JUAN, EL DISCIPULO AMADO
(3ª Parte de 6)
Efeso
"Después de esto, entramos a Mareotis en busca de pan y agua y allí comimos y bebimos. Posteriormente tomamos el camino a Efeso y una vez allí, nos quedamos en un sitio llamado "el lugar de Artemida." Cerca de él quedaba la residencia del principal de la ciudad, Dioscoridas. Juan entonces me dijo: ‘Procuró, hijo mío, por ahora que no sepan los habitantes de esta ciudad quienes somos o qué hacemos, hasta que Dios se nos revele a nosotros para que podamos proseguir abiertamente.’ En eso se nos acercó una corpulenta mujer, quien al parecer era la encargada de los baños.
Por su obesidad no tenía descendencia, igual que la mula estéril. Debido a su fuerza, esta mujer estaba acostumbrada a maltratar a sus sirvientes en la casa de baños y los golpeaba con sus manos; por eso, nadie se atrevía a relajarse en sus obligaciones por temor a ella. Se decía de ella que en la guerra solía arrojar piedras sin fallar un solo blanco. Uno podría pensar que por su apariencia física ella tendría que ser sencilla; pero era todo lo contrario. Cambiaba su apariencia con cosméticos y se pintaba las cejas. Tan exagerado era esto que para algunos ella era agradable; pero para el observador de mayor discernimiento uno de sus ojos parecía repugnante y el otro daba la impresión de incitar a la licencia. Esta mujer se llamaba Romana.
"Al salir de la casa de baños, ella observó nuestra apariencia humilde y se acercó a nosotros a donde estábamos sentados, pensando entre tanto dentro de sí: ‘Estos forasteros necesitan comida. Quizá me puedan ser útiles en la casa de baños y no exigir una buena paga; y por miedo a mí no serán descuidados en su trabajo.’ Primero le habló a Juan, diciéndole: ‘¿De dónde eres tú?’ Juan le respondió: ‘Soy de un país extraño.’ Romana continuó: ‘¿De cuál?’ y él le respondió: ‘De Judea. Ella insistió: ‘¿Cuál es tu religión?’ el Apóstol le replicó: ‘Mis raíces son del judaísmo, pero yo soy por la gracia un cristiano y he pasado por un naufragio.’ Entonces romana preguntó: ‘¿Quieres emplearte para mantener el fuego en el baño público? A cambio, te daré comida y algo para tus necesidades del cuerpo.’ Juan le respondió: ‘Puedo hacerlo.’ la mujer entonces se dirigió a mí, preguntándome: ‘¿Y tú de dónde eres?’ Pero Juan respondió por mí: ‘El es mi hermano.’ Entonces romana dijo: ‘Puedo emplearlo también a él. Necesito un ayudante para que lleve agua a los bañistas.’ Por lo tanto, ella os daba el alimento diario, como unas dos libras de pan, y el dinero para el resto de nuestras necesidades.
Luego de cuatro días de trabajo en la casa, Juan, como no tenía experiencia en el trabajo, se quedó quieto pensando al lado del horno, momento en que entró Romana. Cuando ésta vio a Juan parado, le dio un golpe tan fuerte que él cayó sin sentido a tierra. Ella le gritó: ‘Fugitivo, desterrado, embustero, inútil.’ Si no eres capaz, ¿por qué aceptas el trabajo? Pondré fin a tu engaño. Tú viniste a trabajar para romana, cuya reputación se escucha en Roma. Tú eres mi sirviente, buscapleitos, y no podrás irte de aquí; porque si lo haces, te buscaré en todo lugar y, cuanto te encuentre, te mataré. Cuando comes y bebes te pones alegre; pero cuando vienes a trabajar te dejas vencer por la pereza. Cambia mejor tus costumbres, malvado, porque tú eres el sirviente de Romana.’
Cuando se marchó romana de la casa de baños y se fue a su casa, yo me puse muy desconsolado y preocupado después de escuchar todo y presenciar los golpes que ella le dio, a pesar que no eran muchos días que estábamos en el trabajo. No le revelé mis pensamientos a Juan; sin embargo, por la gracia del Espíritu Santo, él se dio cuenta de mi aflicción y me dijo: ‘Procuró, hijo mío, tú sabes del terrible naufragio que nos ocurrió por haber vacilado en mis pensamientos en Jerusalén; y no sólo por esto, sino por otros pecados que cometí sin saber. Seguramente por esta razón pasé cuarenta días en el mar, hasta que a Dios le agradó que yo fuese arrojado a tierra seca. ¿Y ahora te sientes apenado y pierdes la esperanza por la insignificante tentación de una mujer tonta y por sus indolentes amenazas? Ve a trabajar en lo que te has comprometido y se aplicado; porque nuestro Señor y Creador Jesucristo fue golpeado, abofeteado, azotado y crucificado por aquellos a quienes el creó. Que esto nos sirva de ejemplo como acicate para tener siempre buena voluntad; porque él nos dijo: ‘En vuestra paciencia posean vuestra alma.’ Al hablarme así Juan, yo me fui para cumplir con la tarea asignada por romana.
"Al día siguiente, muy temprano por la mañana, Romana vino de nuevo y le dijo a Juan: ‘Si necesitas más comida, pídemelo y yo te lo daré; sólo ten cuidado en tu trabajo.’ Juan le replicó: ‘La comida y demás provisiones nos bastan; y prestaré atención a mi trabajo.’ Entonces ella le preguntó: ‘¿Por qué todos te acusan de ser incompetente en tu trabajo?’ Juan le respondió: ‘Al comienzo cometía errores, pero con el paso de sólo un corto tiempo, verás que soy bueno; porque todas las artes son un poco difíciles para los aprendices.’ Entonces ella se fue a su casa. Sin embargo, se presentó un malvado demonio con apariencia de Romana y le dijo a Juan: ‘¡Otra vez te castigaré, fugitivo, porque mi trabajo lo has puesto de cabeza! ¡No puedo soportarte más! ¡Haz fuego en el horno para echarte allí dentro! ¡No quiero verte más! ¡Parte y aléjate de aquí, detestable conspirador, y llévate contigo a tu instigador! ¡Regresa a tu casa de donde te echaron por tus malas acciones! Entonces el demonio agarró uno de los hierros del horno y con él amenazó a Juan, diciendo: ‘¡Te voy a matar, perverso! ¡Aléjate de aquí! ¡No te quiero más a mi servicio! ¡Parte o te golpearé hasta matarte!’ Por la gracia del Espíritu Santo, Juan sabía que las palabras y acciones eran del demonio que moraba en esa casa de baños. Por lo tanto, él invocó el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y expulsó al demonio.
"Al día siguiente, Romana vino a la casa de baños y le dijo a Juan: ‘Se siguen quejando de ti de que no eres cuidadoso en tu trabajo. Lo haces a propósito, porque buscas un pretexto para que te despida. Pero eso no va a suceder, ni ahora ni después; porque después que te castigue, quedarás inútil. A esto Juan no pronunció ni una sola palabra. Ella observaba su paciencia, humildad y comportamiento tranquilo y pensó que se trataba de un campesino falto de educación. Para ponerlo más a prueba, ella le habló con aspereza y con amenazas, diciendo: ‘¿No eres mi sirviente, malévolo?’ Juan le respondió: ‘Sí, somos tus sirvientes, yo, Juan el fogonero, y Procuró, el encargado del agua.’
"Romana tenía un amigo abogado, al cual pidió su opinión legal y le dijo una mentira: ‘Mis padres al morir me dejaron dos esclavos que, luego de varios años, se escaparon de mi casa. Entonces yo destruí los certificados de compra de ellos. Pero ellos han regresado a mi casa y reconocen ser mis esclavos. ¿Se puede obtener un duplicado de estos papeles de propiedad?’ el abogado le contestó: ‘Si ellos lo admiten ante tres testigos honorables que alguna vez fueron tus esclavos, es posible hacer nuevos papeles.’ Mediante el Espíritu Santo, Juan se enteró de toda esta trama y me dijo: ‘Procuró, hijo mío, romana trata de hacer una confirmación de que nosotros somos sus esclavos; por eso ha ido a ver a un abogado para tratar el asunto. Este ha consentido en todo lo que ella le ha dicho. Ahora ella está buscando tres testigos que confirmen que nosotros somos sus esclavos.
Pero que no entre tristeza a tu corazón, sino más bien regocijo; porque a través de esto nuestro Señor Jesucristo revelará rápidamente todo a esta mujer, en cuanto a quiénes somos.’ En ese momento entró Romana a la casa y, tomando a Juan por el brazo, comenzó a darle una andanada de golpes por todos lados, diciéndole: ‘¡Perverso sirviente, fugitivo! Cuando tu ama entre, tú debes saludarla y hacerle reverencia. Tal vez estás imaginando que eres una persona libre. Para que sepas, tú eres un esclavo de Romana.’ Y de nuevo comenzó a abofetearlo para amedrentarlo, diciéndole: ‘Tú no eres mi siervo, fugitivo.’ y Juan le dijo: ‘Pero tú dijiste otra cosa, que nosotros somos tus sirvientes. Yo soy Juan, el fogonero, y éste es Procuró, el encargado del agua.’ Romana le preguntó: ‘¿De quiénes vosotros sois sirvientes, perversos?’ Juan le contestó: ‘De quién tú quieras que digamos.’ Ella le replicó: ‘Vosotros sois míos.’
Juan entonces le dijo: ‘Por escrito o no, reconocemos que nosotros somos tus sirvientes.’ Entonces ella rápidamente dijo: ‘Esto quiero hacerlo por escrito ante tres testigos. Juan le dijo: ‘No te demores; permítenos encargarnos del asunto hoy día.’ Entonces ella nos llevó al templo de Artemisa y, en presencia de los tres testigos, redactó nuestros papeles de venta. Luego regresó a nuestro trabajo.
"Después de esto, entramos a Mareotis en busca de pan y agua y allí comimos y bebimos. Posteriormente tomamos el camino a Efeso y una vez allí, nos quedamos en un sitio llamado "el lugar de Artemida." Cerca de él quedaba la residencia del principal de la ciudad, Dioscoridas. Juan entonces me dijo: ‘Procuró, hijo mío, por ahora que no sepan los habitantes de esta ciudad quienes somos o qué hacemos, hasta que Dios se nos revele a nosotros para que podamos proseguir abiertamente.’ En eso se nos acercó una corpulenta mujer, quien al parecer era la encargada de los baños.
Por su obesidad no tenía descendencia, igual que la mula estéril. Debido a su fuerza, esta mujer estaba acostumbrada a maltratar a sus sirvientes en la casa de baños y los golpeaba con sus manos; por eso, nadie se atrevía a relajarse en sus obligaciones por temor a ella. Se decía de ella que en la guerra solía arrojar piedras sin fallar un solo blanco. Uno podría pensar que por su apariencia física ella tendría que ser sencilla; pero era todo lo contrario. Cambiaba su apariencia con cosméticos y se pintaba las cejas. Tan exagerado era esto que para algunos ella era agradable; pero para el observador de mayor discernimiento uno de sus ojos parecía repugnante y el otro daba la impresión de incitar a la licencia. Esta mujer se llamaba Romana.
"Al salir de la casa de baños, ella observó nuestra apariencia humilde y se acercó a nosotros a donde estábamos sentados, pensando entre tanto dentro de sí: ‘Estos forasteros necesitan comida. Quizá me puedan ser útiles en la casa de baños y no exigir una buena paga; y por miedo a mí no serán descuidados en su trabajo.’ Primero le habló a Juan, diciéndole: ‘¿De dónde eres tú?’ Juan le respondió: ‘Soy de un país extraño.’ Romana continuó: ‘¿De cuál?’ y él le respondió: ‘De Judea. Ella insistió: ‘¿Cuál es tu religión?’ el Apóstol le replicó: ‘Mis raíces son del judaísmo, pero yo soy por la gracia un cristiano y he pasado por un naufragio.’ Entonces romana preguntó: ‘¿Quieres emplearte para mantener el fuego en el baño público? A cambio, te daré comida y algo para tus necesidades del cuerpo.’ Juan le respondió: ‘Puedo hacerlo.’ la mujer entonces se dirigió a mí, preguntándome: ‘¿Y tú de dónde eres?’ Pero Juan respondió por mí: ‘El es mi hermano.’ Entonces romana dijo: ‘Puedo emplearlo también a él. Necesito un ayudante para que lleve agua a los bañistas.’ Por lo tanto, ella os daba el alimento diario, como unas dos libras de pan, y el dinero para el resto de nuestras necesidades.
Luego de cuatro días de trabajo en la casa, Juan, como no tenía experiencia en el trabajo, se quedó quieto pensando al lado del horno, momento en que entró Romana. Cuando ésta vio a Juan parado, le dio un golpe tan fuerte que él cayó sin sentido a tierra. Ella le gritó: ‘Fugitivo, desterrado, embustero, inútil.’ Si no eres capaz, ¿por qué aceptas el trabajo? Pondré fin a tu engaño. Tú viniste a trabajar para romana, cuya reputación se escucha en Roma. Tú eres mi sirviente, buscapleitos, y no podrás irte de aquí; porque si lo haces, te buscaré en todo lugar y, cuanto te encuentre, te mataré. Cuando comes y bebes te pones alegre; pero cuando vienes a trabajar te dejas vencer por la pereza. Cambia mejor tus costumbres, malvado, porque tú eres el sirviente de Romana.’
Cuando se marchó romana de la casa de baños y se fue a su casa, yo me puse muy desconsolado y preocupado después de escuchar todo y presenciar los golpes que ella le dio, a pesar que no eran muchos días que estábamos en el trabajo. No le revelé mis pensamientos a Juan; sin embargo, por la gracia del Espíritu Santo, él se dio cuenta de mi aflicción y me dijo: ‘Procuró, hijo mío, tú sabes del terrible naufragio que nos ocurrió por haber vacilado en mis pensamientos en Jerusalén; y no sólo por esto, sino por otros pecados que cometí sin saber. Seguramente por esta razón pasé cuarenta días en el mar, hasta que a Dios le agradó que yo fuese arrojado a tierra seca. ¿Y ahora te sientes apenado y pierdes la esperanza por la insignificante tentación de una mujer tonta y por sus indolentes amenazas? Ve a trabajar en lo que te has comprometido y se aplicado; porque nuestro Señor y Creador Jesucristo fue golpeado, abofeteado, azotado y crucificado por aquellos a quienes el creó. Que esto nos sirva de ejemplo como acicate para tener siempre buena voluntad; porque él nos dijo: ‘En vuestra paciencia posean vuestra alma.’ Al hablarme así Juan, yo me fui para cumplir con la tarea asignada por romana.
"Al día siguiente, muy temprano por la mañana, Romana vino de nuevo y le dijo a Juan: ‘Si necesitas más comida, pídemelo y yo te lo daré; sólo ten cuidado en tu trabajo.’ Juan le replicó: ‘La comida y demás provisiones nos bastan; y prestaré atención a mi trabajo.’ Entonces ella le preguntó: ‘¿Por qué todos te acusan de ser incompetente en tu trabajo?’ Juan le respondió: ‘Al comienzo cometía errores, pero con el paso de sólo un corto tiempo, verás que soy bueno; porque todas las artes son un poco difíciles para los aprendices.’ Entonces ella se fue a su casa. Sin embargo, se presentó un malvado demonio con apariencia de Romana y le dijo a Juan: ‘¡Otra vez te castigaré, fugitivo, porque mi trabajo lo has puesto de cabeza! ¡No puedo soportarte más! ¡Haz fuego en el horno para echarte allí dentro! ¡No quiero verte más! ¡Parte y aléjate de aquí, detestable conspirador, y llévate contigo a tu instigador! ¡Regresa a tu casa de donde te echaron por tus malas acciones! Entonces el demonio agarró uno de los hierros del horno y con él amenazó a Juan, diciendo: ‘¡Te voy a matar, perverso! ¡Aléjate de aquí! ¡No te quiero más a mi servicio! ¡Parte o te golpearé hasta matarte!’ Por la gracia del Espíritu Santo, Juan sabía que las palabras y acciones eran del demonio que moraba en esa casa de baños. Por lo tanto, él invocó el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y expulsó al demonio.
"Al día siguiente, Romana vino a la casa de baños y le dijo a Juan: ‘Se siguen quejando de ti de que no eres cuidadoso en tu trabajo. Lo haces a propósito, porque buscas un pretexto para que te despida. Pero eso no va a suceder, ni ahora ni después; porque después que te castigue, quedarás inútil. A esto Juan no pronunció ni una sola palabra. Ella observaba su paciencia, humildad y comportamiento tranquilo y pensó que se trataba de un campesino falto de educación. Para ponerlo más a prueba, ella le habló con aspereza y con amenazas, diciendo: ‘¿No eres mi sirviente, malévolo?’ Juan le respondió: ‘Sí, somos tus sirvientes, yo, Juan el fogonero, y Procuró, el encargado del agua.’
"Romana tenía un amigo abogado, al cual pidió su opinión legal y le dijo una mentira: ‘Mis padres al morir me dejaron dos esclavos que, luego de varios años, se escaparon de mi casa. Entonces yo destruí los certificados de compra de ellos. Pero ellos han regresado a mi casa y reconocen ser mis esclavos. ¿Se puede obtener un duplicado de estos papeles de propiedad?’ el abogado le contestó: ‘Si ellos lo admiten ante tres testigos honorables que alguna vez fueron tus esclavos, es posible hacer nuevos papeles.’ Mediante el Espíritu Santo, Juan se enteró de toda esta trama y me dijo: ‘Procuró, hijo mío, romana trata de hacer una confirmación de que nosotros somos sus esclavos; por eso ha ido a ver a un abogado para tratar el asunto. Este ha consentido en todo lo que ella le ha dicho. Ahora ella está buscando tres testigos que confirmen que nosotros somos sus esclavos.
Pero que no entre tristeza a tu corazón, sino más bien regocijo; porque a través de esto nuestro Señor Jesucristo revelará rápidamente todo a esta mujer, en cuanto a quiénes somos.’ En ese momento entró Romana a la casa y, tomando a Juan por el brazo, comenzó a darle una andanada de golpes por todos lados, diciéndole: ‘¡Perverso sirviente, fugitivo! Cuando tu ama entre, tú debes saludarla y hacerle reverencia. Tal vez estás imaginando que eres una persona libre. Para que sepas, tú eres un esclavo de Romana.’ Y de nuevo comenzó a abofetearlo para amedrentarlo, diciéndole: ‘Tú no eres mi siervo, fugitivo.’ y Juan le dijo: ‘Pero tú dijiste otra cosa, que nosotros somos tus sirvientes. Yo soy Juan, el fogonero, y éste es Procuró, el encargado del agua.’ Romana le preguntó: ‘¿De quiénes vosotros sois sirvientes, perversos?’ Juan le contestó: ‘De quién tú quieras que digamos.’ Ella le replicó: ‘Vosotros sois míos.’
Juan entonces le dijo: ‘Por escrito o no, reconocemos que nosotros somos tus sirvientes.’ Entonces ella rápidamente dijo: ‘Esto quiero hacerlo por escrito ante tres testigos. Juan le dijo: ‘No te demores; permítenos encargarnos del asunto hoy día.’ Entonces ella nos llevó al templo de Artemisa y, en presencia de los tres testigos, redactó nuestros papeles de venta. Luego regresó a nuestro trabajo.
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