En Nagasaki, de Japón, santa Magdalena, virgen y mártir, que, en tiempo del emperador Yemitsu, fue fuerte de ánimo tanto en mantener la fe como en soportar el suplicio de la horca durante trece días.
Era natural de Nagasaki, hija de padres martirizados por la fe. Narran los manuscritos antiguos que era una joven grácil, delicada y hermosa. En su orfandad y siendo muy joven, hizo voto de celibato y prometió a María "que no tendría otra madre más que a ella". En 1624 se encontró con dos agustinos recoletos, Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio, que luego fueron también mártires y beatos. Atraída por la profunda espiritualidad de los dos misioneros, Magdalena se consagró a Dios como terciaria agustina recoleta. Desde entonces, su hábito era el religioso, su única preocupación la oración, la lectura de libros santos y el apostolado. Más tarde se cambia en terciaria dominicana. Colaboró con el misioneros san Jordán Ansalone de San Esteban.
Los tiempos eran muy difíciles y la persecución que se desencadenó contra los cristianos se había convertido en cada vez más sistemática y cruel. Magdalena infundía valor a los cristianos, enseñaba el catecismo a los niños, y pedía limosna para los pobres a los comerciantes portugueses.
En 1629 se refugió en las montañas de Nagasaki, compartiendo los sufrimientos y las angustias de sus compatriotas perseguidos, animándoles a mantenerse fuertes en la fe, exhortándolos a volver al camino correcto cuando, vencidos por la tortura, habían negado a Cristo, visitando a los enfermos, bautizando a las los niños, llevando a todas palabras y gestos de consuelo, pero, llevada por su celo apostólico, se entregó voluntariamente, pero los guardias la mandaron marchar, y ella volvió otra vez, pero esta vez ante los jueces y estos le concedieron lo que pedía y la encerraron en la cárcel de Nagasaki, donde la sometieron a las torturas del agua ingurgitada, cañas afiladas entre las uñas, paseo a caballo por la ciudad, promesas de riquezas y de todas ellas salió victoriosa, hasta que murió después del tormento de la horca y la hoya. En el tormento estuvo 13 días hasta su muerte. Había ido al suplicio con el hábito blanco de terciaria dominica. Los tiranos quemaron su cuerpo y esparcieron sus cenizas en el mar para evitar la veneración de sus reliquias por los cristianos. Fue canonizada con el grupo de san Lorenzo Ruiz, el 18 de octubre de 1987 por el papa san Juan Pablo II.
Era natural de Nagasaki, hija de padres martirizados por la fe. Narran los manuscritos antiguos que era una joven grácil, delicada y hermosa. En su orfandad y siendo muy joven, hizo voto de celibato y prometió a María "que no tendría otra madre más que a ella". En 1624 se encontró con dos agustinos recoletos, Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio, que luego fueron también mártires y beatos. Atraída por la profunda espiritualidad de los dos misioneros, Magdalena se consagró a Dios como terciaria agustina recoleta. Desde entonces, su hábito era el religioso, su única preocupación la oración, la lectura de libros santos y el apostolado. Más tarde se cambia en terciaria dominicana. Colaboró con el misioneros san Jordán Ansalone de San Esteban.
Los tiempos eran muy difíciles y la persecución que se desencadenó contra los cristianos se había convertido en cada vez más sistemática y cruel. Magdalena infundía valor a los cristianos, enseñaba el catecismo a los niños, y pedía limosna para los pobres a los comerciantes portugueses.
En 1629 se refugió en las montañas de Nagasaki, compartiendo los sufrimientos y las angustias de sus compatriotas perseguidos, animándoles a mantenerse fuertes en la fe, exhortándolos a volver al camino correcto cuando, vencidos por la tortura, habían negado a Cristo, visitando a los enfermos, bautizando a las los niños, llevando a todas palabras y gestos de consuelo, pero, llevada por su celo apostólico, se entregó voluntariamente, pero los guardias la mandaron marchar, y ella volvió otra vez, pero esta vez ante los jueces y estos le concedieron lo que pedía y la encerraron en la cárcel de Nagasaki, donde la sometieron a las torturas del agua ingurgitada, cañas afiladas entre las uñas, paseo a caballo por la ciudad, promesas de riquezas y de todas ellas salió victoriosa, hasta que murió después del tormento de la horca y la hoya. En el tormento estuvo 13 días hasta su muerte. Había ido al suplicio con el hábito blanco de terciaria dominica. Los tiranos quemaron su cuerpo y esparcieron sus cenizas en el mar para evitar la veneración de sus reliquias por los cristianos. Fue canonizada con el grupo de san Lorenzo Ruiz, el 18 de octubre de 1987 por el papa san Juan Pablo II.
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