lunes, 2 de diciembre de 2024
Lecturas del 02/12/2024
El Señor congrega a todas las naciones en la paz eterna del Reino de Dios
Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén.
En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor, en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas.
Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob.
Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, la palabra del Señor de Jerusalén». Juzgará entre las naciones, será árbitro de pueblos numerosos.
De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor.
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho». Le contestó: «Voy yo a curarlo».
Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: “Ve”, y va; al otro: “Ven”, y viene; a mi criado: “Haz esto”, y lo hace». Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos».
Palabra del Señor.
02 de Diciembre – Santa Bibiana, Mártir
Los cristianos de los primeros tiempos, como inmensamente mayores fueron las necesidades de la Iglesia, también tuvieron regalos y gracias extraordinarias. A ellos fue concedido a menudo el regalo de los milagros. Por este y porque profesaban la religión católica, que parecía absurda e impracticable a los paganos, fueron creídos brujos y habientes relaciones con los espíritus infernales. Mojados de estas falsas teorías, los paganos atribuyan por tanto a los cristianos cada desgracia privada o pública.
Si fueron derrotados en batalla, si les muriera un hijo u otra persona querida, o si otros fueron impedidos realizar sus deseos, a menudo inicuos, la culpa fue ciertamente de los seguidores de Jesús Cristo.
Fue así que Aproniano, gobernador de Roma, teniendo perdido un ojo en guerra, atribuyó la desgracia a las magias de los cristianos y se propuso de extirpar del imperio a aquellos hombres maléficos.
Entre los mártires más célebres, víctimas del furor y la venganza de Aproniano, fueron S. Bibiana.
Ella fue una virgen nativa de Roma. Su padre Flaviano y su madre Dafrosa, con la hermana Demetria, fueron todos óptimos cristianos. Destapados e imputados como tales, Flaviano fue dimitido por el cargo, y después de haber sido chamuscado en cara con un hierro candente, fue desterrado a Aquapendente, donde pocos días después murió. Dafrosa fue decapitado fuera de la ciudad.
Quedaron Bibiana y Demetria que se animaron recíprocamente y se prepararon al martirio. Los dos paráis, por cinco meses probaron las privaciones y las estrecheces de la cárcel, después de los que Demetria, confesado generosamente la fe de Jesús Cristo, murió a los pies del juez durante el interrogatorio.
Sólo Bibiana quedó: Aproniano viendo que este no cedió a sus lisonjas, se agarró al medio más infame y diabólico. Encerró la casta virgen en la cárcel con cierta Ruffina, mujer malvada y de pésimas costumbres porque la indujera al mal.
La joven pero tuvo la fuerza de resistir y superar esta última y grande prueba y de conservar puro la azucena de la pureza. Airado el gobernador por mucha fortaleza en un joven virgen, la hizo matar con las varas.
Si fueron derrotados en batalla, si les muriera un hijo u otra persona querida, o si otros fueron impedidos realizar sus deseos, a menudo inicuos, la culpa fue ciertamente de los seguidores de Jesús Cristo.
Fue así que Aproniano, gobernador de Roma, teniendo perdido un ojo en guerra, atribuyó la desgracia a las magias de los cristianos y se propuso de extirpar del imperio a aquellos hombres maléficos.
Entre los mártires más célebres, víctimas del furor y la venganza de Aproniano, fueron S. Bibiana.
Ella fue una virgen nativa de Roma. Su padre Flaviano y su madre Dafrosa, con la hermana Demetria, fueron todos óptimos cristianos. Destapados e imputados como tales, Flaviano fue dimitido por el cargo, y después de haber sido chamuscado en cara con un hierro candente, fue desterrado a Aquapendente, donde pocos días después murió. Dafrosa fue decapitado fuera de la ciudad.
Quedaron Bibiana y Demetria que se animaron recíprocamente y se prepararon al martirio. Los dos paráis, por cinco meses probaron las privaciones y las estrecheces de la cárcel, después de los que Demetria, confesado generosamente la fe de Jesús Cristo, murió a los pies del juez durante el interrogatorio.
Sólo Bibiana quedó: Aproniano viendo que este no cedió a sus lisonjas, se agarró al medio más infame y diabólico. Encerró la casta virgen en la cárcel con cierta Ruffina, mujer malvada y de pésimas costumbres porque la indujera al mal.
La joven pero tuvo la fuerza de resistir y superar esta última y grande prueba y de conservar puro la azucena de la pureza. Airado el gobernador por mucha fortaleza en un joven virgen, la hizo matar con las varas.
domingo, 1 de diciembre de 2024
01 de Diciembre 2024 – 1er. DOMINGO DE ADVIENTO - LA EXPECTACIÓN DE DIOS
Dos veces nos presenta la liturgia dominical la perspectiva de los últimos días del mundo: en este primer domingo de Adviento y en el último de Pentecostés. Hoy es el relato más breve de San Lucas, que nos invita a asociar nuestra vida a un comienzo, que ensancha el corazón, no le encoge, y le alegra en vez de hacerle temblar. Las señales en el cielo, la congoja de las gentes en la tierra y el confuso estruendo de las olas en el mar, nos interesan menos que aquel otro espectáculo del Hijo del hombre que viene en la nube con poder grande y majestad. Es una venida lo que la liturgia nos anuncia. Por eso se nos dice a continuación: Levantad vuestras cabezas, porque vuestra redención se acerca. Es preciso levantar las cabezas, mirar hacia la lejanía, otear todos los horizontes. Tan vasta, tan profunda ha de ser nuestra mirada, que debe abarcar toda la corriente de las generaciones humanas. Sólo entonces podrá ser completa. No es posible prescindir del final sombrío. Allá, en la lejanía insondable entre el lúgubre estertor de los siglos, descubrimos al Juez coronado de relámpagos y sentado en la nube. Es la última venida. En el lado opuesto, entre los primeros balbuceos de la Humanidad, vemos avanzar una luz, cada vez más clara, cada vez más amable, hasta que se detiene sobre la roca del portal de Belén. Es la primera venida. Y en el fondo de nuestro ser, si observamos atentamente podemos ver algo que se mueve, que germina, que florece, que fructifica. Es Cristo, que se está formando en nosotros; es la segunda venida. Y estas tres venidas, misteriosamente enlazadas; estas tres venidas, que se explican unas a otras, y se completan, y se iluminan, son las que la sagrada liturgia ofrece a nuestra consideración en este tiempo de Adviento con que empieza el año eclesiástico. «Porque Cristo—dice San Bernardo—vino en la carne y en la flaqueza, viene en el espíritu y en el amor, y vendrá en la gloria y en el poder.»
Eso es lo que significa Adviento: advenimiento. Es un ciclo iluminado por los más bellos resplandores de la esperanza. No poseemos, pero aguardamos; y esto nos llena de alegría. Para nuestros corazones, espoleados siempre por el aguijón del más allá, la esperanza tiene a veces más poesía que la realidad misma. El que siga con atención las fórmulas litúrgicas de estos días que nos separan de la fiesta de Navidad, vivirá horas inenarrables. Como es natural, el sentimiento que embargará su alma, y dominará sus sentidos, y saltará al exterior en expresiones magníficas, es el de la expectación ansiosa, amorosa, ardiente; confiada en unos momentos, y en otros empañada de sombras y nerviosa de inquietudes. Los gritos inflamados con que los santos del Antiguo Testamento suspiraban por la venida del Mesías vuelven a repercutir en nuestros templos. Al oírlos, nuestro espíritu se traslada a edades pretéritas, vive en medio de los grandes patriarcas de vida nómada y pastoril, penetra en los palacios de los reyes de Israel, que se nos presentan como puros símbolos de una realidad superior, y se mezcla con la muchedumbre que hormiguea en los pórticos del templo de Salomón para oír los discursos unas veces terribles, otras consoladores, de los profetas.
Y llegamos a pensar que asistimos a un drama en el cual se juega nuestro propio destino. Y esto es el Adviento, una renovación abreviada, una síntesis de aquellos siglos que precedieron a la venida de Cristo… Cristo es el punto central de la vida del mundo. Su aparición en medio de los tiempos divide la historia de la Humanidad, y a la Humanidad misma, en dos grandes porciones, la que espera y la que posee; cronología sagrada que se impone a la profana, puesto que el correr de los siglos converge en Cristo. El Antiguo Testamento espera y pide; los libros de los hebreos no son más que una urdimbre de anhelos y promesas. Ya entonces el Mesías prometido anima toda la historia del pueblo de Israel, inspira sus empresas, domina su vida. Hasta en el seno del paganismo podemos descubrir de cuando en cuando extrañas iluminaciones, gritos angustiosos, arrancados por el confuso presentimiento de la venida de un Salvador. Esta actitud de los espíritus acentuábase conforme avanzaba el mundo antiguo, y a ella corresponde la idea primordial del Evangelio de San Lucas, escrito por un convertido de la gentilidad, que conocía bien la psicología de sus antiguos correligionarios. El mundo está agotado, se decía, pero no tardará en recobrar su juventud por una revolución inesperada. Agonizaba uno de los grandes ciclos de la vida del Universo; pero la renovación seguiría inmediatamente. Filósofos, sacerdotes y adivinos coincidían en su apreciación del momento. Los discípulos de Platón y de Pitágoras anunciaban su «apocatástasis»: después de la completa evolución de lo uno a lo múltiple, de lo perfecto a lo imperfecto, todo volvería a encontrarse en su posición primera; y con el reino de Saturno—añadían los órficos—se inauguraría de nuevo la edad de oro. San Pablo resumía este estado de agitación, este fermento de inquietud, que penetraba todos los espíritus, en aquella frase famosa de su epístola a los romanos: «Todas las criaturas gimen y están como en dolores de parto»; y éste es el ambiente que inspiraba a Virgilio su égloga cuarta, tan misteriosa, que los críticos aún no se han podido poner de acuerdo sobre quién era aquel Niño prodigioso bajo cuyos auspicios la felicidad volvería al mundo, se borrarían las últimas huellas de nuestro crimen y la tierra quedaría libre de los miedos eternos.
Esta expectación es la que nuestra santa madre la Iglesia quiere despertar en nosotros con la policromía maravillosa de sus textos litúrgicos, llenos de dramatismo, de vida, de colorido, de emoción. No se trata solamente de evocar un episodio o un conjunto de episodios históricos para formar un juego literario, sino más bien de resucitar un estado de alma, de vivir las ansias, de reavivar los anhelos que en el pueblo escogido despertaba la expectación del Mesías. El Adviento no es una simple conmemoración: es el estado normal de todo verdadero cristiano. Lo eterno es siempre actual. La liturgia no se entretiene nunca en evocar recuerdos estériles. Esos suspiros, esas plegarias, esas aspiraciones de los patriarcas y de los profetas, puestos en nuestra boca, lejos de ser una simple repetición de anhelos pretéritos, tienen un valor real, una eficaz influencia sobre el gran acto de la munificencia del Padre celestial al darnos a su Hijo; y son, sobre todo, la condición necesaria de esa otra venida interior que se realiza en cada uno de nosotros: la venida en el espíritu y en el amor. Todos podemos vivir aquella vida de esperanza; «esperar la esperanza bienaventurada», según diría San Pablo; aguardar la luz en medio de las tinieblas, recibir el consuelo en la hora de la incertidumbre, cuando el alma gime y el anhelo brota en ella como una planta estéril; repetir la oración confiada que la Iglesia pone en nuestros labios durante estos días: «Ven, Señor, a visitarnos en la paz, para que nos alegremos delante de Ti con un corazón perfecto.»
El nacimiento de Cristo en la gruta sería inútil sin el nacimiento de Cristo en las almas. Es la profunda teología de San Pablo. Cristo nace en nosotros, se forma, crece; nos revestimos de Cristo; dentro de nosotros se realiza una espiritual y misteriosa reencarnación. Cristo se abrevia, se empárvese para entrar en nosotros y realizar todas las maravillas anunciadas por los profetas, que se resumen en esta palabra de San Juan: «A todos los que le abrieron la puerta les dio poder para ser hechos hijos de Dios, no por vía de la sangre ni por voluntad de la carne, sino por obra de Dios.» Tal es el maravilloso poder de la oración litúrgica. Como por vía de magia, el pasado se hace presente y se llena de una realidad sublime. Recogemos viejas fórmulas, y esas fórmulas tienen todo su sentido, no han perdido ni un átomo de su eficacia. No sólo están cargadas de recuerdos, no sólo están iluminadas de poesía, sino que están llenas de gracia y de fuerza. Son un conjuro que aguarda la respuesta infalible: la evocación, la venida de Dios.
Eso es lo que significa Adviento: advenimiento. Es un ciclo iluminado por los más bellos resplandores de la esperanza. No poseemos, pero aguardamos; y esto nos llena de alegría. Para nuestros corazones, espoleados siempre por el aguijón del más allá, la esperanza tiene a veces más poesía que la realidad misma. El que siga con atención las fórmulas litúrgicas de estos días que nos separan de la fiesta de Navidad, vivirá horas inenarrables. Como es natural, el sentimiento que embargará su alma, y dominará sus sentidos, y saltará al exterior en expresiones magníficas, es el de la expectación ansiosa, amorosa, ardiente; confiada en unos momentos, y en otros empañada de sombras y nerviosa de inquietudes. Los gritos inflamados con que los santos del Antiguo Testamento suspiraban por la venida del Mesías vuelven a repercutir en nuestros templos. Al oírlos, nuestro espíritu se traslada a edades pretéritas, vive en medio de los grandes patriarcas de vida nómada y pastoril, penetra en los palacios de los reyes de Israel, que se nos presentan como puros símbolos de una realidad superior, y se mezcla con la muchedumbre que hormiguea en los pórticos del templo de Salomón para oír los discursos unas veces terribles, otras consoladores, de los profetas.
Y llegamos a pensar que asistimos a un drama en el cual se juega nuestro propio destino. Y esto es el Adviento, una renovación abreviada, una síntesis de aquellos siglos que precedieron a la venida de Cristo… Cristo es el punto central de la vida del mundo. Su aparición en medio de los tiempos divide la historia de la Humanidad, y a la Humanidad misma, en dos grandes porciones, la que espera y la que posee; cronología sagrada que se impone a la profana, puesto que el correr de los siglos converge en Cristo. El Antiguo Testamento espera y pide; los libros de los hebreos no son más que una urdimbre de anhelos y promesas. Ya entonces el Mesías prometido anima toda la historia del pueblo de Israel, inspira sus empresas, domina su vida. Hasta en el seno del paganismo podemos descubrir de cuando en cuando extrañas iluminaciones, gritos angustiosos, arrancados por el confuso presentimiento de la venida de un Salvador. Esta actitud de los espíritus acentuábase conforme avanzaba el mundo antiguo, y a ella corresponde la idea primordial del Evangelio de San Lucas, escrito por un convertido de la gentilidad, que conocía bien la psicología de sus antiguos correligionarios. El mundo está agotado, se decía, pero no tardará en recobrar su juventud por una revolución inesperada. Agonizaba uno de los grandes ciclos de la vida del Universo; pero la renovación seguiría inmediatamente. Filósofos, sacerdotes y adivinos coincidían en su apreciación del momento. Los discípulos de Platón y de Pitágoras anunciaban su «apocatástasis»: después de la completa evolución de lo uno a lo múltiple, de lo perfecto a lo imperfecto, todo volvería a encontrarse en su posición primera; y con el reino de Saturno—añadían los órficos—se inauguraría de nuevo la edad de oro. San Pablo resumía este estado de agitación, este fermento de inquietud, que penetraba todos los espíritus, en aquella frase famosa de su epístola a los romanos: «Todas las criaturas gimen y están como en dolores de parto»; y éste es el ambiente que inspiraba a Virgilio su égloga cuarta, tan misteriosa, que los críticos aún no se han podido poner de acuerdo sobre quién era aquel Niño prodigioso bajo cuyos auspicios la felicidad volvería al mundo, se borrarían las últimas huellas de nuestro crimen y la tierra quedaría libre de los miedos eternos.
Esta expectación es la que nuestra santa madre la Iglesia quiere despertar en nosotros con la policromía maravillosa de sus textos litúrgicos, llenos de dramatismo, de vida, de colorido, de emoción. No se trata solamente de evocar un episodio o un conjunto de episodios históricos para formar un juego literario, sino más bien de resucitar un estado de alma, de vivir las ansias, de reavivar los anhelos que en el pueblo escogido despertaba la expectación del Mesías. El Adviento no es una simple conmemoración: es el estado normal de todo verdadero cristiano. Lo eterno es siempre actual. La liturgia no se entretiene nunca en evocar recuerdos estériles. Esos suspiros, esas plegarias, esas aspiraciones de los patriarcas y de los profetas, puestos en nuestra boca, lejos de ser una simple repetición de anhelos pretéritos, tienen un valor real, una eficaz influencia sobre el gran acto de la munificencia del Padre celestial al darnos a su Hijo; y son, sobre todo, la condición necesaria de esa otra venida interior que se realiza en cada uno de nosotros: la venida en el espíritu y en el amor. Todos podemos vivir aquella vida de esperanza; «esperar la esperanza bienaventurada», según diría San Pablo; aguardar la luz en medio de las tinieblas, recibir el consuelo en la hora de la incertidumbre, cuando el alma gime y el anhelo brota en ella como una planta estéril; repetir la oración confiada que la Iglesia pone en nuestros labios durante estos días: «Ven, Señor, a visitarnos en la paz, para que nos alegremos delante de Ti con un corazón perfecto.»
El nacimiento de Cristo en la gruta sería inútil sin el nacimiento de Cristo en las almas. Es la profunda teología de San Pablo. Cristo nace en nosotros, se forma, crece; nos revestimos de Cristo; dentro de nosotros se realiza una espiritual y misteriosa reencarnación. Cristo se abrevia, se empárvese para entrar en nosotros y realizar todas las maravillas anunciadas por los profetas, que se resumen en esta palabra de San Juan: «A todos los que le abrieron la puerta les dio poder para ser hechos hijos de Dios, no por vía de la sangre ni por voluntad de la carne, sino por obra de Dios.» Tal es el maravilloso poder de la oración litúrgica. Como por vía de magia, el pasado se hace presente y se llena de una realidad sublime. Recogemos viejas fórmulas, y esas fórmulas tienen todo su sentido, no han perdido ni un átomo de su eficacia. No sólo están cargadas de recuerdos, no sólo están iluminadas de poesía, sino que están llenas de gracia y de fuerza. Son un conjuro que aguarda la respuesta infalible: la evocación, la venida de Dios.
Lecturas del 01/12/2024
Ya llegan días ‐oráculo del Señor‐ en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá.
En aquellos días y en aquella hora, suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra.
En aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: “El Señor es nuestra justicia”.
Hermanos:
Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos a vosotros; y que afiance así vuestros corazones, de modo que os presentéis ante Dios, nuestro Padre, santos e irreprochables en le venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos. Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús: ya habéis aprendido de nosotros cómo comportarse para agradar a Dios; pues comportaos así y seguid adelante.
Pues ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».
Palabra del Señor.
01 de Diciembre – Beato Carlos de Foucauld
Carlos de Foucauld es el gran explorador francés que se hizo testigo del Evangelio entre los tuaregs del Sahara. Nace en Strassbourg (Francia) el 15 de setiembre de 1858 en el seno de una familia noble. Su familia le ofrece un ambiente religioso, pero en los centros de estudio encuentra un ambiente neutro, lo que unido a su temperamento inquieto y fogoso y a la falta de una adecuada orientación educativa, determina que viva una juventud extremadamente disoluta. Pierde la fe a los dieciséis años y permanece en estado de indiferencia durante más de doce años. Al llegar la mayoría de edad, entra en posesión de una rica herencia, que dilapida con su vida licenciosa.
En 1878 ingresa en el ejército y marcha como subteniente a África, en la época en que Francia colonizaba Argelia. Se licencia en 1883 para dedicarse a explorar Marruecos, donde realiza un viaje de tres mil kilómetros, disfrazado de rabino judío, fruto del cual resulta un importante estudio geográfico que le vale la medalla de oro de la Sociedad Geográfica.
Su conversión religiosa se produce en 1886. Descubre que la voluntad de Dios es su ingreso en la vida religiosa, y elige la Trapa (orden cisterciense de vida austera), por lo que ingresa en 1890 en la trapa de Nuestra Señora de las Nieves en Francia. Allí conoce la existencia de otra casa de la orden en Akbés, Siria, donde es mayor la pobreza, y pide su traslado, pasando allí seis años. No está satisfecho del todo. A pesar de la vida austera de los monjes, tienen a su servicio labradores pobres de la región, que viven en situación precaria.
En octubre de 1896 sus superiores lo envían a Roma donde estudia teología y, ya a punto de hacer la profesión perpetua, decide dejar la orden. Insatisfecho, busca una vida más auténtica en Nazareth, imitando a Jesús, que pasó allí la mayor parte de su vida con una existencia de obrero, oscura pero redentora. Abandona la orden y se instala en Nazaret como criado de las hermanas clarisas, viviendo en una caseta del huerto y entregándose completamente a la contemplación y a la pobreza. Sueña con compañeros que compartan su vida y redacta la regla de los Hermanitos del Sagrado Corazón de Jesús.
La larga estadía en Nazareth lo empuja a buscar otro sitio más pobre, donde continuar el mismo estilo de vida y donde hacer presente a Jesús por medio de su vida oculta. Para ello en 1901 viaja a Francia para ordenarse sacerdote y decide establecerse en Marruecos, pero ante la imposibilidad de hacerlo, se instala en Beni-Abbés, Argelia, cerca de la frontera con Marruecos. Allí vive su vocación de vida de Nazareth, oculta y pobre, al servicio de los hombres, especialmente de los más necesitados. Pasa largas horas en adoración de la Eucaristía, vive como hermano de todos, acogiendo a pobres y enfermos sin distinción de raza o religión. Desde allí realiza varios viajes por Argelia, siempre en busca de los más pobres.
«Vivió en la pobreza, en la contemplación, en la humildad, testimoniando fraternalmente el amor de Dios entre los cristianos, los judíos y los musulmanes», recuerda el cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, durante la ceremonia de promulgación del decreto de reconocimiento de un milagro atribuido a su intercesión.
Este aspecto de «Hermano Universal» es un aspecto importante de su espiritualidad: una llamada a encarnar el amor y el servicio entre los más humildes y abandonados a través de la amistad y el testimonio silencioso. Este amor, llevado a sus últimas consecuencias, exige compartir la condición social de los más pobres, el trabajo manual, el servicio incondicional. Atraído por el deseo de ponerse en contacto con las tribus tuareg, se establece en 1905 en Tamanrasset, (Hoggar), en pleno corazón del Sahara, como el hermano Marie-Albéric. Los bereberes lo llaman «marabut». Allí lleva una vida semejante a la de Beni-Abbés. Para preparar el camino a futuros misioneros lleva a cabo una serie de estudios lingüísticos de gran calidad científica. Escribe varios libros sobre los tuaregs, en particular una gramática y un diccionario bilingüe francés-tuareg. Surge en torno a él la comunidad de los Hermanitos de Jesús, empeñados en la evangelización de los tuaregs del Sahara.
El 1 de diciembre de 1916, a la edad de 58 años, Carlos muere por un disparo de fusil en el contexto de la Primera Guerra Mundial. Apresado y maniatado por una banda rebelde, un muchacho lo vigila, mientras los demás se dedican al saqueo de su residencia. El vigilante, nervioso al creer que llegan soldados, lo mata de un disparo en la cabeza.
El hermano Charles quería crear una congregación que compartiera su carisma, para lo que escribió diversas reglas, pero no lo logró en vida, excepto una pequeña «Unión de Laicos» que contaba con unas decenas de adscritos en el momento de su muerte.
Más adelante, a partir de 1933, comienzan a constituirse grupos que desean vivir las diversas facetas del carisma del hermano Charles, adoptando diversas formas: congregación religiosa, instituto secular, asociaciones de laicos, asociación de sacerdotes, etc., y subrayando cada uno tal o cual aspecto del carisma. Diez congregaciones religiosas y ocho asociaciones de vida espiritual han surgido de su testimonio. Surgen así los Hermanitos de Jesús, Hermanitas de Jesús, Hermanitos del Evangelio, Hermanitas del Sagrado Corazón, Hermanitas del Evangelio, Hermanitas de Nazareth, etc.; como instituto secular la Fraternidad Jesús Caritas, como laicas consagradas la Fraternidad Charles de Foucauld, como asociación de fieles la Fraternidad Secular Charles de Foucauld, como asociación de sacerdotes diocesanos la Fraternidad Sacerdotal Jesús Caritas, etc.
«La forma en que el hermano Charles de Foucauld imitó a Jesús de Nazareth nos ha seducido», dicen quienes integran la amplia y variada familia espiritual de este pequeño gran hombre del desierto. Hoy son ya once congregaciones religiosas y ocho asociaciones de vida espiritual extendidas por todo el mundo. Fue beatificado el domingo 13 de noviembre en la Basílica de San Pedro del Vaticano.
En 1878 ingresa en el ejército y marcha como subteniente a África, en la época en que Francia colonizaba Argelia. Se licencia en 1883 para dedicarse a explorar Marruecos, donde realiza un viaje de tres mil kilómetros, disfrazado de rabino judío, fruto del cual resulta un importante estudio geográfico que le vale la medalla de oro de la Sociedad Geográfica.
Su conversión religiosa se produce en 1886. Descubre que la voluntad de Dios es su ingreso en la vida religiosa, y elige la Trapa (orden cisterciense de vida austera), por lo que ingresa en 1890 en la trapa de Nuestra Señora de las Nieves en Francia. Allí conoce la existencia de otra casa de la orden en Akbés, Siria, donde es mayor la pobreza, y pide su traslado, pasando allí seis años. No está satisfecho del todo. A pesar de la vida austera de los monjes, tienen a su servicio labradores pobres de la región, que viven en situación precaria.
En octubre de 1896 sus superiores lo envían a Roma donde estudia teología y, ya a punto de hacer la profesión perpetua, decide dejar la orden. Insatisfecho, busca una vida más auténtica en Nazareth, imitando a Jesús, que pasó allí la mayor parte de su vida con una existencia de obrero, oscura pero redentora. Abandona la orden y se instala en Nazaret como criado de las hermanas clarisas, viviendo en una caseta del huerto y entregándose completamente a la contemplación y a la pobreza. Sueña con compañeros que compartan su vida y redacta la regla de los Hermanitos del Sagrado Corazón de Jesús.
La larga estadía en Nazareth lo empuja a buscar otro sitio más pobre, donde continuar el mismo estilo de vida y donde hacer presente a Jesús por medio de su vida oculta. Para ello en 1901 viaja a Francia para ordenarse sacerdote y decide establecerse en Marruecos, pero ante la imposibilidad de hacerlo, se instala en Beni-Abbés, Argelia, cerca de la frontera con Marruecos. Allí vive su vocación de vida de Nazareth, oculta y pobre, al servicio de los hombres, especialmente de los más necesitados. Pasa largas horas en adoración de la Eucaristía, vive como hermano de todos, acogiendo a pobres y enfermos sin distinción de raza o religión. Desde allí realiza varios viajes por Argelia, siempre en busca de los más pobres.
«Vivió en la pobreza, en la contemplación, en la humildad, testimoniando fraternalmente el amor de Dios entre los cristianos, los judíos y los musulmanes», recuerda el cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, durante la ceremonia de promulgación del decreto de reconocimiento de un milagro atribuido a su intercesión.
Este aspecto de «Hermano Universal» es un aspecto importante de su espiritualidad: una llamada a encarnar el amor y el servicio entre los más humildes y abandonados a través de la amistad y el testimonio silencioso. Este amor, llevado a sus últimas consecuencias, exige compartir la condición social de los más pobres, el trabajo manual, el servicio incondicional. Atraído por el deseo de ponerse en contacto con las tribus tuareg, se establece en 1905 en Tamanrasset, (Hoggar), en pleno corazón del Sahara, como el hermano Marie-Albéric. Los bereberes lo llaman «marabut». Allí lleva una vida semejante a la de Beni-Abbés. Para preparar el camino a futuros misioneros lleva a cabo una serie de estudios lingüísticos de gran calidad científica. Escribe varios libros sobre los tuaregs, en particular una gramática y un diccionario bilingüe francés-tuareg. Surge en torno a él la comunidad de los Hermanitos de Jesús, empeñados en la evangelización de los tuaregs del Sahara.
El 1 de diciembre de 1916, a la edad de 58 años, Carlos muere por un disparo de fusil en el contexto de la Primera Guerra Mundial. Apresado y maniatado por una banda rebelde, un muchacho lo vigila, mientras los demás se dedican al saqueo de su residencia. El vigilante, nervioso al creer que llegan soldados, lo mata de un disparo en la cabeza.
El hermano Charles quería crear una congregación que compartiera su carisma, para lo que escribió diversas reglas, pero no lo logró en vida, excepto una pequeña «Unión de Laicos» que contaba con unas decenas de adscritos en el momento de su muerte.
Más adelante, a partir de 1933, comienzan a constituirse grupos que desean vivir las diversas facetas del carisma del hermano Charles, adoptando diversas formas: congregación religiosa, instituto secular, asociaciones de laicos, asociación de sacerdotes, etc., y subrayando cada uno tal o cual aspecto del carisma. Diez congregaciones religiosas y ocho asociaciones de vida espiritual han surgido de su testimonio. Surgen así los Hermanitos de Jesús, Hermanitas de Jesús, Hermanitos del Evangelio, Hermanitas del Sagrado Corazón, Hermanitas del Evangelio, Hermanitas de Nazareth, etc.; como instituto secular la Fraternidad Jesús Caritas, como laicas consagradas la Fraternidad Charles de Foucauld, como asociación de fieles la Fraternidad Secular Charles de Foucauld, como asociación de sacerdotes diocesanos la Fraternidad Sacerdotal Jesús Caritas, etc.
«La forma en que el hermano Charles de Foucauld imitó a Jesús de Nazareth nos ha seducido», dicen quienes integran la amplia y variada familia espiritual de este pequeño gran hombre del desierto. Hoy son ya once congregaciones religiosas y ocho asociaciones de vida espiritual extendidas por todo el mundo. Fue beatificado el domingo 13 de noviembre en la Basílica de San Pedro del Vaticano.
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