sábado, 25 de abril de 2009

Vía Lucís

5. ESTACIÓN: Cena de Emaús

El Resucitado se manifiesta al partir el pan
Te adoramos, oh Cristo resucitado, y te bendecimos.
Porque con tu Pascua has dado la vida al mundo.


Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron diciendo: "Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída" Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron:"¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: "Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón" Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Del Evangelio Según san Lucas (Lc 24, 28-35)

El Señor entra en la posada. A la apremiante invitación de los dos, se pone a la mesa por primera vez después de la resurrección. Es la primera cena del Jesús terrestre, es la degustación de la eterna cena del Reino. El destino del hombre es la cena, esto es la comunión con Dios y con los hijos de Dios. Los discípulos preparados por el Maestro durante el camino mediante la lectura de la Escritura, abren los ojos en la fracción del pan. La fe completa la apertura del corazón. Es él, el Señor. Emaús es un lento proceso de reconocimiento. Está la guía del Maestro hacia el núcleo de la Palabra. Y luego está el gesto del Maestro, en la actuación de la gran Palabra: la Cena.

El hombre moderno ha multiplicado el enrejado de las comunicaciones, pero no ha abierto las puertas del corazón. En necesario ir a la escuela de Emaús. Todas las veces que abrimos las puertas del corazón a lo diverso, a lo desconocido, al "extraño", encontramos abiertas las puertas del corazón de Dios, el Trascendente. Los dos de Emaús, haciendo un gesto de amor, se preparan a la experiencia suprema del amor: la Cena: se disponen al conocimiento del amor: el reconocimiento. Si los hombres de hoy empiezan de nuevo a amar a los pequeños, los pobres, los lejanos, los oprimidos, todos aquellos que aún siendo del mismo clan, son hijos de Dios aunque todavía desconocidos, solo entonces descubrirán sus ojos vendados. Y verán el amor, os sea, experimentarán al Resucitado, el Dios "en asecho" por todos los caminos.

Alégrate Virgen Madre: Cristo ha resucitado. ¡Aleluya!

Jesucristo resucitado: en tu última Cena de hombre terreno, has indicado en el lavatorio de los pies el único modo de participar en la Eucaristía. En tu primera Cena, como hombre celestial, has querido volver a poner en la hospitalidad del diferente la condición para la comunión contigo. Señor de la gloria, ayúdanos a preparar nuestras celebraciones, lavando los pies cansados de los últimos, acogiendo en el corazón y en las casas "pobres, lisiados, cojos, ciegos" (Lc 14, 13), los necesitados de hoy, que no tienen otro signo de reconocimiento sino el de ser tu viva imagen.

Amén
Oh María. Templo del Espíritu Santo,
Guíanos como testigos del Resucitado
por el camino de la luz

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