domingo, 17 de marzo de 2013

Homilía


El encuentro de Jesús con la mujer adúltera, a quien los santones de su tiempo arrastraban fuera de la ciudad para lapidarla, nos hace ver la actitud farisaica de una sociedad puritana, que no entiende de amor, comprensión, tolerancia y, sobre todo, de perdón. Refugiarse en la muchedumbre para justificar injusticias y atropellos ha sido una constante en las sociedades organizadas de todos los tiempos. Así se ha matado impunemente sin que el dedo acusador caiga sobre nadie en concreto, porque está amparado por la ley. Se condena en otro lo que se tolera consigo mismo.

Hay intereses inconfesables entre los que se prestan a ejercer de verdugos. Como dice el refrán:”a río revuelto, ganancia de pescadores”.
Los fariseos, con el episodio de la mujer adúltera, pretenden tender una trampa a Jesús para que quebrante la ley o vaya contra las tradiciones. En ambos casos hallaban pretexto para condenarle.

Jesús sitúa a sus detractores en el plano de las obras, no de las teorías. Está en juego la vida de una persona, y quiere hacerlos responsables de sus actos. No son mejores que la mujer. Por eso les invita a tirar la primera piedra, si es que carecen de pecado. Nadie se atreve a presentarse como justo.

Cuando se tolera a alguien es porque uno mismo es consciente de su propia limitación y de la multitud de errores que marcan nuestro camino. No se pueden hacer distinciones entre buenos y malos, justos y pecadores, como si tuviéramos la exclusiva del discernimiento. En todo caso podemos señalar actos buenos o malos y, aún así, a menudo nos equivocamos.

Sin embargo, en la sociedad de hoy camuflamos realidades, porque no queremos enfrentarnos a la solución de los problemas o porque nos avergonzamos de llamar a las cosas por su nombre. Preferimos utilizar eufemismos que esconden las mismas actitudes farisaicas que denuncia Jesús en el Evangelio: interrupción voluntaria del embarazo, para decir aborto; eutanasia activa, para la supresión del derecho a la vida, pelotazo o tráfico de influencias, para disimular el robo; información privilegiada, para adquirir ventajas en la propiedad y en el pago de la compra realizada antes de que se dispare el precio en el mercado.

Los eufemismos televisivos llegan a la desfachatez de llamar “espacios culturales” a la murmuración sistemática y a la calumnia o, más llanamente, a medir las cotas de audiencia con escándalos que alimentan el morbo e impiden la libre competencia de otros espacios educativos, que son cercenados por el recurso a lo fácil y barato. No se da lugar a la libre elección del espectador, porque parece que las cadenas se han puesto previamente de acuerdo. En todos hay un denominador común: la explotación económica.

Démonos todos por aludidos y enfrentémonos a nuestra conciencia.
Somos pecadores necesitados de perdón y de oportunidades para, como la mujer adúltera, “no pecar más.¿Quién soy yo para acusar a mi hermano?
Necesitamos con urgencia ser más tolerantes y más humildes, mirarnos por dentro y limpiar nuestro interior, pues la mirada del alma refleja el espejo del corazón.

Sabemos las consecuencias del pecado y comprendemos mejor las palabras de Jesús a la mujer:”no peques más en adelante”. Los atropellos a la dignidad personal, amparados por leyes vigentes injustas y discriminatorias hacia la mujer- a los hombres adúlteros no se les condenaba- y las imposiciones sociales por la violencia del terror, debido a fanatismos políticos o religiosos, constituyen el pecado más execrable de la sociedad de hoy. Extirpar este mal entraña riesgos, que provocan nuevas espirales de violencia, pues las posturas se radicalizan mientras no cambie la mentalidad y el corazón de los fanáticos de distintos signos. Nuestra actitud, como la de Jesús, debe ser de condena al pecado y de perdón y regeneración para el pecador que se abre a nuevas oportunidades.

La mujer adúltera somos todos. Por eso, no debemos ponernos del lado de los acusadores, si contamos realmente con el perdón gratuito de Dios, que se olvida de nuestras miserias y nos abre a un futuro de esperanza.
Decía Charles Péguy:” Tan lejos como vaya el hombre, en cualquier terreno, en cualquier oscuridad, siempre habrá una claridad, lucirá una llama, un puntito de llama; siempre lucirá una lámpara, siempre habrá un puntito cocido por el dolor”.

Las estructuras de pecado, que provocan tantas y lacerantes desigualdades, son fermento de guerras y enfrentamientos entre los pueblos.
Tenemos el reto de luchar por erradicarlas. Nunca “tirando la piedra y escondiendo la mano”.Siempre venciendo al mal con el bien, mirando hacia adelante y olvidándonos de lo que queda atrás.
Isaías nos recuerda hoy que, cuando el Señor realiza algo nuevo, no pensemos en lo antiguo, porque El es capaz de abrir nuevos caminos en el desierto de la vida y apagar la sed del corazón, que surge como consecuencia de nuestro pecado. También San Pablo nos exhorta a fijarnos en la nueva vida.
Con esta llamada a la esperanza, a las mismas puertas de otra nueva primavera, sorteamos la parte final de nuestro caminar hacia la Pascua.

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