domingo, 27 de febrero de 2011

Homilía


LA PROVIDENCIA DE DIOS
Dios nos ama.

A todos nos gusta que nos llamen por nuestro propio nombre, que nos reconozcan, que nos valoren, que nos quieran.
Por eso, el anonimato sistemático, el ninguneo despectivo, el olvido de las personas, como si no existieran, es un mal que afecta a muchos seres de nuestro mal llamado”mundo civilizado”, que acude a mediums, sicólogos, psiquíatras y curanderos para paliar sus carencias sicológicas.

En el fondo falta amor en las relaciones humanas y sobran el materialismo egoísta y los círculos de interés, que marginan a los que nada pueden ofrecer.
Si los más débiles además quedan fuera de los circuitos de producción, la soledad, el abandono y el olvido están servidos.
La familia, en estos casos, suele ser el punto principal y único de apoyo. Y, a veces, éste falla. ¿A quién recurrir entonces?

Sólo queda Dios como recurso.

Y aún algunos se preguntan: ¿Me habrá abandonado Dios? ¿Por qué no me escucha?¿Por qué no me responde?.

Son los gritos de la desesperanza, que sacuden los oídos, conmueven el corazón y llegan hasta Dios.

-“¿Acaso- exclama el profeta Isaías, poniendo en su boca la Palabra de Dios- puede una madre olvidarse de su criatura y no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella te olvide, yo no te olvidaré”

La Providencia de Dios.

Este es el amor de Dios hacia las obras salidas de sus manos. Un amor protector, misericordioso, que vela silenciosamente y deja seguir el curso de la naturaleza según reglas establecidas, que permiten crecer las plantas y que los seres vivos encuentren los alimentos necesarios para su subsistencia y perpetuación.

“Y, si Dios se preocupa- según Jesús- de los gorriones, que se venden por una cantidad insignificante, ¿cómo no se va a preocupar de los hombres?”

Los agobios en la vida suelen venir por perseguir metas inalcanzables o por atropellar las normas. Nadie duda de que el mundo produce alimentos suficientes para nutrir a toda la humanidad. ¿Por qué tanta injusticia y despilfarro por parte de unos pocos y miseria y hambre en la gran mayoría?

Jesús, ya conocía estas discriminaciones y cómo los más poderosos de su tiempo: fuerzas romanas de ocupación, escribas, fariseos, saduceos, herodianos, y publicanos acaparaban más del 80% de la riqueza y sometían a la esclavitud, la mendicidad y el hambre, al resto de sus compatriotas, utilizando para sus fines el mismo nombre de Dios.
Y da un consejo: “Buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura” (Mt. 6,33).

Las políticas de los hombres.

Sus palabras tienen plena vigencia hoy día, cuando los hombres nos lanzamos a la conquista de la añadidura y dejamos la justicia como un elemento ajeno a nosotros y, en cualquier caso, a la decisión de los magistrados y autoridades, a quienes juzgamos según nuestro arbitrio si sus sentencias no son favorables a nuestros intereses.

Los desequilibrios resultantes de estos criterios equivocados nos adentran en un caos de difíciles consecuencias. O compartimos o estamos perdidos. O respetamos la naturaleza y la dignidad de las personas o viviremos en agitación y zozobra constantes.

Los males del hombre nacen por arrogarse prerrogativas divinas y sustituir la Providencia de Dios por políticas oligárquicas.

Leyendo el salmo nos damos cuenta cuánto nos estamos alejando del “sueño de Dios” y nos estamos enfangando hasta el cuello en la polución de atmósferas que hemos ido haciendo irrespirables.

Yo al menos, me siento reconfortado meditando la contemplación del salmista.

No sé si habéis dormido alguna vez en vivac, durante la noche, bajo el manto protector de las estrellas, arrullados por la brisa fresca del verano y escuchando los ecos del bosque. Es maravilloso. Para agradecer a Dios todo el regalo que nos brinda.

Y la vida es un regalo, que por dejadez convertimos en un infierno. Pero, no es esto lo que Dios quiere. Y lo sabemos.

Y sabemos también por experiencia que vale más caer en las manos de Dios, que ama y perdona, que en la ruindad e intransigencia de los hombres.

A fin de cuentas somos sus criaturas, somos sus hijos.

Confiadamente nos dirigimos a él confesando nuestra fe.

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