domingo, 6 de febrero de 2011

Homilía


“NO TE CIERRES A TU PROPIA CARNE”
(Isaías 58,7)

“Un rabí preguntó a sus discípulos.”

¿Cómo puedo señalar el momento en que termina la noche y comienza el día?”. Cuando sea capaz de distinguir desde lejos una palmera de una higuera- agregó uno.
No, no es eso.
Cuando se puede distinguir una oveja de una cabra- entonces cambia la noche al día-dijo otro.
Tampoco es eso- respondió el rabí.
¿Cuándo es ese momento?-preguntaron impacientes los discípulos?
Cuando mires al rostro de un hombre y reconozcas en él al hermano o a la hermana, entonces se ha acabado ya la noche y comienza el día”


Luz y sal

Hoy continuamos con el discurso de Jesús en la montaña, haciendo hincapié en el contraste entre la luz y la oscuridad. El Maestro nos habla de ser luz y sal, de la ciudad edificada sobre un monte, de la lámpara que se coloca en la mesa, de no avergonzarse de las buenas obras. Es una clara alusión a la ciudad de Jerusalén, edificada sobre la colina de Sión, lugar que ilumina a todos los hombres del mundo y que dejará paso a los auténticos depositarios de la luz: los creyentes en el Evangelio.

Hemos vivido un proceso de cambio acelerado en los últimos 25 años, con la pérdida de influencia en Occidente de los valores religiosos y las utopías, que eran el principio orientador de la vida humana. Coexisten diversas doctrinas políticas y religiosas, que no han logrado llenar el vacío dejado por la ausencia de grandes ideales. Nos hemos quedado como a la intemperie, sin un universo de valores que nos protejan y nos orienten.
El “ya te escucharemos mañana” de los atenienses a Pablo en el Areópago de Atenas, es el botón de muestra de una sociedad, consciente de su sabiduría, pero muy pobre de compromisos motrices.

Menos palabreros, más testigos.

Es lo que nos pasa a los cristianos de hoy en los países desarrollados: muchas palabras, pocos hechos; muchos mensajeros, pocos testigos. Lo único que sirve hoy para diferenciar la noche del día no son los sublimes pensamientos ni las nuevas tecnologías, sino el reconocimiento fraterno hacia los demás, hechos entrega generosa. Esto lo refleja el profeta Isaías con palabras lapidarias:
“Cuando partas tu pan con el hambriento, hospedes a los pobres sin techo, vistas al desnudo y no te cierres a tu propia carne... entonces brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se convertirá en mediodía”

El hambre.

Las informaciones que nos transmiten los periódicos y las imágenes de la tv insisten machaconamente cada día que el problema más grave de la humanidad es el terrorismo. Es grave ciertamente, pero hay otro problema más acuciante, que es el HAMBRE. Para los países instalados en el bienestar no es más que una tragedia estadísticas de millones de seres humanos, pero no hay voluntad política para acabar con él.

El hambre es la forma más radical de la pobreza y el más lacerante de los problemas, que interpela nuestra conciencia humana y cristiana. 1.400 millones de personas viven en esta situación afectadas por otro terrorismo, no menos cruel: el de la esclavitud económica y social.

“Alimenta al que muere de hambre, porque si no lo alimentas, lo matas” Estas palabras de la Gaudium et Spes. nº 69 junto a otras de la Redemptor Hominis, que denuncian las gigantescas inversiones en armamentos, que generan destrucción y muerte y dilapidan los recursos reservados para satisfacer las necesidades más perentorias de la humanidad, siguen actualizando después de muchos años este gravísimo problema.

¿Cuándo lo pondremos coto?

MANOS UNIDAS organización seria, avalada por numerosos años de experiencia y voluntariado fiel a la causa de los pobres, nos invita en esta nueva campaña a compartir.

¿No será ésta la mejor receta para ser feliz?

Quiero leeros, para finalizar, la reflexión del Cardenal John Henry Newman, beatificado hace pocos meses en Londres por el Papa Benedicto XVI, sobre la liturgia de hoy:

Quédate conmigo, Señor, y comenzaré a iluminar, como tú iluminas; comenzaré a dar luz de tal forma que pueda ser luz para los otros; señor Jesucristo, la luz será toda tuya; nada de ella será mía.
Ningún mérito es mío; tú te mostrarás a través de mí a los otros.
Haz que yo te glorifique, como te agrada a ti, dando luz a todos los que están a mi alrededor.
Dales luz, así como también a mí; ilumínalos conmigo y a través de mí. Haz que predique, sin predicar; no mediante palabras, sino por medio de mi vida, mediante la fuerza oculta y el influjo acogedor de mi quehacer”.

¡Santo y feliz Domingo!

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