bastan ni transforman, si las personas no se preparan adecuadamente para realizarlos. Aumenta así la irresponsabilidad, las reclamaciones sin medida, las presiones, la intolerancia y la despreocupación por los proyectos comunes.

Las lecturas de hoy nos hablan de que Dios tiene un proyecto para cada uno de nosotros, nos ha sembrado como si fuéramos una higuera. Nos ha ido cuidando, abonando y contribuyendo a nuestro desarrollo.
Pero llega un momento que la higuera, alimentada con tanto cuidado, debe responder a las expectativas de Dios. Y la higuera ha sido plantada para dar higos; no para alimentarse estérilmente de la fuerza de la tierra.

La parábola de la higuera nos muestra la paciencia de Dios con cada uno de nosotros. Año tras año aguarda nuestra fecundidad y volvemos a fallar. A pesar de todo continúa dándonos nuevas oportunidades.

Y esta cuaresma es otro momento especial de gracia que Dios nos brinda para comprender y valorar su proyecto, para ponernos desinteresadamente en sus manos.
Moisés creía haber encontrado definitivamente acomodo en casa de su suegro Jetró como pastor de ovejas, llevando una vida pacífica y tranquila. Se equivocaba.
Dios tenía otro proyecto sobre El; un proyecto grandioso y comprometedor: liberar a su pueblo de la esclavitud y guiarlo hacia la Tierra Prometida.
Hemos sido llamados para vivir con El y envolvernos en su zarza ardiente, pero dando alas al futuro. Lo pasado es imitable, pero no repetible. Fue eficaz y sirvió para los hombres y mujeres de su tiempo, pero el tiempo actual es el nuestro, con sus pasos de libertad y sus luchas contra la esclavitud.

No se alcanzan los fines sin medios, ni proyectos sin actitudes y sin trabajo; sin esperanza y sin solidaridad; no hay patria, ni pueblos sin personas. Y la persona no es nadie sin alguien que camine a su lado.
Los riesgos del futuro se acentúan cuando volvemos la vista atrás ante las dificultades y nos acordamos de las seguridades de cebollas y ajos que nos permitían comer sin ser libres. El gran enemigo para que los pueblos y cada uno de nosotros se ponga en marcha es el miedo que vive en nosotros y que cultivan los enemigos de la libertad y los interesados en que las cosas continúen como están.

Hoy prevalece un modelo de persona que se mira en el espejo de los éxitos en su trabajo y en sus destacadas remuneraciones económicas. No cabe duda que es un notable empeño, pero no el único. ¿Qué motivación encuentra en la vida el parado, al que se le niega el trabajo, el que teniendo trabajo, se siente mal considerado socialmente, el enfermo o el jubilado y discapacitado que se siente inútil, porque ya no puede lograr objetivos deslumbrantes?
Seamos serios. Los modelos que se nos ofrecen desde los medios de comunicación: artistas, futbolistas, cantantes de renombre, políticos de postín... no destacan precisamente por su altruismo y generosidad. ¿Qué puede decir un futbolista que gana más 3.000 euros diarios por dar patadas a un balón- cuando las da- al padre de familia que debe devanarse cada día los sesos para alimentar a los suyos?
Los sueños del capital- tener dinero para mantener cosas superfluas e innecesarias- se está convirtiendo en una esclavitud. Sacrificamos las relaciones humanas para obtener niveles de comodidad, que no llenan nuestras aspiraciones más profundas y vivimos en desazón permanente.

Dios, sin embargo, nos pide ser responsables de nuestros actos y realizarnos como personas de bien, dando fruto conforme a nuestras capacidades. La vida misma nos va marcando en el día a día la medida de nuestra entrega.

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