Fabián, siempre esperaba con gran entusiasmo que llegara el fin de semana. Los viernes, apenas salía del trabajo, iba hasta su casa, preparaba la mochila con las cosas necesarias para acampar y algunos alimentos, medicamentos y ropa que había juntado entre los amigos. Tomaba el autobús hasta la estación, y llegaba con el tiempo justo para subir a la última lancha que lo llevaba hasta el camping. Sábado y domingo se dedicaba a recorrer la zona en un pequeño bote para conversar con las familias y compartir con ellas las cosas que había llevado. Al mismo tiempo, aprovechaba para hacer una lista de necesidades para tratar de resolverlas durante la semana. Ayudaba a los chicos en las tareas -porque muchos de los papás no sabían leer ni escribir- y los alentaba para que no dejaran de estudiar, aunque sabía lo difícil que era para ellos ir todos los días en lancha hasta la escuela.
Feliciano, el administrador del camping ya lo conocía y lo esperaba con un plato de sopa caliente los días de invierno, y una ensalada con algún fiambre cuando hacía calor. Fabián compartía la sencilla comida con él, y después armaba su tienda en el lugar más alejado, cerca del río. Amaba las noches despejadas, para tirarse boca arriba sobre la hierba y contemplar las estrellas. Se pasaba horas enteras contándolas, poniéndoles nombres e imaginando dibujos en el cielo.
Cierta noche estaba así tirado, disfrutando de un cielo maravilloso en el que podía distinguir hasta la estrella menos brillante (esas que no se pueden ver en la ciudad), sin nubes, con la temperatura ideal -ni frío ni calor- cuando, de pronto, le pareció que una estrella se movía. Él había oído muchas veces de estrellas fugaces y, en un primer momento, no se extrañó.
Pero, al seguir mirando descubrió que la estrella parecía dudar. Se movía para un lado y después para el otro. Como si fuera una persona que no sabe si cruzar una calle o no. Se mantuvo en ese juego durante unos minutos. Fabián se fue incorporando de poco a poco hasta quedar de pie, sin poder quitar la vista de esa estrella tan extraña. Quizá no sea una estrella, pensó. ¿Será un OVNI?
Después de unos instantes, la estrella, que realmente parecía dudar, se decidió y se precipitó hacia la tierra. Fabián se dio un gran susto, porque creyó que se le caía encima, y se agachó. Le pareció que había caído muy cerca, detrás de unos árboles.
«No puede ser; las estrella no caen así, debe tratarse de otra cosa; esto es imposible, seguramente es una ilusión óptica por estar fijando tanto tiempo la vista...»
Fabián trataba de convencerse de que no había pasado nada y ni siquiera miraba hacia los árboles donde supuestamente había visto caer la luz. Sin embargo, su curiosidad fue más grande. «Si no fue nada, ¿qué pierdo con ir a ver?», se justificó.
Se dirigió, entonces, hacia ese lugar tratando de no hacer ruido.
Llegó hasta donde había varios árboles caídos que formaban un claro. Entonces, la vio.
No podía creerlo. Se frotaba los ojos, porque creía que estaba soñando; o hipnotizado; o sugestionado... Sentada en un tronco, con la cabeza apoyada en un brazo y una pierna doblada sobre la otra, se encontraba una estrella. Tenía una expresión de gran tristeza y a Fabián le pareció ver una pequeña lágrima que le caía por la mejilla.
Tuvo miedo, pero el temor fue desapareciendo al contemplarla tan desamparada y triste. Se acercó despacito y le dijo:
-Disculpe, no entiendo qué está pasando, pero me da mucha pena verla así. ¿Quién..., o qué es usted? ¿La puedo ayudar en algo?
La estrella levantó los hombros como diciendo que ya nada le importaba y giró hacia el otro lado.
-De verdad señora, no me gusta dejarla aquí sola y tan triste; quizás pueda hacer algo para ayudarla (Fabián apenas se daba cuenta de lo asombroso de la situación. No todos los días se habla con una estrella; pero no le quedaba más remedio que hacerlo).
Después de un rato, la estrella le dijo:
-Te agradezco, pero lo dudo. No creo que nadie pueda ayudarme. ¡Estoy tan cansada! Pero es muy largo de contar. Casi dos mil años de vida no se cuentan en un minuto.
Fabián se sentó en un tronco, a una distancia prudencial y dijo.
-No importa, no tengo nada que hacer. Tengo tiempo para charlar con usted.
La estrella comenzó a hablar lentamente y, en su voz, se percibía una gran tristeza.
-Hace dos mil años me encomendaron una tarea. La más importante, me dijeron. No importa que seas pequeña, ni que no tengas mucho brillo. En el momento oportuno, el brillo te llegará de afuera y llamarás la atención de todos los hombres. Era mi oportunidad. Ya no sería una estrella más; ya no pasaría inadvertida; los hombres me pondrían un nombre y figuraría en los catálogos. Fue así que acepté, y con mi luz señalé el camino a unos sabios hasta el pesebre donde había nacido un pequeño niño.
Desde ese momento, todos los años hago el mismo camino, para que nadie se olvide de ese gran acontecimiento que, según me contaron, cambió la historia de los hombres. Pero, con el paso del tiempo, me di cuenta de que ya no vale la pena; que los hombres no miran hacia el cielo; han perdido sus sueños; se matan en las guerras...
Interrumpió su conversación durante unos segundos y, con la mirada perdida, pareció estar buscando una palabra para completar la frase, un adjetivo para la palabra guerras.
-En guerras. Esta palabra es tan tremenda en sí misma, que no necesita nada que la acompañe. Si dijera en terribles o crueles guerras, alguien podría llegar a pensar que hay guerras que no son terribles o crueles. ¡Se matan entre hermanos! Vi torturas y desapariciones. También vi a mucha gente morirse de hambre, al mismo tiempo que otros despreciaban el plato que le ponían delante. Mujeres golpeadas, sometidas y esclavizadas. Chicos sin escuela y otros que la desaprovechan. Vi gente enriquecerse en forma desmedida y despiadada, mientras otros carecían de lo indispensable. Excluidos en un mundo globalizado; enfermos que podrían curarse; locos abandonados por sus familiares; personas viviendo sin techo; niños mendigando o robando o matando... Niños de la calle asesinados. Violencia engendrada por las desigualdades y por la injusticia.
Los que deberían servir porque tienen el poder, se preocupan por unos pocos.
Yo, que vi nacer al niño de Belén, que escuché lo que predicaba, que lo vi compartir la comida, echar a los mercaderes del templo, lavarles los pies a sus discípulos, creo que ya no tengo nada más que hacer. Los hombres se han olvidado de todo lo que él dijo. Ya no tienen arreglo. Ya no miran el cielo, ¿para qué voy a seguir recorriendo ese camino?
Fabián se había quedado mudo y paralizado. No sabía qué decir ni qué pensar. Todas las ideas se le mezclaban. La estrella parecía tener razón pero, sin embargo, Fabián se revelaba contra esta idea. ¿Ya no hay esperanzas? ¿Ya está todo perdido? No sabía que decir y comenzó a balbucear palabras incoherentes:
-Bueno, no todo es así, puede ser que... Yo creo que podríamos…
La estrella lo interrumpió.Feliciano, el administrador del camping ya lo conocía y lo esperaba con un plato de sopa caliente los días de invierno, y una ensalada con algún fiambre cuando hacía calor. Fabián compartía la sencilla comida con él, y después armaba su tienda en el lugar más alejado, cerca del río. Amaba las noches despejadas, para tirarse boca arriba sobre la hierba y contemplar las estrellas. Se pasaba horas enteras contándolas, poniéndoles nombres e imaginando dibujos en el cielo.
Cierta noche estaba así tirado, disfrutando de un cielo maravilloso en el que podía distinguir hasta la estrella menos brillante (esas que no se pueden ver en la ciudad), sin nubes, con la temperatura ideal -ni frío ni calor- cuando, de pronto, le pareció que una estrella se movía. Él había oído muchas veces de estrellas fugaces y, en un primer momento, no se extrañó.
Pero, al seguir mirando descubrió que la estrella parecía dudar. Se movía para un lado y después para el otro. Como si fuera una persona que no sabe si cruzar una calle o no. Se mantuvo en ese juego durante unos minutos. Fabián se fue incorporando de poco a poco hasta quedar de pie, sin poder quitar la vista de esa estrella tan extraña. Quizá no sea una estrella, pensó. ¿Será un OVNI?
Después de unos instantes, la estrella, que realmente parecía dudar, se decidió y se precipitó hacia la tierra. Fabián se dio un gran susto, porque creyó que se le caía encima, y se agachó. Le pareció que había caído muy cerca, detrás de unos árboles.
«No puede ser; las estrella no caen así, debe tratarse de otra cosa; esto es imposible, seguramente es una ilusión óptica por estar fijando tanto tiempo la vista...»
Fabián trataba de convencerse de que no había pasado nada y ni siquiera miraba hacia los árboles donde supuestamente había visto caer la luz. Sin embargo, su curiosidad fue más grande. «Si no fue nada, ¿qué pierdo con ir a ver?», se justificó.
Se dirigió, entonces, hacia ese lugar tratando de no hacer ruido.
Llegó hasta donde había varios árboles caídos que formaban un claro. Entonces, la vio.
No podía creerlo. Se frotaba los ojos, porque creía que estaba soñando; o hipnotizado; o sugestionado... Sentada en un tronco, con la cabeza apoyada en un brazo y una pierna doblada sobre la otra, se encontraba una estrella. Tenía una expresión de gran tristeza y a Fabián le pareció ver una pequeña lágrima que le caía por la mejilla.
Tuvo miedo, pero el temor fue desapareciendo al contemplarla tan desamparada y triste. Se acercó despacito y le dijo:
-Disculpe, no entiendo qué está pasando, pero me da mucha pena verla así. ¿Quién..., o qué es usted? ¿La puedo ayudar en algo?
La estrella levantó los hombros como diciendo que ya nada le importaba y giró hacia el otro lado.
-De verdad señora, no me gusta dejarla aquí sola y tan triste; quizás pueda hacer algo para ayudarla (Fabián apenas se daba cuenta de lo asombroso de la situación. No todos los días se habla con una estrella; pero no le quedaba más remedio que hacerlo).
Después de un rato, la estrella le dijo:
-Te agradezco, pero lo dudo. No creo que nadie pueda ayudarme. ¡Estoy tan cansada! Pero es muy largo de contar. Casi dos mil años de vida no se cuentan en un minuto.
Fabián se sentó en un tronco, a una distancia prudencial y dijo.
-No importa, no tengo nada que hacer. Tengo tiempo para charlar con usted.
La estrella comenzó a hablar lentamente y, en su voz, se percibía una gran tristeza.
-Hace dos mil años me encomendaron una tarea. La más importante, me dijeron. No importa que seas pequeña, ni que no tengas mucho brillo. En el momento oportuno, el brillo te llegará de afuera y llamarás la atención de todos los hombres. Era mi oportunidad. Ya no sería una estrella más; ya no pasaría inadvertida; los hombres me pondrían un nombre y figuraría en los catálogos. Fue así que acepté, y con mi luz señalé el camino a unos sabios hasta el pesebre donde había nacido un pequeño niño.
Desde ese momento, todos los años hago el mismo camino, para que nadie se olvide de ese gran acontecimiento que, según me contaron, cambió la historia de los hombres. Pero, con el paso del tiempo, me di cuenta de que ya no vale la pena; que los hombres no miran hacia el cielo; han perdido sus sueños; se matan en las guerras...
Interrumpió su conversación durante unos segundos y, con la mirada perdida, pareció estar buscando una palabra para completar la frase, un adjetivo para la palabra guerras.
-En guerras. Esta palabra es tan tremenda en sí misma, que no necesita nada que la acompañe. Si dijera en terribles o crueles guerras, alguien podría llegar a pensar que hay guerras que no son terribles o crueles. ¡Se matan entre hermanos! Vi torturas y desapariciones. También vi a mucha gente morirse de hambre, al mismo tiempo que otros despreciaban el plato que le ponían delante. Mujeres golpeadas, sometidas y esclavizadas. Chicos sin escuela y otros que la desaprovechan. Vi gente enriquecerse en forma desmedida y despiadada, mientras otros carecían de lo indispensable. Excluidos en un mundo globalizado; enfermos que podrían curarse; locos abandonados por sus familiares; personas viviendo sin techo; niños mendigando o robando o matando... Niños de la calle asesinados. Violencia engendrada por las desigualdades y por la injusticia.
Los que deberían servir porque tienen el poder, se preocupan por unos pocos.
Yo, que vi nacer al niño de Belén, que escuché lo que predicaba, que lo vi compartir la comida, echar a los mercaderes del templo, lavarles los pies a sus discípulos, creo que ya no tengo nada más que hacer. Los hombres se han olvidado de todo lo que él dijo. Ya no tienen arreglo. Ya no miran el cielo, ¿para qué voy a seguir recorriendo ese camino?
Fabián se había quedado mudo y paralizado. No sabía qué decir ni qué pensar. Todas las ideas se le mezclaban. La estrella parecía tener razón pero, sin embargo, Fabián se revelaba contra esta idea. ¿Ya no hay esperanzas? ¿Ya está todo perdido? No sabía que decir y comenzó a balbucear palabras incoherentes:
-Bueno, no todo es así, puede ser que... Yo creo que podríamos…
-Está bien, no hace falta que intentes convencerme, yo ya decidí qué hacer. ¿Por qué no me cuentas qué haces tú en este lugar tan apartado y alejado?
Fabián la invitó para que fuera hasta su tienda y la invito a un café. Él se recostó en la hierba y la estrella a su lado. Así, comenzó a contarle a qué se dedicaba y qué hacía los fines de semana en esa isla.
-¡Qué suerte que te encontré!, dijo la estrella cuando Fabián terminó de hablar. Aunque este año no brille para todos, tú tuviste la oportunidad de tenerme bien cerca tuyo. Eres el único que merece verme...
Fabián que había entrado en confianza la interrumpió bruscamente y le dijo:
-Creo que está equivocada. En primer lugar, no soy el único que merece verla; y por otra parte, es cierto que el mundo parece encaminarse hacia la destrucción y que no hay nada que pueda detener lo que está pasando, pero, justamente por eso, creo que tiene que brillar más que antes. Hay muchas personas que sólo miran hacia abajo, que necesitan una luz fuerte para descubrir que pasan cosas más allá de sus narices. ¡Cómo se va a dar por vencida justo ahora que es cuando más la necesitamos!
Muchos hombres no van a reconocer su luz y ni siquiera se van a enterar de que usted hace un recorrido para llamarles la atención, para recordarles un gran acontecimiento, para anunciar que para Dios, los hombres somos importantes, porque él se hizo uno de nosotros. Pero quizás, alguno puede llegar a levantar la vista y verla ¡Aunque más no sea por casualidad! ¿Y a los otros? ¿Quién va a renovarles la esperanza?
Fabián dijo esta última frase gritando. La estrella permaneció callada. En la oscuridad, Fabián no pudo distinguir que esbozaba una sonrisa.
De golpe, sintió algo húmedo en su rostro. Era «Pirata», el perro del administrador del camping que le estaba lamiendo la cara.
-¡Eh, Fabián! ¿Cómo estás? ¿Te pasó algo?, preguntó Feliciano. Me asusté, porque vi una luz y te oí gritar como si estuvieras discutiendo con alguien. Pensé que te había pasado algo, pero seguramente te quedaste dormido. Métete dentro de la tienda que te vas a resfriar con el rocío.
Fabián le hizo caso, entró en la tienda, pero tardó en dormirse, porque aunque estaba seguro de que todo había sido un sueño, sentía una extraña sensación.
Pasaron los días y llegó el tiempo de Navidad. Poco antes, Fabián organizó una fiesta con la gente de la isla y unos amigos de la ciudad.
Feliciano prestó el camping y prepararon una gran mesa para la fiesta que comenzó temprano por la mañana y duró hasta la tarde. Comieron lo que cada uno había llevado, bailaron y cantaron. Antes de irse, Fabián regaló a cada familia una pequeña estrella de madera para que la colocaran sobre el pesebre.
El 24 a la noche, justo cuando daban las doce, todas las familias de la zona, vieron una gran luz que provenía del pesebre donde estaba la imagen del pequeño bebé.
Esa luz, para sorpresa de todos, venía de la pequeña estrella de madera. En el cielo, también brilló una estrella, aunque ya no señalaba el camino hacia el lugar donde hace dos mil años había estado el niño. En cambio, iluminaba a todos los que, como Fabián, hacen nacer a Dios en medio de los hombres y los conducen hacia él.
Y, para sorpresa de muchos, esa nochebuena, estuvo muy iluminada.
Muchos hombres no van a reconocer su luz y ni siquiera se van a enterar de que usted hace un recorrido para llamarles la atención, para recordarles un gran acontecimiento, para anunciar que para Dios, los hombres somos importantes, porque él se hizo uno de nosotros. Pero quizás, alguno puede llegar a levantar la vista y verla ¡Aunque más no sea por casualidad! ¿Y a los otros? ¿Quién va a renovarles la esperanza?
Fabián dijo esta última frase gritando. La estrella permaneció callada. En la oscuridad, Fabián no pudo distinguir que esbozaba una sonrisa.
De golpe, sintió algo húmedo en su rostro. Era «Pirata», el perro del administrador del camping que le estaba lamiendo la cara.
-¡Eh, Fabián! ¿Cómo estás? ¿Te pasó algo?, preguntó Feliciano. Me asusté, porque vi una luz y te oí gritar como si estuvieras discutiendo con alguien. Pensé que te había pasado algo, pero seguramente te quedaste dormido. Métete dentro de la tienda que te vas a resfriar con el rocío.
Fabián le hizo caso, entró en la tienda, pero tardó en dormirse, porque aunque estaba seguro de que todo había sido un sueño, sentía una extraña sensación.
Pasaron los días y llegó el tiempo de Navidad. Poco antes, Fabián organizó una fiesta con la gente de la isla y unos amigos de la ciudad.
Feliciano prestó el camping y prepararon una gran mesa para la fiesta que comenzó temprano por la mañana y duró hasta la tarde. Comieron lo que cada uno había llevado, bailaron y cantaron. Antes de irse, Fabián regaló a cada familia una pequeña estrella de madera para que la colocaran sobre el pesebre.
El 24 a la noche, justo cuando daban las doce, todas las familias de la zona, vieron una gran luz que provenía del pesebre donde estaba la imagen del pequeño bebé.
Esa luz, para sorpresa de todos, venía de la pequeña estrella de madera. En el cielo, también brilló una estrella, aunque ya no señalaba el camino hacia el lugar donde hace dos mil años había estado el niño. En cambio, iluminaba a todos los que, como Fabián, hacen nacer a Dios en medio de los hombres y los conducen hacia él.
Y, para sorpresa de muchos, esa nochebuena, estuvo muy iluminada.
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