domingo, 9 de septiembre de 2012

Homilía



La cultura básica empezaba por aprender a leer y escribir. Algo que normalmente se aprende en la escuela.
Ahora no basta con saber leer y escribir. Es necesario dialogar y escuchar, porque nuestro mundo moderno se rige por criterios de comunicación: radio, prensa y tv sobre todo.
La vida es un compromiso cotidiano donde todo se va socializando. Dependemos unos de otros como el engranaje de una máquina. Si un día, por ej, falla la electricidad, medio país se paraliza.
Las exigencias del trabajo, las rivalidades profesionales crean constantes tensiones de inseguridad y antagonismos que dificultan la comunicación en profundidad. Imperan por ello las relaciones superficiales, que no llenan los vacíos del alma.

Por eso la verdadera comunicación nace en la confianza, en la intimidad de una comunión de vida con la persona a quien se quiere, y se consuma en el amor fraterno.
Es fundamental aprender ya desde la escuela a leer y escribir, a escuchar y hablar.

Escuchar es un gesto de deferencia, respeto y consideración a la dignidad del otro, por quien uno se interesa, acercándose a su problema.

Hablar, especialmente cuando se llama a la persona por su propio nombre, es otro gesto de amor, que rescata a la persona del anonimato y la hace sentirse valorada y reconocida.
Cuando dos personas que se quieren dejan de amarse, dejan también de hablarse.
Si transmitimos nuestra vida- y no meras opiniones superficiales, cuentos, fobias, habladurías, prejuicios- ... la comunicación es palabra de honor, que no necesita papeles.


Hoy, Jesús, nos sorprende por sus gestos hacia el sordomudo antes de curarle. Habitualmente Jesús habla al paralítico, al ciego, a la niña enferma, a los leprosos... pero, ¿cómo hablar a un sordomudo?
Lo hará con gestos, metiendo el dedo en su oído y tocando su lengua con saliva. La saliva tiene propiedades curativas. Los perros se lamen las heridas con su saliva. Así, el sordomudo conoce las intenciones de Jesús y recupera el oído y el habla.
Se ha conservado en el evangelio la palabra original aramea “effetá”=ábrete, que se repite actualmente en la celebración del bautismo. El cristiano se abre al don de la escucha y de la Palabra que nos salva y se adentra en el lenguaje profético, que compromete toda su vida con Jesús, en cuyo nombre ha sido ungido con el santo crisma.


El Domingo pasado insistíamos también en este tema, rememorando la “shema”= “escucha, Israel”. Actitud de escucha que se transparenta, no tanto a través de la radio y de la televisión, como en la vida social cotidiana, donde los derechos de los más pobres y humildes permanecen en el anonimato, porque no encuentran la voz que los defienda ni los gestos de una solidaridad encarnada.

Gestos y palabras que resultan tan necesarios cuando los colectivos callan atemorizados por el miedo o sencillamente porque no quieren ver alterada su vida tranquila.

La sola palabra, si no va acompañada de los gestos adecuados que la avalen, puede disiparse como el humo. Ya dice el refrán:”obras son amores y no buenas razones”
El silencio es la respuesta cobarde del espíritu que no quiere involucrarse en las necesidades cotidianas que impliquen compromiso. Es mejor callarse y dejar que los acontecimientos sigan su curso y envolvernos egoístamente en ellos.

No es ésta la actitud de Jesús.
La palabra, la palabra de honor, que otrora era el eje de la galantería y de la caballerosidad, que medía la honradez de la persona, se ha ido desvirtuando por las presiones económicas y los legalismos, que aparecen como fruto de las desconfianzas. Pocos se fían y todo se hace por contratos escritos, como garantía de lo pactado.

Como resultado de estos procesos sociales en las relaciones humanas, los ciudadanos, especialmente los de las grandes ciudades, se convierten en una masa amorfa, que apenas se conoce y se relaciona, porque vivimos en un estado de nerviosismo y agitación permanentes.

Hace unos cuantos años surgía la necesidad de retirarse del bullicio, reposar las ideas y relajar el espíritu. Hoy la soledad se siente en medio del ruido, entre multitudes que van y vienen. No sabes con quién hablar, a no ser que cuentes con un móvil a mano y puedas comunicarte con la persona que deseas. La comunicación se enmarca en un grupo reducido de amigos.
El “shema”, la Palabra de Dios que apunta al corazón del hombre para sacarle de su soledad multitudinaria, sigue intentando abrirse camino entre proliferaciones de palabras huecas y banales.

¡Ojalá que sus gestos salvadores y su voz, que nos invita a la apertura de la mente y del corazón, encuentren en nosotros la adecuada acogida, porque así nos veremos arrastrados, como el sordomudo, a gritar por los caminos lo grande que ha estado el Señor con nosotros y cuán orgullosos nos sentimos de su paso por nuestras vidas!

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