martes, 31 de diciembre de 2024

Martes, 31-12-2024 FIN de AÑO Ciclo C

Reflexión del 31/12/2024

Lecturas del 31/12/2024

Lecturas del 31/12/2024
Hijos míos, es la última hora.
Habéis oído que iba a venir un anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que es la última hora.
Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros.
En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis.
Os he escrito, no porque desconozcáis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira viene de la verdad.
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos la recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Palabra del Señor.

31 de Diciembre – San Silvestre I, Papa

El largo pontificado de San Silvestre (del 314 al 335) transcurrió paralelo al gobierno del emperador Constantino, en una época muy importante para la Iglesia que acababa de salir de la clandestinidad y de las persecuciones. Fue en ese período cuando se formó una organización eclesiástica que duraría varios siglos. En esta obra tuvo Constantino un lugar de consideración. Este, efectivamente, era el heredero de la gran tradición romana imperial y por eso se consideraba el legítimo representante de la divinidad (nunca renunció a ostentar el título pagano de "pontifex maximus"), y por tanto del Dios de los cristianos.

Fue él, por tanto, y no el Papa Silvestre, quien convocó en el 314 un sínodo para acabar con el cisma que había estallado en África; y fue también él quien convocó en el 325 el primer concilio ecuménico de la historia, en Nicea (Bitinia), residencia veraniega del emperador.

Al obrar así, Constantino introdujo un método de intromisión del poder civil en los asuntos eclesiásticos que tendría desastrosas consecuencias. Pero por ahora las consecuencias fueron positivas, entre otras cosas por la buena armonía que reinaba entre el Papa Silvestre y Constantino. Este, en efecto, no ahorró sus aprobaciones y sus apoyos aun económicos para la vasta obra de construcción de edificios eclesiásticos.

Precisamente Constantino, en su calidad de "pontifex maximus", fue quien pudo autorizar y consentir el "sacrilegium" de construir una gran basílica en honor de San Pedro sobre la colina Vaticana, después de haber parcialmente destruido o tapado el cementerio pagano, descubierto por las excavaciones ordenadas por Pío XII en 1939. Fue también la colaboración entre el Papa Silvestre y Constantino la que permitió la construcción de otras dos importantes basílicas romanas, una en honor de San Pablo sobre la vía Ostiense, y sobre todo la otra en honor de San Juan.

Inclusive, Constantino quiso manifestar su simpatía por el papa Silvestre dándole su mismo palacio lateranense, que desde entonces y por varios siglos fue la residencia de los Papas.

lunes, 30 de diciembre de 2024

Reflexión del 30/12/2024

Lecturas del 30/12/2024

Os escribo, hijos, porque se os han perdonado vuestros pecados por su nombre.
Os escribo, padres, porque conocéis al que es desde el principio.
Os escribo, jóvenes, porque habéis vencido al Maligno.
Os repito, hijos, porque conocéis al Padre.
Os repito, padres, porque ya conocéis al que existía desde el principio.
Os he escrito, jóvenes, porque sois fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al Maligno.
No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo ‐ la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la arrogancia del dinero ‐, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, y su concupiscencia.
Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, Jesús y sus padres volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, y se llenó de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.

Palabra del Señor.

30 de Diciembre – San Sabino Obispo y mártir

Se lee en la Pasión de san Sabino que en aquellos tiempos, por órdenes del emperador, Venustiano, prefecto de Toscana, hizo comparecer al dicho Sabino, que era obispo de Ass (Italia) y le preguntó:

"Con qué derecho impulsas to al pueblo a abandonar nuestros dioses para entregarse a un hombre muerto?

—Es sabido que Cristo, tras haber sido muerto y enterrado, resu-citó al tercer día, respondió Sabino.

—Puedes escoger entre sacrificar a los dioses o morir en los tormentos, replicó el prefecto; después de lo cual solo to quedara resucitar como Cristo, to maestro."

Venustiano le hizo cortar las manos y luego le envió a prisión. Ahí, Sabino le devolvió la vista a un ciego. Al saber esto, Venustiano, que sufría una enfermedad incurable en los ojos, fue a visitar al prisionero. Este, no contento con curarle los ojos, curó también su alma y la abrió a la fe. Lo bautizó, así como a su mujer y a sus hijos, y encontró asilo en su casa. Apenas Rego a Roma el rumor de estas conversiones, el emperador encargó al tribuno Lucius que fuera a castigar al prefecto de Toscana y acabara con el obispo. Y así fue como Venustiano, su mujer y sus dos hijos fueron decapitados en Asís, y Sabino, que fue llevado a Spoleto, murió azotado.

La Pasión que acabamos de citar es una obra imaginativa que data de los siglos v o VI. Sin embargo, san Sabino es un mártir auténtico; pero nada sabemos de él, ni siquiera si fue obispo de Asís o de alguna otra parte.

domingo, 29 de diciembre de 2024

29 de Diciembre 2024 – SAGRADA FAMILIA

Rápidamente van desfilando, a través de estos primeros días del ciclo litúrgico los sucesos más importantes de la infancia de Jesús: las alegrías de los pastores, la devoción generosa de los Magos, la sangre de la Circuncisión, los sustos y las fatigas del viaje a Egipto, la vida oculta en las cercanías de Heliópolis, y luego, muerto Heredes, el asesino de los Inocentes, la vuelta a la patria. Y ahora se nos presenta el hogar ideal, la casa predestinada donde viven el más feliz de los hombres, la bienaventurada entre las mujeres y el mejor de los hijos. José trabaja, María trabaja también, y «el Niño crece y se robustece lleno de sabiduría, y la gracia de Dios se manifiesta en Él».

Para unos ojos que saben ver, la vida en el interior de una familia, a pesar de su sencillez rutinaria y monótona, es tan interesante, tan rica, tan emocionante, como la vida en el interior de un imperio. Es el misterioso despertar de seres nuevos; un corazón que se asoma por vez primera a la alegría de sentir, al placer de comprender, a la felicidad de amar; dos ojos que se abren, admirativos, llenos de sorpresa y de interrogación, al mundo que le rodea; unos rasgos que se definen, una nueva obra de arte; una voz nueva, que se revela en la primera palabra, espiada con ansiedad y tanto tiempo aguardada, y después los afanes, los temores, las solicitudes del padre; las miradas, los sobresaltos, las alegrías de una madre; los cantos de cuna, los arrullos, los estremecimientos amorosos, saltando al aire en esos gritos, en esas exclamaciones, en esas palabras tiernas y apasionadas que un corazón materno conoce por ciencia infusa. Así sucedió también en Nazaret. Pero en Nazaret el que pronunció la primera palabra era el Verbo, que «en el principio había creado el Cielo y la tierra»; los ojos que se abrieron eran desde toda eternidad el espejo de Dios; el que aprendía a andar, a hablar, a leer, a manejar el cepillo y la garlopa, era la sabiduría increada, la fuente y causa ejemplar de todas las ideas y de todas las cosas.

Era un paraíso, ciertamente, la casa en que trabajaba San José, pero un paraíso sobre el cual flota el velo del misterio. Sabemos que la vida de Jesús fue, al exterior, idéntica a la vida de los demás niños, y podemos representárnosle sacando los brazos de la cuna, extendiendo; juguetón, sus manilas regordetas, acariciando a su Madre; dando sus primeros pasos, a través del taller, sostenido por el carpintero; lanzando gritos inarticulados, en que la Madre adivinaba el alborozo y el amor. «Yo te adoro—exclama Bossuet—en todos estos progresos de esa tu edad infantil, tomando el pecho de tu Madre, llamando a la que te alimenta con dulces miradas y graciosos balbuceos, durmiendo en su seno y entre sus brazos.» Entonces María contemplaría aquella frente, que aún no habían profanado las manos de los hombres, y adoraría con el corazón en llamas, recordando los requiebros del Cantar de los Cantares: «Blanco y rubicundo es mi Amado, escogido entre millares. Como el manzano entre los árboles de la selva, así es Él entre los hijos de los hombres. Su cabeza, oro acendrado; sus bucles, ramos de palma, negros como el cuervo; sus ojos, como palomas sobre corrientes de agua; sus mejillas, como campos de aromas; sus labios, como lirios que destilan la mirra escogida.»

Los días pasan sin más ruido que el de la lima que gime, la sierra que chirría y el martillo que canta. El Niño empieza a aprender la ley. Aprende, como si no fuese el Maestro divino; tropieza, como si no sostuviese al mundo. Aprende a andar, a leer, a rezar. Un proverbio hebreo decía: «Maldito sea el padre y maldita sea la madre que se olvidan de dar a su hijo el conocimiento de Dios.» José es «un varón justo». A la entrada de su casa, como en la de todo hebreo fervoroso, figura el pergamino sagrado en que aparece escrito el nombre de Yahvé. Cuando sale y cuando entra le toca respetuosamente, y besa la mano callosa, santificada por el contacto del nombre divino. Otro tanto hace María siempre que va por agua a la fuente o viene de pedir lumbre a la vecina. Y el Niño sigue dócilmente el ejemplo de sus padres. Y cuando pregunta el porqué de aquella ceremonia doméstica, José le descifra los cuatro caracteres sagrados y le recuerda las magníficas palabras del Deuteronomio, que todo israelita sabe de memoria: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el Señor único. Amarán al Señor tu Dios con todo corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. Guardarás sus mandamientos en tu corazón. Les pondrás en práctica. Y cuando los extraños oigan hablar de tus leyes, dirán: «He aquí un pueblo inteligente y bueno; he aquí una gran nación.»

Cada día, mañana y tarde, aquellos tres corazones, los más puros, los más nobles que salieron de las manos de Dios, se juntan más íntimamente para ofrecer el homenaje de la oración al Padre que habita en los Cielos; y cuando llega el sábado, el día del descanso, José, con su capa nueva; María, con su velo más limpio, y Jesús en medio de ellos, llevado por ellos, caminan alegres hacia la sinagoga; alegres, porque van a unir su oración con la oración de los buenos israelitas, y van a asistir a la lectura de los libros santos, y van a escuchar la plática del rabino. De cuando en cuando, alguna fiesta mayor, portadora de profundas alegrías y lejanos recuerdos. Seguramente, cuando llegaba el solsticio de invierno, José aprestaría las luces que debían recordar en cada casa la restauración del culto divino por Judas Macabeo, el ultimo héroe de Israel: una luz el primer día, dos el segundo, ocho el octavo. Luego, la fiesta de los Purim, que recordaba la historia deliciosa de la reina Ester; la solemnidad de la Pascua, celebrada con ritos rebosantes de profundo simbolismo; los ritos del nuevo año, que coincidían con la caída de las hojas, y, al terminarse la cosecha, la festividad de los Tabernáculos; que enguirnaldaba las plazas y llenaba las calles de cantos y regocijos y sonidos de trompetas.

Del taller a la sinagoga, y de la sinagoga al campo; al campo nazareno, que es el más bello rincón de toda Palestina. «Por sus vinos, por su miel, por su aceite y por sus frutos, no es inferior al Egipto feraz.» Así decía en el siglo IV y el primero de los peregrinos. Y añadía: «Sus mujeres tienen una gracia incomparable. Superiores en belleza a todas las hijas de Judá, han recibido ese don de María.» Por aquellos olivares, por aquellos viñedos, por aquellas huertas, cercadas de nopales, en que crecían la granada, el naranjo y la higuera, pasearía José llevando de la mano al Niño, mostrándole los racimos maduros y las fuentes cristalinas, diciéndole los nombres de las aves y de las flores o enseñándole el panorama que se descubría desde la colina en que se alzaba Nazaret: al Norte, las cumbres del Líbano y el Hermón, envueltas en nieves eternas; al Oriente, el Tabor, cubierto de verdura, y más lejos, al otro lado del Jordán, las altas parameras de Galaad; al Mediodía, el valle de Esdrelón, que dividía las dos provincias de Judea y Galilea, y al Poniente, el Carmelo, lleno de recuerdos proféticos, y al otro lado del Carmelo, el mar. Y el Niño crecía y se robustecía, y su corazón temblaba al oír hablar de estas regiones, que iban a ser el teatro de sus conquistas, de los triunfos de su palabra, de sus peregrinaciones y de sus milagros.

Domingo, 29-12-2024 SAGRADA FAMILIA Ciclo C