sábado, 21 de enero de 2012

Lecturas




En aquellos días, al volver de su victoria sobre los amalecitas, Da vid se detuvo dos días en Sicelag.
Al tercer día de la muerte de Saúl, llegó uno del ejército con la ropa hecha jirones y polvo en la cabeza; cuando llegó, cayó en tierra, postrándose ante David.
David le preguntó:
-«¿De dónde vienes?»
Respondió:
-«Me he escapado del campamento israelita.»
David dijo:
-«¿Qué ha ocurrido? Cuéntame.»
Él respondió:
-«Pues que la tropa ha huido de la batalla, y ha habido muchas bajas entre la tropa y muchos muertos, y hasta han muerto Saúl y su hijo Jonatán.»
Entonces David agarró sus vestiduras y las rasgó, y sus acompañantes hicieron lo mismo.
Hicieron duelo, lloraron y ayunaron hasta el atardecer por Saúl y por su hijo Jonatán, por el pueblo del Señor, por la casa de Israel, porque hablan muerto a espada. Y dijo David:
«¡Ay, la flor de Israel, herida en tus alturas! ¡Cómo cayeron los valientes!
Saúl y Jonatán, mis amigos queridos, ni vida ni muerte los pudo separar; más ágiles que águilas, más bravos que leones.
Muchachas de Israel, llorad por Saúl, que os vestía de púrpura y de joyas, que enjoyaba con oro vuestros vestidos.
¡Cómo cayeron los valientes en medio del combate! ¡Jonatán, herido en tus alturas!
¡Cómo sufro por ti, Jonatán, hermano mío! ¡Ay, cómo te quería! Tu amor era para mi más maravilloso que el amor de mujeres.
¡Cómo cayeron los valientes, los rayos de la guerra perecieron!»



Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales

Palabra del Señor.

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