sábado, 30 de noviembre de 2024
Lecturas del 30/11/2024
Hermanos:
Si profesas con tus labios que Jesús es el Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con los labios se profesa para alcanzar la salvación.
Pues dice la Escritura: «Nadie que crea en él quedará confundido».
En efecto, no hay distinción entre judío y griego; porque uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan, pues «todo el que invoque el nombre del Señor será salvo».
Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído?; ¿cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar?; y ¿cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie?; y ¿cómo anunciarán si no los envían?
Según está escrito: « ¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia del bien!».
Pero no todos han prestado oído al Evangelio. Pues Isaías afirma: «Señor, ¿quién ha creído nuestro mensaje?»
Así, pues, la fe nace del mensaje que se escucha, y viene a través de la palabra de Cristo.
Pero digo yo: « ¿Es que no lo han oído? Todo lo contrario: «A toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los confines del orbe sus palabras».
En aquel tiempo, pasando Jesús junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores.
Les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres».
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Palabra del Señor.
30 de Noviembre – San Galgano Guidotti
En el monte Sebio, en la Toscana, san Gálgano Guidotti, eremita, quien se convirtió a Dios después de una juventud disipada y vivió el resto de su vida dedicado voluntariamente a la penitencia corporal.
Nació en Chiusdino (Siena), en el seno de la familia de los Guidotti, ligada por vasallaje a los obispos de Volterra, señores feudales del lugar; su madre se llamaba Dionisia, y su padre, Guido o Guidotto, por este nombre su apellido fue: Guidotti. Según cuenta la leyenda, sus padres que desearon tanto tener un hijo que se lo pidieron al arcángel san Miguel, pero cuando nació descuidaron su educación cristiana y tuvo una juventud tempestuosa, llena de pasiones y vicios.
Parece cierto que Galgano fue caballero: el acceso a la caballería era natural por pertenecer a una familia que tenía la función oficial de tutelar el orden constituido, la mano armada del obispo de Volterra para la protección del pueblo y distrito de Chiusdino. La muerte de su padre produjo en él un cambio de vida; su conversión estuvo rodeada de fuertes experiencias místicas: se cuenta que el arcángel san Miguel, patrón de Chiusdino, se le apareció en sueños y lo convenció para que se enrolase en la "milicia celeste"; siete días después, también en un sueño, el arcángel lo acompañó a un templo redondo dedicado a María y los Doce Apóstoles y le invitó a construir una iglesia según aquel modelo.
Movido del deseo de concretar esta invitación celeste, Galgano tuvo que afrontar la oposición de su madre, que buscó casarlo con una muchacha de Civitella, un castillo de la Maremma toscana, a la que la leyenda llamó: Polixena. En 1180, cuando marchaba a conocer a su novia, en el camino de la Maremma, el caballo de Galgano se paró; no hubo manera de hacerlo caminar. Galgano pidió al Señor que lo condujera a un lugar donde pudiera encontrar la paz espiritual. El caballo comenzó a caminar y lo condujo a la cercana colina de Montesiepi, donde se paró. Al llegar este lugar, clavó su espada de caballero en una roca y se retiró a una ermita en el Montesiepi, donde vivió en silencio, en penitencia y en oración, a pesar del interés de sus familiares para que viviera en el mundo, además de las fuertes tentaciones que sufrió en su soledad.
El ejemplo de nuestro santo atrajo a muchas personas y, como otras experiencias eremíticas, también en esta ocasión fue el inicio de la fundación de una nueva comunidad monástica. En 1181, Galgano visitó al papa Alejandro III y obtuvo la aprobación de su fundación. Durante su ausencia, tres personas envidiosas, que la tradición ha identificado con algunos monjes de la abadía de Serena, atentaron con él, destruyendo la ermita y destrozando la espada. Por intervención divina los tres fueron castigados. Quizás por sugerencia del Pontífice, Galgano se puso en contacto con algunos monjes de la Orden guillermita, presumiblemente con los del monasterio de San Salvatore di Giugnano, cercano a Montesiepi. Su experiencia eremítica duró menos de un año ya que murió con 30 años en Volterra.
Su vida está llena de leyendas piadosas que no tienen ninguna originalidad. Los cistercienses y los agustinos, quisieron apropiárselo y aparece como miembro de cada una de sus Órdenes. Parece que la comunidad monástica por él fundada, en el siglo XIII, la casa madre se adhirió a la Orden cisterciense y las comunidades sufragáneas a la Orden agustina, de aquí que aparezca como santo de una de estas comunidades religiosas. En su pueblo natal todavía existe una confraternidad dedicada a él, fundada en 1185 y es probablemente la más antigua confraternidad de la cristiandad entre las hoy existentes. Su tumba fue lugar de peregrinación y fuente de gracias divinas.
El culto se difundió muy pronto, y ya para 1185 el papa Lucio III autoriza la creación de una comisión de tres comisarios para la investigación de la santidad de san Galgano. Se suele poner ese año como canonización, pero a decir verdad, no se ha conservado documentación sobre el momento concreto en que fue canonizado, si es que lo fue formalmente; algunas biografías indican que fue bajo Urbano III, o incluso bajo Gregorio VIII, los sucesores inmediatos a Lucio III. Es uno de los principales patronos de la ciudad de Siena.
Nació en Chiusdino (Siena), en el seno de la familia de los Guidotti, ligada por vasallaje a los obispos de Volterra, señores feudales del lugar; su madre se llamaba Dionisia, y su padre, Guido o Guidotto, por este nombre su apellido fue: Guidotti. Según cuenta la leyenda, sus padres que desearon tanto tener un hijo que se lo pidieron al arcángel san Miguel, pero cuando nació descuidaron su educación cristiana y tuvo una juventud tempestuosa, llena de pasiones y vicios.
Parece cierto que Galgano fue caballero: el acceso a la caballería era natural por pertenecer a una familia que tenía la función oficial de tutelar el orden constituido, la mano armada del obispo de Volterra para la protección del pueblo y distrito de Chiusdino. La muerte de su padre produjo en él un cambio de vida; su conversión estuvo rodeada de fuertes experiencias místicas: se cuenta que el arcángel san Miguel, patrón de Chiusdino, se le apareció en sueños y lo convenció para que se enrolase en la "milicia celeste"; siete días después, también en un sueño, el arcángel lo acompañó a un templo redondo dedicado a María y los Doce Apóstoles y le invitó a construir una iglesia según aquel modelo.
Movido del deseo de concretar esta invitación celeste, Galgano tuvo que afrontar la oposición de su madre, que buscó casarlo con una muchacha de Civitella, un castillo de la Maremma toscana, a la que la leyenda llamó: Polixena. En 1180, cuando marchaba a conocer a su novia, en el camino de la Maremma, el caballo de Galgano se paró; no hubo manera de hacerlo caminar. Galgano pidió al Señor que lo condujera a un lugar donde pudiera encontrar la paz espiritual. El caballo comenzó a caminar y lo condujo a la cercana colina de Montesiepi, donde se paró. Al llegar este lugar, clavó su espada de caballero en una roca y se retiró a una ermita en el Montesiepi, donde vivió en silencio, en penitencia y en oración, a pesar del interés de sus familiares para que viviera en el mundo, además de las fuertes tentaciones que sufrió en su soledad.
El ejemplo de nuestro santo atrajo a muchas personas y, como otras experiencias eremíticas, también en esta ocasión fue el inicio de la fundación de una nueva comunidad monástica. En 1181, Galgano visitó al papa Alejandro III y obtuvo la aprobación de su fundación. Durante su ausencia, tres personas envidiosas, que la tradición ha identificado con algunos monjes de la abadía de Serena, atentaron con él, destruyendo la ermita y destrozando la espada. Por intervención divina los tres fueron castigados. Quizás por sugerencia del Pontífice, Galgano se puso en contacto con algunos monjes de la Orden guillermita, presumiblemente con los del monasterio de San Salvatore di Giugnano, cercano a Montesiepi. Su experiencia eremítica duró menos de un año ya que murió con 30 años en Volterra.
Su vida está llena de leyendas piadosas que no tienen ninguna originalidad. Los cistercienses y los agustinos, quisieron apropiárselo y aparece como miembro de cada una de sus Órdenes. Parece que la comunidad monástica por él fundada, en el siglo XIII, la casa madre se adhirió a la Orden cisterciense y las comunidades sufragáneas a la Orden agustina, de aquí que aparezca como santo de una de estas comunidades religiosas. En su pueblo natal todavía existe una confraternidad dedicada a él, fundada en 1185 y es probablemente la más antigua confraternidad de la cristiandad entre las hoy existentes. Su tumba fue lugar de peregrinación y fuente de gracias divinas.
El culto se difundió muy pronto, y ya para 1185 el papa Lucio III autoriza la creación de una comisión de tres comisarios para la investigación de la santidad de san Galgano. Se suele poner ese año como canonización, pero a decir verdad, no se ha conservado documentación sobre el momento concreto en que fue canonizado, si es que lo fue formalmente; algunas biografías indican que fue bajo Urbano III, o incluso bajo Gregorio VIII, los sucesores inmediatos a Lucio III. Es uno de los principales patronos de la ciudad de Siena.
viernes, 29 de noviembre de 2024
Lecturas del 29/11/2024
Yo, Juan, vi un ángel que bajaba del cielo con la llave del abismo y una cadena grande en la mano. Sujetó al dragón, la antigua serpiente. o sea, el Diablo o Satanás, y lo encadenó por mil años; lo arrojó al abismo, echó la llave y puso un sello encima, para que no extravíe a las naciones antes que se cumplan los mil años.
Después tiene que ser desatado por un poco de tiempo. Vi unos tronos y se sentaron sobre ellos, y se les dio el poder de juzgar; vi también las almas de los decapitados por el testimonio de Jesús y la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen y no habían recibido su marca en la frente ni en la mano. Éstos volvieron a la vida y reinaron con Cristo mil años.
Vi un trono blanco y grande, y al que estaba sentado en él. De su presencia huyeron cielo y tierra, y no dejaron rastro. Vi a los muertos, pequeños y grandes, de pie ante el trono. Se abrieron los libros y se abrió otro libro, el de la vida. Los muertos fueron juzgados según sus obras, escritas en los libros. El mar devolvió a sus muertos, Muerte y Abismo devolvieron a sus muertos, y todos fueron juzgados según sus obras. Después, Muerte y Abismo fueron arrojados al lago de fuego - el lago de fuego es la muerte segunda -. Y si alguien no estaba escrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego. Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos una parábola: «Fijaos en la higuera y en todos los demás árboles: cuando veis que ya echan brotes, conocéis por vosotros mismos que ya está llegando el verano.
Igualmente vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios.
En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».
Palabra del Señor.
29 de Noviembre – San Gregorio Taumaturgo
San Gregorio de Noecesarea (ho Thaumatourgos, el hacedor de milagros).
Nació en Neocesarea en el Ponto (Asia Menor) alrededor del año 213; murió allí entre el 270-275. Entre aquellos que construyeron la Iglesia Cristiana, extendieron su influencia y fortalecieron sus instituciones, los obispos de Asia Menor ocupan una posición superior; entre ellos Gregorio de Neocesarea mantiene un lugar prominente. Su trabajo pastoral es poco conocido y sus escritos teológicos nos han llegado muy incompletos. En esta semi-obscuridad la personalidad de este gran hombre parece eclipsada y empequeñecida; incluso su título inmemorial Taumaturgo (el hacedor de milagros) lanza un aire de leyenda sobre él. Sin embargo, las vidas de pocos obispos del siglo III están tan bien autenticadas; las referencias históricas a él nos permiten reconstruir su obra con considerable detalle.
Originalmente era conocido como Teodoro (el regalo de Dios), el cual no es un nombre cristiano exclusivamente. Por otra parte, su familia era pagana, y él estuvo poco familiarizado con la religión cristiana hasta después de la muerte de su padre, cuando tenía catorce años de edad. Él tenía un hermano, Atenodoro, y aconsejados por uno de sus tutores, los jóvenes estaban ansiosos por estudiar leyes en la escuela de derecho de Beirut, en ese entonces una de las cuatro o cinco escuelas famosas en el mundo helénico. En ese tiempo también su cuñado fue nombrado asesor del gobernador romano en Palestina; por lo tanto, los jóvenes tuvieron ocasión de actuar como escoltas de su hermana tan lejos como a Cesárea en Palestina. Al llegar a ese pueblo supieron que el famoso erudito Orígenes, director de la escuela catequética de Alejandría vivía allí. La curiosidad los llevó a escuchar y conversar con el maestro, y su irresistible encanto hizo el resto. Pronto ambos jóvenes se olvidaron de Beirut y la ley romana y se entregaron al gran maestro cristiano, quien gradualmente se los ganó para el cristianismo. En su panegírico sobre Orígenes, Gregorio describe el método utilizado por ese maestro para ganarse la confianza y estima de los que deseaba convertir; cómo mezclaba un candor persuasivo con estallidos de mal genio y argumentos teológicos puestos diestramente a la vez e inesperadamente. Habilidad persuasiva más bien que puro razonamiento, y sinceridad evidente y una ardiente convicción eran los medios que utilizaba Orígenes para ganar conversos.
Gregorio emprendió primero el estudio de la filosofía; luego añadió la teología, pero su mente continuó inclinada hacia los estudios filosóficos, a tal extremo que ya en su juventud anhelaba fuertemente demostrar que la religión cristiana era la única verdadera y buena filosofía. Por siete años sobrellevó la disciplina mental y moral de Orígenes (231 a 238 o 239). No hay razón para creer sus estudios fueron interrumpidos por la persecución de Maximino de Tracia; su alegado viaje a Alejandría, en ese tiempo, puede por lo tanto considerarse dudoso y probablemente nunca ocurrió.
En 238 o 239 los dos hermanos regresaron a su nativo Ponto. Antes de dejar Palestina, Gregorio pronunció en presencia de Orígenes un discurso público de despedida en el cual le daba las gracias al ilustre maestro que dejaba. El discurso es valioso desde muchos puntos de vista. Como un ejercicio retórico exhibe el excelente adiestramiento que le dio Orígenes, y su habilidad en desarrollar el gusto literario; también presenta la cantidad de adulación que se permitía entonces hacia un ser humano en una asamblea compuesta mayormente por cristianos, y de genio cristiano. Contiene además mucha información útil respecto a la juventud de Gregorio y el método de enseñanza de su maestro. Una carta de Orígenes se refiere a la partida de los dos hermanos, pero no es fácil determinar si fue escrita antes o después de la emisión de este discurso. En ella Orígenes exhorta (bastante innecesariamente, por cierto) a sus discípulos a traer los tesoros intelectuales de los griegos al servicio de la filosofía cristiana, y así imitar a los judíos que emplearon las vasijas doradas de los egipcios para adornar el Santo de los Santos.
Se debe suponer que a pesar del abandono original de Beirut y el estudio de la ley romana, Gregorio no había renunciado completamente al propósito original de su viaje a Oriente; de hecho, regresó al Ponto con la intención de practicar las leyes. Sin embargo, su plan fue puesto a un lado, pues muy pronto Foedimo, obispo de Amasea y metropolitano de Ponto lo consagró obispo de su nativa Cesarea. Este dato ilustra de modo interesante el crecimiento de la jerarquía en la Iglesia primitiva, pues sabemos que la comunidad cristiana de Cesarea era muy pequeña, sólo diecisiete almas, y se les dio un obispo. Sabemos, además, por documentos canónicos antiguos, que era posible que una comunidad de sólo diez cristianos tuviese su propio obispo. Cuando Gregorio fue consagrado tenía cuarenta años de edad, y gobernó su diócesis por treinta años. Aunque no sabemos nada definido sobre sus métodos, no podemos dudar de que debiera haber mostrado mucho celo por aumentar el pequeño rebaño con que comenzó su administración episcopal. Por una fuente antigua conocemos un dato que es a la vez una coincidencia curiosa, y arroja luz sobre su celo misionero; mientras que comenzó son sólo diecisiete cristianos, a la fecha de su muerte sólo quedaban diecisiete paganos en la población total de Cesarea. Los muchos milagros que le ganaron el título de Taumaturgo fueron sin duda realizados durante estos años. La mente oriental se revela tan naturalmente en lo maravilloso que un historiador serio no puede aceptar incondicionalmente todo su producto; aun así si alguna vez el título “hacedor de milagros” se mereció, Gregorio tuvo derecho a él.
Se debe notar aquí que las fuentes de información para la vida, enseñanza y acciones de Gregorio Taumaturgo están más o menos abiertas a crítica. Además de los detalles que da Gregorio mismo, y de los que ya se ha hablado, hay otras cuatro fuentes de información, todas, según Kötschau, derivadas de la tradición oral; ciertamente, las diferencias entre ellas imponen la conclusión de que todas no se pueden derivar de una fuente común. Ellas son:
Vida y Panegírico de Gregorio por San Gregorio de Nisa (P.G., XLVI, col. 893 ss.); Historia Miraculorum, por Russino; un relato en siríaco de las grandes acciones del bendito Gregorio (manuscrito del siglo VI); San Basilio el Grande, De Spirtu Sancto.
Gregorio de Nisa, con la ayuda de tradiciones familiares y su conocimiento de la vecindad, nos ha dejado un relato del Taumaturgo que ciertamente es más histórico que cualquier otro conocido. Por Rufino sabemos que en su día (c. 400) la historia original se volvió confusa; el relato siríaco es a veces oscuro y contradictorio. Incluso la vida por Gregorio de Nisa exhibe un elemento legendario, aunque los datos los conoció por su abuela, Santa Macrina la Mayor. Él narra que antes de su consagración episcopal Gregorio se retiró de Neocesarea a la soledad, y que fue favorecido con la aparición de la Santísima Virgen y el apóstol San Juan, y que éste le dictó una fórmula o credo de la fe cristiana, del cual existía un autógrafo en Neocesarea cuando se estaba escribiendo la biografía. El credo mismo es bastante importante para la historia de la doctrina cristiana (Caspari, Alte und neue Quellen zur Gesch, d. Taufsymols und der Glaubernsregel, Christiania, 1879, 1-64).
Gregorio de Nisa describe por extenso los milagros que le ganaron al obispo de Cesarea el título de Taumaturgo; en esto el elemento imaginativo está muy activo. Sin embargo, es claro que la influencia de Gregorio debe haber sido considerable, y su don de milagros indudable. Se debía haber esperado que el nombre de Gregorio apareciera entre aquéllos que tomaron parte en el Primer Concilio de Antioquía contra Pablo de Samosata (Eusebio, Hist. Ig. VII.28); probablemente tomó parte también en el segundo concilio celebrado allí contra la misma herejía, pues la carta del concilio está firmada por Teodoro, que había sido el nombre original de Gregorio (Eusebio, op. cit., VII.30). Para atraer a la gente a las fiestas en honor a los mártires, sabemos que Gregorio organizaba diversiones profanas como una atracción para los paganos, que no podían entender una solemnidad sin algunos placeres de naturaleza menos serie que la ceremonia religiosa.
Escritos de Gregorio: El Oratio Panegyrica en honor a Orígenes describe en detalle los métodos pedagógicos del maestro. Su valor literario consiste menos en su estilo que en su novedad, pues fue el primer intento de autobiografía en la literatura cristiana. Esta joven obra está llena de entusiasmo y talento genuino; además, prueba a qué punto Orígenes se había ganado la admiración de sus discípulos, y cómo la educación que recibió Gregorio influyó el resto de una larga y fructífera vida. Gregorio nos dice en esta obra (XIII) que bajo la dirección de Orígenes leyó las obras de muchos filósofos, sin restricción de escuela, excepto la de los ateos. Con esta lectura de los antiguos filósofos aprendió a insistir frecuentemente en la unidad de Dios; y su larga experiencia de poblaciones paganas o crudamente cristianas le enseñó cuán necesario era esto. Vestigios de esta insistencia se hallan en el Tractatus ad Tehopompum, respecto a la pasibilidad e impasibilidad de Dios; esta obra parece pertenecer a Gregorio; aunque en su arreglo general nos recuerda a Metodio. Un rasgo similar fue probablemente característico del perdido Dialogus cum Aeliano (Pros Ailianon dialexis), del cual conocemos por San Basilio, quien frecuentemente atestigua la ortodoxia del Taumaturgo (Ep. XXVIII, 1, 2; CCIV, 2; CCVII, 4) e incluso lo defiende contra los sabelianos, quienes le adjudican sus enseñanzas y citaban como su fórmula: patera kaiouion epinoia men einai duo, hypostasei de en (que el Padre y el Hijo eran dos en inteligencia, pero sólo uno en substancia) del antedicho Dialogus cum Aeliano. San Basilio replicó que Gregorio estaba argumentando contra un pagano, y usó las palabras agonistikos no dogmatikos, es decir, en el calor del combate, no en una exposición calmada; en este caso insistía, y correctamente, sobre la unidad Divina. Además, añadió que se le debe dar una explicación similar a las palabras ktisma, poiema (creado, hecho) cuando se aplicaban al Hijo, al referirse a Cristo encarnado. Basilio añadió que el texto de la obra estaba corrupto.
La "Epostola Canonica", epistole kanonike (Routh, Reliquiae Sacrae, III, 251-83) es valiosa tanto para historiadores como para canonistas como evidencia de la organización de la Iglesia de Cesarea y las otras Iglesias del Ponto bajo la influencia de Gregorio, en un tiempo cuando la invasión de los ostrogodos estaba comenzando a agravar la ya difícil situación causada por la persecución imperial. Por esta obra sabemos cuán absorbente era el cargo episcopal para un hombre de conciencia y un estricto sentido del deber. Además nos ayuda a entender cómo un hombre tan bien equipado mentalmente, y con los dones literarios de Gregorio, no dejó un mayor número de obras.
La Ekthesis tes pisteos (Exposición de la Fe) es en su clase un documento teológico no menos precioso que el anterior. Aclara la ortodoxia de Gregorio a propósito de la Santísima Trinidad, cuya fecha está entre 260 - 270. Caspari ha demostrado que esta confesión de fe es un desarrollo de las bases colocadas por Orígenes. Su conclusión no deja lugar a dudas: “Sin embargo, no hay nada creado, nada más o menos (literalmente, ningún sujeto) en la Trinidad (oute oun ktiston ti, he doulon en te triadi), nada sobreañadido, como si no hubiese existido antes, pero nunca estado con el Hijo, ni el Hijo sin el Espíritu; y esta misma Trinidad es inmutable e inalterable por siempre”. Tal fórmula, que establece claramente la diferencia entre las Personas de la Trinidad, y que enfatiza la eternidad, igualdad, inmortalidad y perfección, no sólo del Padre, sino del Hijo y del Espíritu Santo, proclama un marcado avance en las teorías de Orígenes.
Una Metaphrasis eis ton Ekklesiasten tou Solomontos, o paráfrasis del Eclesiastés, se le atribuye a él en algunos manuscritos; otros se lo atribuyen a San Gregorio Nacianceno; San Jerónimo (Hombres Ilustres 65 y Com. In Ecles., IV) se lo adscribe a nuestro Gregorio. La Epistola ad Philagrium nos ha llegado en una versión siríaca. Trata sobre la consubstancialidad del Hijo y también ha sido atribuida a Gregorio Nacianceno (Ep. CCXLIII; anteriormente Orat.XIV); Tillemont y los benedictinos, sin embargo, niegan esto porque no ofrece expresión sugestiva sobre la controversia arriana. Sin embargo, Draeseke llama la atención a numerosas opiniones y expresiones en este tratado que recuerdan los escritos de San Gregorio Nacianceno. El breve Tratado sobre el Alma dirigido a un tal Tatiano, a favor del cual se puede citar el testimonio de Nicolás de Metone (probablemente de Procopio de Gaza), se le atribuye ahora a Gregorio.
La Kephalaia peri pisteos dodeka o Doce Capítulos sobre la Fe no parecen ser obra de Gregorio. Según Caspari, la Kata meros pistis o breve exposición de la doctrina respecto a la Trinidad y la Encarnación, atribuida a Gregorio, fue compuesta por Apolinar de Laodicea alrededor del año 380, y circulada por sus seguidores como una obra de Gregorio (Bardenhewer). Finalmente, la Catenæ griega, siríaca y armenia contiene fragmentos atribuidos más o menos correctamente a Gregorio. Los fragmentos de la De Resurrectione pertenecen más bien a la Apología por Orígenes de San Pánfilo de Cesarea.
Nació en Neocesarea en el Ponto (Asia Menor) alrededor del año 213; murió allí entre el 270-275. Entre aquellos que construyeron la Iglesia Cristiana, extendieron su influencia y fortalecieron sus instituciones, los obispos de Asia Menor ocupan una posición superior; entre ellos Gregorio de Neocesarea mantiene un lugar prominente. Su trabajo pastoral es poco conocido y sus escritos teológicos nos han llegado muy incompletos. En esta semi-obscuridad la personalidad de este gran hombre parece eclipsada y empequeñecida; incluso su título inmemorial Taumaturgo (el hacedor de milagros) lanza un aire de leyenda sobre él. Sin embargo, las vidas de pocos obispos del siglo III están tan bien autenticadas; las referencias históricas a él nos permiten reconstruir su obra con considerable detalle.
Originalmente era conocido como Teodoro (el regalo de Dios), el cual no es un nombre cristiano exclusivamente. Por otra parte, su familia era pagana, y él estuvo poco familiarizado con la religión cristiana hasta después de la muerte de su padre, cuando tenía catorce años de edad. Él tenía un hermano, Atenodoro, y aconsejados por uno de sus tutores, los jóvenes estaban ansiosos por estudiar leyes en la escuela de derecho de Beirut, en ese entonces una de las cuatro o cinco escuelas famosas en el mundo helénico. En ese tiempo también su cuñado fue nombrado asesor del gobernador romano en Palestina; por lo tanto, los jóvenes tuvieron ocasión de actuar como escoltas de su hermana tan lejos como a Cesárea en Palestina. Al llegar a ese pueblo supieron que el famoso erudito Orígenes, director de la escuela catequética de Alejandría vivía allí. La curiosidad los llevó a escuchar y conversar con el maestro, y su irresistible encanto hizo el resto. Pronto ambos jóvenes se olvidaron de Beirut y la ley romana y se entregaron al gran maestro cristiano, quien gradualmente se los ganó para el cristianismo. En su panegírico sobre Orígenes, Gregorio describe el método utilizado por ese maestro para ganarse la confianza y estima de los que deseaba convertir; cómo mezclaba un candor persuasivo con estallidos de mal genio y argumentos teológicos puestos diestramente a la vez e inesperadamente. Habilidad persuasiva más bien que puro razonamiento, y sinceridad evidente y una ardiente convicción eran los medios que utilizaba Orígenes para ganar conversos.
Gregorio emprendió primero el estudio de la filosofía; luego añadió la teología, pero su mente continuó inclinada hacia los estudios filosóficos, a tal extremo que ya en su juventud anhelaba fuertemente demostrar que la religión cristiana era la única verdadera y buena filosofía. Por siete años sobrellevó la disciplina mental y moral de Orígenes (231 a 238 o 239). No hay razón para creer sus estudios fueron interrumpidos por la persecución de Maximino de Tracia; su alegado viaje a Alejandría, en ese tiempo, puede por lo tanto considerarse dudoso y probablemente nunca ocurrió.
En 238 o 239 los dos hermanos regresaron a su nativo Ponto. Antes de dejar Palestina, Gregorio pronunció en presencia de Orígenes un discurso público de despedida en el cual le daba las gracias al ilustre maestro que dejaba. El discurso es valioso desde muchos puntos de vista. Como un ejercicio retórico exhibe el excelente adiestramiento que le dio Orígenes, y su habilidad en desarrollar el gusto literario; también presenta la cantidad de adulación que se permitía entonces hacia un ser humano en una asamblea compuesta mayormente por cristianos, y de genio cristiano. Contiene además mucha información útil respecto a la juventud de Gregorio y el método de enseñanza de su maestro. Una carta de Orígenes se refiere a la partida de los dos hermanos, pero no es fácil determinar si fue escrita antes o después de la emisión de este discurso. En ella Orígenes exhorta (bastante innecesariamente, por cierto) a sus discípulos a traer los tesoros intelectuales de los griegos al servicio de la filosofía cristiana, y así imitar a los judíos que emplearon las vasijas doradas de los egipcios para adornar el Santo de los Santos.
Se debe suponer que a pesar del abandono original de Beirut y el estudio de la ley romana, Gregorio no había renunciado completamente al propósito original de su viaje a Oriente; de hecho, regresó al Ponto con la intención de practicar las leyes. Sin embargo, su plan fue puesto a un lado, pues muy pronto Foedimo, obispo de Amasea y metropolitano de Ponto lo consagró obispo de su nativa Cesarea. Este dato ilustra de modo interesante el crecimiento de la jerarquía en la Iglesia primitiva, pues sabemos que la comunidad cristiana de Cesarea era muy pequeña, sólo diecisiete almas, y se les dio un obispo. Sabemos, además, por documentos canónicos antiguos, que era posible que una comunidad de sólo diez cristianos tuviese su propio obispo. Cuando Gregorio fue consagrado tenía cuarenta años de edad, y gobernó su diócesis por treinta años. Aunque no sabemos nada definido sobre sus métodos, no podemos dudar de que debiera haber mostrado mucho celo por aumentar el pequeño rebaño con que comenzó su administración episcopal. Por una fuente antigua conocemos un dato que es a la vez una coincidencia curiosa, y arroja luz sobre su celo misionero; mientras que comenzó son sólo diecisiete cristianos, a la fecha de su muerte sólo quedaban diecisiete paganos en la población total de Cesarea. Los muchos milagros que le ganaron el título de Taumaturgo fueron sin duda realizados durante estos años. La mente oriental se revela tan naturalmente en lo maravilloso que un historiador serio no puede aceptar incondicionalmente todo su producto; aun así si alguna vez el título “hacedor de milagros” se mereció, Gregorio tuvo derecho a él.
Se debe notar aquí que las fuentes de información para la vida, enseñanza y acciones de Gregorio Taumaturgo están más o menos abiertas a crítica. Además de los detalles que da Gregorio mismo, y de los que ya se ha hablado, hay otras cuatro fuentes de información, todas, según Kötschau, derivadas de la tradición oral; ciertamente, las diferencias entre ellas imponen la conclusión de que todas no se pueden derivar de una fuente común. Ellas son:
Vida y Panegírico de Gregorio por San Gregorio de Nisa (P.G., XLVI, col. 893 ss.); Historia Miraculorum, por Russino; un relato en siríaco de las grandes acciones del bendito Gregorio (manuscrito del siglo VI); San Basilio el Grande, De Spirtu Sancto.
Gregorio de Nisa, con la ayuda de tradiciones familiares y su conocimiento de la vecindad, nos ha dejado un relato del Taumaturgo que ciertamente es más histórico que cualquier otro conocido. Por Rufino sabemos que en su día (c. 400) la historia original se volvió confusa; el relato siríaco es a veces oscuro y contradictorio. Incluso la vida por Gregorio de Nisa exhibe un elemento legendario, aunque los datos los conoció por su abuela, Santa Macrina la Mayor. Él narra que antes de su consagración episcopal Gregorio se retiró de Neocesarea a la soledad, y que fue favorecido con la aparición de la Santísima Virgen y el apóstol San Juan, y que éste le dictó una fórmula o credo de la fe cristiana, del cual existía un autógrafo en Neocesarea cuando se estaba escribiendo la biografía. El credo mismo es bastante importante para la historia de la doctrina cristiana (Caspari, Alte und neue Quellen zur Gesch, d. Taufsymols und der Glaubernsregel, Christiania, 1879, 1-64).
Gregorio de Nisa describe por extenso los milagros que le ganaron al obispo de Cesarea el título de Taumaturgo; en esto el elemento imaginativo está muy activo. Sin embargo, es claro que la influencia de Gregorio debe haber sido considerable, y su don de milagros indudable. Se debía haber esperado que el nombre de Gregorio apareciera entre aquéllos que tomaron parte en el Primer Concilio de Antioquía contra Pablo de Samosata (Eusebio, Hist. Ig. VII.28); probablemente tomó parte también en el segundo concilio celebrado allí contra la misma herejía, pues la carta del concilio está firmada por Teodoro, que había sido el nombre original de Gregorio (Eusebio, op. cit., VII.30). Para atraer a la gente a las fiestas en honor a los mártires, sabemos que Gregorio organizaba diversiones profanas como una atracción para los paganos, que no podían entender una solemnidad sin algunos placeres de naturaleza menos serie que la ceremonia religiosa.
Escritos de Gregorio: El Oratio Panegyrica en honor a Orígenes describe en detalle los métodos pedagógicos del maestro. Su valor literario consiste menos en su estilo que en su novedad, pues fue el primer intento de autobiografía en la literatura cristiana. Esta joven obra está llena de entusiasmo y talento genuino; además, prueba a qué punto Orígenes se había ganado la admiración de sus discípulos, y cómo la educación que recibió Gregorio influyó el resto de una larga y fructífera vida. Gregorio nos dice en esta obra (XIII) que bajo la dirección de Orígenes leyó las obras de muchos filósofos, sin restricción de escuela, excepto la de los ateos. Con esta lectura de los antiguos filósofos aprendió a insistir frecuentemente en la unidad de Dios; y su larga experiencia de poblaciones paganas o crudamente cristianas le enseñó cuán necesario era esto. Vestigios de esta insistencia se hallan en el Tractatus ad Tehopompum, respecto a la pasibilidad e impasibilidad de Dios; esta obra parece pertenecer a Gregorio; aunque en su arreglo general nos recuerda a Metodio. Un rasgo similar fue probablemente característico del perdido Dialogus cum Aeliano (Pros Ailianon dialexis), del cual conocemos por San Basilio, quien frecuentemente atestigua la ortodoxia del Taumaturgo (Ep. XXVIII, 1, 2; CCIV, 2; CCVII, 4) e incluso lo defiende contra los sabelianos, quienes le adjudican sus enseñanzas y citaban como su fórmula: patera kaiouion epinoia men einai duo, hypostasei de en (que el Padre y el Hijo eran dos en inteligencia, pero sólo uno en substancia) del antedicho Dialogus cum Aeliano. San Basilio replicó que Gregorio estaba argumentando contra un pagano, y usó las palabras agonistikos no dogmatikos, es decir, en el calor del combate, no en una exposición calmada; en este caso insistía, y correctamente, sobre la unidad Divina. Además, añadió que se le debe dar una explicación similar a las palabras ktisma, poiema (creado, hecho) cuando se aplicaban al Hijo, al referirse a Cristo encarnado. Basilio añadió que el texto de la obra estaba corrupto.
La "Epostola Canonica", epistole kanonike (Routh, Reliquiae Sacrae, III, 251-83) es valiosa tanto para historiadores como para canonistas como evidencia de la organización de la Iglesia de Cesarea y las otras Iglesias del Ponto bajo la influencia de Gregorio, en un tiempo cuando la invasión de los ostrogodos estaba comenzando a agravar la ya difícil situación causada por la persecución imperial. Por esta obra sabemos cuán absorbente era el cargo episcopal para un hombre de conciencia y un estricto sentido del deber. Además nos ayuda a entender cómo un hombre tan bien equipado mentalmente, y con los dones literarios de Gregorio, no dejó un mayor número de obras.
La Ekthesis tes pisteos (Exposición de la Fe) es en su clase un documento teológico no menos precioso que el anterior. Aclara la ortodoxia de Gregorio a propósito de la Santísima Trinidad, cuya fecha está entre 260 - 270. Caspari ha demostrado que esta confesión de fe es un desarrollo de las bases colocadas por Orígenes. Su conclusión no deja lugar a dudas: “Sin embargo, no hay nada creado, nada más o menos (literalmente, ningún sujeto) en la Trinidad (oute oun ktiston ti, he doulon en te triadi), nada sobreañadido, como si no hubiese existido antes, pero nunca estado con el Hijo, ni el Hijo sin el Espíritu; y esta misma Trinidad es inmutable e inalterable por siempre”. Tal fórmula, que establece claramente la diferencia entre las Personas de la Trinidad, y que enfatiza la eternidad, igualdad, inmortalidad y perfección, no sólo del Padre, sino del Hijo y del Espíritu Santo, proclama un marcado avance en las teorías de Orígenes.
Una Metaphrasis eis ton Ekklesiasten tou Solomontos, o paráfrasis del Eclesiastés, se le atribuye a él en algunos manuscritos; otros se lo atribuyen a San Gregorio Nacianceno; San Jerónimo (Hombres Ilustres 65 y Com. In Ecles., IV) se lo adscribe a nuestro Gregorio. La Epistola ad Philagrium nos ha llegado en una versión siríaca. Trata sobre la consubstancialidad del Hijo y también ha sido atribuida a Gregorio Nacianceno (Ep. CCXLIII; anteriormente Orat.XIV); Tillemont y los benedictinos, sin embargo, niegan esto porque no ofrece expresión sugestiva sobre la controversia arriana. Sin embargo, Draeseke llama la atención a numerosas opiniones y expresiones en este tratado que recuerdan los escritos de San Gregorio Nacianceno. El breve Tratado sobre el Alma dirigido a un tal Tatiano, a favor del cual se puede citar el testimonio de Nicolás de Metone (probablemente de Procopio de Gaza), se le atribuye ahora a Gregorio.
La Kephalaia peri pisteos dodeka o Doce Capítulos sobre la Fe no parecen ser obra de Gregorio. Según Caspari, la Kata meros pistis o breve exposición de la doctrina respecto a la Trinidad y la Encarnación, atribuida a Gregorio, fue compuesta por Apolinar de Laodicea alrededor del año 380, y circulada por sus seguidores como una obra de Gregorio (Bardenhewer). Finalmente, la Catenæ griega, siríaca y armenia contiene fragmentos atribuidos más o menos correctamente a Gregorio. Los fragmentos de la De Resurrectione pertenecen más bien a la Apología por Orígenes de San Pánfilo de Cesarea.
jueves, 28 de noviembre de 2024
Lecturas del 28/11/2024
Yo, Juan, vi un ángel que bajaba del cielo; con gran autoridad, y la tierra se deslumbró con un resplandor.
Y gritó con fuerte voz: «Cayó, cayó la gran Babilonia. Y se ha convertido en morada de demonios, en guarida de todo espíritu inmundo, en guarida de todo pájaro inmundo y abominable».
Un ángel vigoroso levantó una piedra grande como una rueda de molino y la precipitó al mar diciendo: «Así, con este ímpetu será precipitada Babilonia, la gran ciudad, y no quedará rastro de ella. No se escuchará en ti la voz de citaristas ni músicos, de flautas y trompetas. No habrá más en ti artífices de ningún arte; y ya no se escuchará en ti el ruido del molino; ni brillará más en ti la luz de lámpara; ni se escuchará más en ti la voz del novio y de la novia, porque tus mercaderes eran los magnates de la tierra y con tus brujerías embaucaste a todas las naciones». Después de esto oí en el cielo como el vocerío de una gran muchedumbre, que decía: «Aleluya. La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos.
Él ha condenado a la gran prostituta que corrompía la tierra con sus fornicaciones, y ha vengado en ella la sangre de sus siervos».
Y por segunda vez dijeron: «Aleluya».
Y el humo de su incendio sube por los siglos de los siglos.
Y me dijo: «Escribe: “Bienaventurados los invitados al banquete de bodas del Cordero”».
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que entonces está cerca su destrucción.
Entonces los que estén en Judea, que huyan a los montes; los que estén en medio de Jerusalén, que se alejen; los que estén en los campos, que no entren en ella; porque estos son “días de venganza” para que se cumpla todo lo que está escrito.
¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días!
Porque habrá una gran calamidad en esta tierra y un castigo para este pueblo.
“Caerán a filo de espada”, los llevarán cautivos “a todas las naciones”, y “Jerusalén será pisoteada por los gentiles”, hasta que alcancen su plenitud los tiempos de los gentiles.
Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación».
Palabra del Señor.
28 de Noviembre – San Santiago de la Marca
En Nápoles, de la Campania, sepultura de Santiago Piceno o de la Marca, presbítero de la Orden de Hermanos Menores, esclarecido por su predicación y austeridad de vida.
Había nacido en Monteprandone, en Las Marcas de Ancona y se llamaba Domenico Gangale. Trabajaba como pastor, cuando se apareció un lobo y huyó a Offida, a la casa de un sacerdote, pariente suyo, que le enseñó a leer y a escribir, y después lo llevó a la escuela en Áscoli Piceno. Estudió jurisprudencia en Perugia y se doctoró en leyes; ejerció como notario en la secretaría del Ayuntamiento de Florencia, y después como juez en Bibbiena (Arezzo). Un día sintió una gran repulsa por la corrupción del mundo y decidió hacerse cartujo en Florencia.
Pasando por Asís, llamó a la Porciúncula, donde, a los 23 años se hizo franciscano y recibió el hábito de manos de san Bernardino de Siena. Hizo el noviciado en Las Cárceles. Estudió Teología en Florencia, y fue ordenado sacerdote en 1420 Como san Bernardino -su maestro- se dedicó a la predicación, con gran éxito en Italia.
Como ya ocurriera con san Bernardino de Siena, Jaime llenaba de gente las plazas con sus predicaciones populares, en lengua vulgar. Entre sus primeras experiencias destacan la de Cuaresma en Áscoli, en 1421, la de San Miniato de Florencia el 27 de diciembre de 1422, y la de Venecia en la fiesta de san Juan Bautista. Lo requerían desde muchas ciudades de Úmbria y de las Marcas. Sus temas tocaban las verdades fundamentales de la fe cristiana: Dios, Jesucristo, los misterios de su pasión, muerte y resurrección, los sacramentos, la oración, la gracia, la palabra de Dios, vida eterna, paraíso, infierno, pecado, vicios capitales, el homicidio, la blasfemia, el perdón, la reconciliación y la paz. Los ideales de justicia y equidad y la defensa de los pobres que practicó cuando era juez, se reflejaban ahora en sus predicaciones. De manera especial combatió con energía las creencias erróneas de los grupos sectarios, en especial de los "fraticelli", que atentaron varias veces contra su vida.
Su palabra y el testimonio de su vida eran tan fuertes que penetraban en los corazones de los oyentes y los convertía al Señor. Él mismo confesaba: «He visto durante el sermón algunos soldados sexagenarios llorar mucho por sus pecados y la pasión de Cristo, y me confesaron que durante su vida jamás habían derramado una lágrima».
En 1431, el papa Eugenio IV le envió a combatir a los herejes en Bosnia, ejerciendo como “visitador, vicario y comisario”.
Durante el invierno de 1432 recorrió muchas ciudades de la península balcánica en Dalmacia, Croacia, Bosnia y Eslovenia, en los confines con Austria. El 1 de abril, el ministro general de la orden lo nombraba comisario, visitador y vicario de Bosnia, con plenos poderes para intervenir en la vida y disciplina de los frailes que habían perdido el verdadero significado de su vocación. Además de predicador y reformador, Santiago ejerció también de mediador entre el rey de Bosnia Esteban Turko, y un pariente suyo, Radivoj, que se había proclamado rey legítimo de Bosnia con el apoyo de los turcos, en su afán por extenderse hacia el centro de Europa. Situación difícil, en la que el santo tuvo que desplegar toda su diplomacia, para no molestar a ninguno de los soberanos.
En 1433, por designación papal, Santiago regresó a Italia como predicador oficial del Capítulo general de los hermanos menores, reunido en Bolonia. Al año siguiente regresó a Bosnia, donde en algunas zonas había que predicar el Evangelio partiendo desde cero, pues había lugares donde se rendía culto a personas e incluso a animales. Será por este tiempo cuando compondrá su obra: “Tratado contra los herejes de Bosnia”.
En 1436 ejerció varios encargos diplomáticos, y ejerció como inquisidor en Hungría, Austria y Praga, donde pronunció el discurso oficial en la coronación del emperador Segismundo. En Austria, a petición de Segismundo, procuró la paz entre Hungría y Bohemia, sin necesidad de intervención militar, mediante acuerdos que favorecían a ambas partes. El 27 de agosto, el emperador, acompañado por Santiago, entraba triunfalmente en Praga.
En 1439 regresa a Italia, y se dedica a recorrer las principales ciudades del centro y norte de la península, llamando a la paz y a las buenas costumbres. El interés por oírle era tal, que muchos acudían con varias horas de antelación a coger sitio. En su predicación invitaba a todos a invocar el poderoso nombre de Jesús en los momentos de necesidad o peligro, y contaba los favores obtenidos por su invocación. En sus predicaciones exhortaba a no blasfemar, diciendo: La lengua es un miembro tan magnífico y útil, y un don de Dios tan excelente, con el que puedes manifestar tus necesidades a toda criatura, con el que debes alabar siempre a Dios, y no blasfemarlo". Y luego se extendía en contar numerosos ejemplos de desgracias acaecidas a los blasfemos. Después de sus predicaciones, muchos municipios incluyeron en su legislación medidas disciplinares contra la blasfemia. También denunciaba el vicio del juego, que podía llevar a la mentira, el robo e incluso al homicidio.
Estuvo siempre sembrando la paz, junto a san Juan de Capistrano, san Bernardino de Siena y beato Alberto de Sarteano, que fueron las columnas de la reforma franciscana, en lo que se ha dado en llamar “Observancia franciscana”.
Escribió: 12 Artículos para la concordia entre Conventuales y Observantes. Era tan perfectamente obediente que se cuenta, que estaba comiendo cuando recibió la orden del Papa para marcharse a Hungría, en ese instante se levantó, sin terminar de beber, y se puso en viaje. Predicó contra los que practicaban la usura e ideó, como otros franciscanos (los beatos Ángel Chivasso y Bernardino de Feltre), los Montes de Piedad. Sufrió terribles cólicos y, solamente temía una cosa, que el dolor le distrajese de la oración. Tuvo como discípulo al beato Pedro Corradino de Mogliano. Murió en Nápoles y está enterrado en la iglesia de Santa María Nova de esta ciudad. Fue canonizado en 1726 por Benedicto XIII.
Había nacido en Monteprandone, en Las Marcas de Ancona y se llamaba Domenico Gangale. Trabajaba como pastor, cuando se apareció un lobo y huyó a Offida, a la casa de un sacerdote, pariente suyo, que le enseñó a leer y a escribir, y después lo llevó a la escuela en Áscoli Piceno. Estudió jurisprudencia en Perugia y se doctoró en leyes; ejerció como notario en la secretaría del Ayuntamiento de Florencia, y después como juez en Bibbiena (Arezzo). Un día sintió una gran repulsa por la corrupción del mundo y decidió hacerse cartujo en Florencia.
Pasando por Asís, llamó a la Porciúncula, donde, a los 23 años se hizo franciscano y recibió el hábito de manos de san Bernardino de Siena. Hizo el noviciado en Las Cárceles. Estudió Teología en Florencia, y fue ordenado sacerdote en 1420 Como san Bernardino -su maestro- se dedicó a la predicación, con gran éxito en Italia.
Como ya ocurriera con san Bernardino de Siena, Jaime llenaba de gente las plazas con sus predicaciones populares, en lengua vulgar. Entre sus primeras experiencias destacan la de Cuaresma en Áscoli, en 1421, la de San Miniato de Florencia el 27 de diciembre de 1422, y la de Venecia en la fiesta de san Juan Bautista. Lo requerían desde muchas ciudades de Úmbria y de las Marcas. Sus temas tocaban las verdades fundamentales de la fe cristiana: Dios, Jesucristo, los misterios de su pasión, muerte y resurrección, los sacramentos, la oración, la gracia, la palabra de Dios, vida eterna, paraíso, infierno, pecado, vicios capitales, el homicidio, la blasfemia, el perdón, la reconciliación y la paz. Los ideales de justicia y equidad y la defensa de los pobres que practicó cuando era juez, se reflejaban ahora en sus predicaciones. De manera especial combatió con energía las creencias erróneas de los grupos sectarios, en especial de los "fraticelli", que atentaron varias veces contra su vida.
Su palabra y el testimonio de su vida eran tan fuertes que penetraban en los corazones de los oyentes y los convertía al Señor. Él mismo confesaba: «He visto durante el sermón algunos soldados sexagenarios llorar mucho por sus pecados y la pasión de Cristo, y me confesaron que durante su vida jamás habían derramado una lágrima».
En 1431, el papa Eugenio IV le envió a combatir a los herejes en Bosnia, ejerciendo como “visitador, vicario y comisario”.
Durante el invierno de 1432 recorrió muchas ciudades de la península balcánica en Dalmacia, Croacia, Bosnia y Eslovenia, en los confines con Austria. El 1 de abril, el ministro general de la orden lo nombraba comisario, visitador y vicario de Bosnia, con plenos poderes para intervenir en la vida y disciplina de los frailes que habían perdido el verdadero significado de su vocación. Además de predicador y reformador, Santiago ejerció también de mediador entre el rey de Bosnia Esteban Turko, y un pariente suyo, Radivoj, que se había proclamado rey legítimo de Bosnia con el apoyo de los turcos, en su afán por extenderse hacia el centro de Europa. Situación difícil, en la que el santo tuvo que desplegar toda su diplomacia, para no molestar a ninguno de los soberanos.
En 1433, por designación papal, Santiago regresó a Italia como predicador oficial del Capítulo general de los hermanos menores, reunido en Bolonia. Al año siguiente regresó a Bosnia, donde en algunas zonas había que predicar el Evangelio partiendo desde cero, pues había lugares donde se rendía culto a personas e incluso a animales. Será por este tiempo cuando compondrá su obra: “Tratado contra los herejes de Bosnia”.
En 1436 ejerció varios encargos diplomáticos, y ejerció como inquisidor en Hungría, Austria y Praga, donde pronunció el discurso oficial en la coronación del emperador Segismundo. En Austria, a petición de Segismundo, procuró la paz entre Hungría y Bohemia, sin necesidad de intervención militar, mediante acuerdos que favorecían a ambas partes. El 27 de agosto, el emperador, acompañado por Santiago, entraba triunfalmente en Praga.
En 1439 regresa a Italia, y se dedica a recorrer las principales ciudades del centro y norte de la península, llamando a la paz y a las buenas costumbres. El interés por oírle era tal, que muchos acudían con varias horas de antelación a coger sitio. En su predicación invitaba a todos a invocar el poderoso nombre de Jesús en los momentos de necesidad o peligro, y contaba los favores obtenidos por su invocación. En sus predicaciones exhortaba a no blasfemar, diciendo: La lengua es un miembro tan magnífico y útil, y un don de Dios tan excelente, con el que puedes manifestar tus necesidades a toda criatura, con el que debes alabar siempre a Dios, y no blasfemarlo". Y luego se extendía en contar numerosos ejemplos de desgracias acaecidas a los blasfemos. Después de sus predicaciones, muchos municipios incluyeron en su legislación medidas disciplinares contra la blasfemia. También denunciaba el vicio del juego, que podía llevar a la mentira, el robo e incluso al homicidio.
Estuvo siempre sembrando la paz, junto a san Juan de Capistrano, san Bernardino de Siena y beato Alberto de Sarteano, que fueron las columnas de la reforma franciscana, en lo que se ha dado en llamar “Observancia franciscana”.
Escribió: 12 Artículos para la concordia entre Conventuales y Observantes. Era tan perfectamente obediente que se cuenta, que estaba comiendo cuando recibió la orden del Papa para marcharse a Hungría, en ese instante se levantó, sin terminar de beber, y se puso en viaje. Predicó contra los que practicaban la usura e ideó, como otros franciscanos (los beatos Ángel Chivasso y Bernardino de Feltre), los Montes de Piedad. Sufrió terribles cólicos y, solamente temía una cosa, que el dolor le distrajese de la oración. Tuvo como discípulo al beato Pedro Corradino de Mogliano. Murió en Nápoles y está enterrado en la iglesia de Santa María Nova de esta ciudad. Fue canonizado en 1726 por Benedicto XIII.
miércoles, 27 de noviembre de 2024
Lecturas del 27/11/2024
Yo, Juan, vi en el cielo otra signo, grande y maravilloso: siete ángeles que llevaban siete plagas, las últimas, pues con ellas se consuma la ira de Dios.
Vi una especie de mar de vidrio mezclado con fuego; los vencedores de la bestia, de su imagen y del número de su nombre estaban de pie sobre el mar cristalino; tenían en la mano las citaras de Dios. Y cantan el cántico de Moisés, el siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: «Grandes y admirables son tus obras, Señor, Dios omnipotente, justos y verdaderos tus caminos, rey de los pueblos. ¿Quién no temerá y no dará gloria a tu nombre? Porque vendrán todas las naciones y se postrarán ante ti, porque tú solo eres santo y tus justas sentencias han quedado manifiestas».
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio.
Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».
Palabra del Señor.
27 de Noviembre – Beata Virgen de la Medalla Milagrosa
La Beata Virgo Maria de la Medalla Milagrosa del 1894 se celebra, al final de una novena, el 27 de noviembre a las 17, o bien, como recita la súplica "justo en el día y a la hora bendita, de ti elegida por la manifestación de tu Medalla."
De costumbre La novena perpetua se tiene cada sábado, o al menos al 27 de cada mes, con la representación integral del rosario: tres coronas, al menos hasta la introducción de los misterios luminosos, queridos por Giovanni Paolo II en el 2002, ya que los 15 misterios gozosos, dolorosos y gloriosos corresponderían a los 15 anillos que la Virgen llevó durante la aparición a la monja Labouré.
La Virgen a Santa Caterina Labourè cerca de Rue du Bac a París (Francia -1830):
Entonces se hizo oír una voz que me dijo: "Hacéis acuñar una medalla sobre este modelo; todas las personas que la llevarán, recibirán grandes gracias especialmente llevándola al cuello; las gracias serán abundantes para las personas que la llevarán con confianza... ".
Concierno los rayos que provienen de las manos de Maria, el Virgo mismo contestó:
"Son el símbolo de las Gracias que yo esparzo sobre las personas que me la preguntan."
¡Pues es bien llevar bien la medalla y rogar a la Virgen, preguntando gracias sobre todo espirituales!
En Medjugorje la Reyna de la Paz ha nombrado la medalla milagrosa en un mensaje dado a Maria cerca de la Cruz azul el 27 noviembre de 1989.
El Virgo Maria le dijo: "Deseo que en estos días roguéis de modo particular por la salvación de las almas. Hoy es el día de la Medalla Milagrosa y deseo que roguéis en particular por la salvación de todos los que llevan la Medalla. Deseo que la difundáis y la llevéis porque se pueda salvar un gran número de almas, pero en particular deseo que roguéis."
De costumbre La novena perpetua se tiene cada sábado, o al menos al 27 de cada mes, con la representación integral del rosario: tres coronas, al menos hasta la introducción de los misterios luminosos, queridos por Giovanni Paolo II en el 2002, ya que los 15 misterios gozosos, dolorosos y gloriosos corresponderían a los 15 anillos que la Virgen llevó durante la aparición a la monja Labouré.
La Virgen a Santa Caterina Labourè cerca de Rue du Bac a París (Francia -1830):
Entonces se hizo oír una voz que me dijo: "Hacéis acuñar una medalla sobre este modelo; todas las personas que la llevarán, recibirán grandes gracias especialmente llevándola al cuello; las gracias serán abundantes para las personas que la llevarán con confianza... ".
Concierno los rayos que provienen de las manos de Maria, el Virgo mismo contestó:
"Son el símbolo de las Gracias que yo esparzo sobre las personas que me la preguntan."
¡Pues es bien llevar bien la medalla y rogar a la Virgen, preguntando gracias sobre todo espirituales!
En Medjugorje la Reyna de la Paz ha nombrado la medalla milagrosa en un mensaje dado a Maria cerca de la Cruz azul el 27 noviembre de 1989.
El Virgo Maria le dijo: "Deseo que en estos días roguéis de modo particular por la salvación de las almas. Hoy es el día de la Medalla Milagrosa y deseo que roguéis en particular por la salvación de todos los que llevan la Medalla. Deseo que la difundáis y la llevéis porque se pueda salvar un gran número de almas, pero en particular deseo que roguéis."
martes, 26 de noviembre de 2024
Lecturas del 26/11/2024
Yo, Juan, miré y apareció una nube blanca; y sentado sobre la nube alguien como un Hijo de hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro y en su mano una hoz afilada. Salió otro ángel del santuario clamando con gran voz al que estaba sentado sobre la nube: «Mete tu hoz y siega; ha llegado la hora de la siega, pues ya está seca la mies de la tierra».
El que estaba sentado encima de la nube metió su hoz sobre la tierra y la tierra quedo segada. Otro ángel salió del santuario del cielo, llevando él también una hoz afilada. Y del altar salió otro ángel, el que tiene poder sobre el fuego, y le gritó con gran voz al que tenía la hoz afilada, diciendo: «Mete tu hoz afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque los racimos están maduros»
El ángel metió su hoz en la tierra y vendimió la viña de la tierra y echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios.
En aquel tiempo, algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el final no será enseguida». Entonces les decía: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambre y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo».
Palabra del Señor.
26 de Noviembre – San Leonardo de Puerto Mauricio
San Leonardo ha sido uno de los mejores predicadores que ha tenido Italia, y logró popularizar por todo el país el rezo del santo Vía Crucis. Nació en Puerto Mauricio (Italia) en 1676, estudió con los jesuitas en Roma, y a los 21 años logró entrar en la Comunidad de los franciscanos. Una vez ordenado sacerdote se dedicó con gran éxito a la predicación pero uniendo este apostolado al más estricto cumplimiento de los Reglamentos de su comunidad, y dedicando largos tiempos al silencio y a la contemplación.
Fue nombrado superior del convento franciscano de Florencia y allí exigía la más rigurosa obediencia a los severos reglamentos de la comunidad, y no recibía ayuda en dinero de nadie ni cobraba por la celebración de las misas. Como penitencia, él y sus frailes vivían únicamente de lo que recogían por las calles pidiendo limosna de casa en casa. Su convento se llenó de religiosos muy fervorosos y con ellos empezó a predicar grandes misiones por pueblos, campos y ciudades.
San Leonardo estimaba muchísimo el rezo del Santo Vía Crucis (las 14 estaciones del viaje de Jesús hacia la cruz). A él se debe que esta devoción se volviera tan popular y tan estimada entre las gentes devotas. Como penitencia en la confesión ponía casi siempre rezar un Vía Crucis, y en sus sermones no se cansaba de recomendar esta práctica piadosa. En todas las parroquias donde predicaba dejaba instaladas solemnemente las 14 estaciones del Vía Crucis, logrando erigir el Vía Crucis en 571 parroquias de Italia. Otras tres devociones que propagaba por todas partes eran la del Santísimo Sacramento, la del Sagrado Corazón de Jesús y la del Inmaculado Corazón de María.
Ya muy anciano y muy desgastado de tanto trabajar y hacer penitencia, y después de haber pasado 43 años recorriendo todo el país predicando misiones, tuvo que hacer un largo viaje en pleno invierno. Falleció en el año 1751.
Fue nombrado superior del convento franciscano de Florencia y allí exigía la más rigurosa obediencia a los severos reglamentos de la comunidad, y no recibía ayuda en dinero de nadie ni cobraba por la celebración de las misas. Como penitencia, él y sus frailes vivían únicamente de lo que recogían por las calles pidiendo limosna de casa en casa. Su convento se llenó de religiosos muy fervorosos y con ellos empezó a predicar grandes misiones por pueblos, campos y ciudades.
San Leonardo estimaba muchísimo el rezo del Santo Vía Crucis (las 14 estaciones del viaje de Jesús hacia la cruz). A él se debe que esta devoción se volviera tan popular y tan estimada entre las gentes devotas. Como penitencia en la confesión ponía casi siempre rezar un Vía Crucis, y en sus sermones no se cansaba de recomendar esta práctica piadosa. En todas las parroquias donde predicaba dejaba instaladas solemnemente las 14 estaciones del Vía Crucis, logrando erigir el Vía Crucis en 571 parroquias de Italia. Otras tres devociones que propagaba por todas partes eran la del Santísimo Sacramento, la del Sagrado Corazón de Jesús y la del Inmaculado Corazón de María.
Ya muy anciano y muy desgastado de tanto trabajar y hacer penitencia, y después de haber pasado 43 años recorriendo todo el país predicando misiones, tuvo que hacer un largo viaje en pleno invierno. Falleció en el año 1751.
lunes, 25 de noviembre de 2024
Lecturas del 25/11/2024
Yo, Juan, miré y he aquí que el Cordero estaba de pie sobre el monte Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban grabado en la frente su nombre y el nombre de su Padre. Oí también como una voz del cielo, como voz de muchas aguas y como voz de un trueno poderoso; y la voz que escuché era como de citaristas que tañían sus citaras.
Estos siguen al Cordero adondequiera que vaya. Estos fueron rescatados como primicias de los hombres para Dios y el Cordero. En su boca no se halló mentira: son intachables.
En aquel tiempo, alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el tesoro del templo; vio también una viuda pobre que echaba dos monedillas, y dijo: «En verdad os digo que esa viuda pobre ha echado más que todos, porque todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
Palabra del Señor.
25 de Noviembre – Beata Beatriz de Ornacieux
Beatriz de Ornacieux nació de noble linaje en la segunda mitad del siglo XII, en el sureste de Francia. A los trece años, con la precoz madurez de las mujeres medievales, ingresó en las monjas cartujas de Parménie, donde tuvo por maestra de novicias a Margarita de Oingt, monja muy conocida aún hoy por los escritos que nos ha legado. Entre los escritos de Margarita encontramos la vida de su santa novicia.
Beatriz era muy caritativa y paciente, socorriendo todas las necesidades de sus hermanas, trabajando en la cocina y en la enfermería.
El Maligno la atormentaba con espantosas fantasías impuras y fantasmas nocturnos: animales feroces y ruidos espantosos. Al principio su reacción fue pedir a Dios que la sacara del exilio de esta vida terrenal, pero una voz milagrosa le dijo que no deseara nada que no cumpliera la voluntad de Dios. «Recibe los consuelos que te doy y no rechaces los sufrimientos que te envío», añadió la voz. A partir de entonces se abandonó en las manos de Dios y sólo quiso hacer su voluntad.
Beatriz era un alma ardiente, encendida de amor por su Esposo Jesucristo. Este amor fue el motor de la vida de penitencia que llevó para seguir a Cristo lo más de cerca posible en sus sufrimientos. Él respondió a su ardiente amor y a sus sacrificios concediéndole un conocimiento íntimo de Sí mismo. Más tarde, sin embargo, el aparente abandono del Señor la hizo sufrir mucho. Finalmente, Beatriz gozó de la plena unión con Dios y recobró la perfecta paz de su alma, para no perderla nunca más.
En 1300, Parménie hizo una nueva fundación en Eymeu, también en el sureste de Francia. Beatriz fue elegida fundadora y priora. Allí murió santamente, el 25 de noviembre de 1303.
Cuando la Orden no pudo mantener Eymeu, sus reliquias fueron llevadas a Parménie. Este último monasterio tuvo que ser abandonado a causa de una sublevación de los albigenses. Poco después de que las monjas huyeran del monasterio, los herejes quemaron la Casa, y las preciosas reliquias de la Beata Beatriz se perdieron entre los escombros de la destrucción. Sin embargo, su culto nunca murió, especialmente en la Orden Cartujana, donde se la honró continuamente, como nos muestra una abundante iconografía. En el siglo XVII, una pastora de la región encontró las reliquias, y en 1697 el cardenal Le Camus declaró que eran auténticas. El obispo de Grenoble las inspeccionó de nuevo en 1839, con la apertura de su tumba. En 1869, el beato Pío IX permitió que su fiesta se celebrara en la Orden de los Cartujos cada 25 de noviembre.
Oración:
Por la imitación de la Pasión de Cristo hiciste, Señor, a la beata Beatriz, virgen, una víctima de tu amor; concédenos por su intercesión y ejemplo, compartir aquí en la tierra los padecimientos de tu Hijo y participar un día de tu gloria en el Cielo.
Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
Beatriz era muy caritativa y paciente, socorriendo todas las necesidades de sus hermanas, trabajando en la cocina y en la enfermería.
El Maligno la atormentaba con espantosas fantasías impuras y fantasmas nocturnos: animales feroces y ruidos espantosos. Al principio su reacción fue pedir a Dios que la sacara del exilio de esta vida terrenal, pero una voz milagrosa le dijo que no deseara nada que no cumpliera la voluntad de Dios. «Recibe los consuelos que te doy y no rechaces los sufrimientos que te envío», añadió la voz. A partir de entonces se abandonó en las manos de Dios y sólo quiso hacer su voluntad.
Beatriz era un alma ardiente, encendida de amor por su Esposo Jesucristo. Este amor fue el motor de la vida de penitencia que llevó para seguir a Cristo lo más de cerca posible en sus sufrimientos. Él respondió a su ardiente amor y a sus sacrificios concediéndole un conocimiento íntimo de Sí mismo. Más tarde, sin embargo, el aparente abandono del Señor la hizo sufrir mucho. Finalmente, Beatriz gozó de la plena unión con Dios y recobró la perfecta paz de su alma, para no perderla nunca más.
En 1300, Parménie hizo una nueva fundación en Eymeu, también en el sureste de Francia. Beatriz fue elegida fundadora y priora. Allí murió santamente, el 25 de noviembre de 1303.
Cuando la Orden no pudo mantener Eymeu, sus reliquias fueron llevadas a Parménie. Este último monasterio tuvo que ser abandonado a causa de una sublevación de los albigenses. Poco después de que las monjas huyeran del monasterio, los herejes quemaron la Casa, y las preciosas reliquias de la Beata Beatriz se perdieron entre los escombros de la destrucción. Sin embargo, su culto nunca murió, especialmente en la Orden Cartujana, donde se la honró continuamente, como nos muestra una abundante iconografía. En el siglo XVII, una pastora de la región encontró las reliquias, y en 1697 el cardenal Le Camus declaró que eran auténticas. El obispo de Grenoble las inspeccionó de nuevo en 1839, con la apertura de su tumba. En 1869, el beato Pío IX permitió que su fiesta se celebrara en la Orden de los Cartujos cada 25 de noviembre.
Oración:
Por la imitación de la Pasión de Cristo hiciste, Señor, a la beata Beatriz, virgen, una víctima de tu amor; concédenos por su intercesión y ejemplo, compartir aquí en la tierra los padecimientos de tu Hijo y participar un día de tu gloria en el Cielo.
Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
domingo, 24 de noviembre de 2024
24 de Noviembre 2024 – Jesucristo, Rey del Universo
Es la más reciente de las grandes solemnidades de Cristo. Celebrada por vez primera en 1926, ha entrado ya en el corazón del pueblo, se ha hecho familiar a las almas. El objeto que en ella se celebra es la realeza de Cristo, cuyo carácter precisan y concretan los textos litúrgicos del día.
Jesucristo es rey naturalmente, porque es Dios, porque en el comienzo del mundo «su soplo era llevado sobre las aguas», porque en el último día de la creación dijo con el Padre y el Espíritu Santo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.» Tiene sobre todas las cosas, por lo menos, el mismo poder que el alfarero sobre la vasija que acaba de fabricar. Pero es rey también en cuanto hombre, por su sacratísima humanidad unida al Verbo divino; rey en el orden espiritual y en el orden temporal; y éste es el principal aspecto que la liturgia propone a nuestra consideración. Ante todo, Cristo tiene una eminencia, una dignidad, que le constituye al frente de los hombres, que le hace «el primogénito de los muertos», el primero entre muchos hermanos, la cumbre más alta de todos los seres que componen el universo. Si una criatura es tanto más noble cuanto más se acerca a Dios, la grandeza de la humanidad de Cristo es la más alta que se puede imaginar. No hay orden de la naturaleza ni orden de la gracia que pueda comparársele. La unión de Jesús con Dios es una comunión íntima, vital, sustancial; y de esa unión, que la teología llama hipostática, nace la preeminencia soberana de Cristo hombre sobre todo el orden natural y sobrenatural. «Su poder es un poder eterno, que nadie le quitará, y su remo jamás será destruido... Dominará de mar a mar y desde el río hasta las extremidades de la tierra.» Así canta la liturgia esa grandeza. Y en Los Nombres de Cristo leemos estas bellas palabras: Él es aquel Señor que, como dice San Juan, trae broslado en su vestidura y en su muslo, Rey de los reyes y Señor de los señores. Él es el que tiene colgada de tres dedos la redondez de la tierra; el cual dispone las causas, mueve los cielos, muda los tiempos, altera los elementos, reparte las aguas, produce los vientos, engendra las cosas, influye en los planetas, y, como Rey y Señor universal, da de comer a todas las criaturas. Y lo que es más, este reino y señorío no es por sucesión, ni por elección, ni por herencia, sino por naturaleza.»
A la altura de la dignidad está la inteligencia. Exigimos de un gobernante que sepa a dónde va y a dónde lleva a los que gobierna. Aquí un gran consuelo para los discípulos de Jesucristo. La ciencia de su Rey, iluminada por divinos reverberos, comprende cuanto puede interesar a la criatura: el ritmo del orden creado, las leyes que rigen el universo, los acontecimientos providenciales de la Historia, que a nosotros se nos antojan ciegos y sin sentido; la gravitación misteriosa de las sociedades y de las civilizaciones, las órbitas invisibles del mundo de las almas, y los anhelos más recónditos de las voluntades humanas. «Plugo a Dios—dice San Pablo en la epístola de la Misa—que toda plenitud residiese en Él»; plenitud de divinidad y de gracia primeramente, pero también plenitud de ciencia y de verdad. Conoce, sobre todo, y esto es lo que más nos interesa, la madeja enmarañada de nuestro ser: nuestros desalientos, nuestras generosidades, nuestras infidelidades; todo el abismo hondo y oscuro de nuestra conciencia y de nuestra subconsciencia, cuyas regiones apenas hemos explorado nosotros mismos, por temor, por descuido, o porque, ávidos de recoger las impresiones externas, nos aburre la contemplación del panorama interno. Cristo, en cambio, le conoce palmo a palmo; sabe lo que somos y a dónde vamos; tiene el conocimiento perfecto de nuestro último fin, la posesión de Dios en la visión beatífica, después de las luchas, los descalabros y las victorias de nuestra existencia terrestre. Unido Dios personalmente desde el primer instante de su concepción, la esencia divina es para Él un espejo donde se reflejan todas las cosas; su inteligencia queda bañada en los esplendores de la eterna luz; la Trinidad Santa se revela a Él, y en su claridad descubre los misericordiosos designios de Dios sobre los hombres, los caminos misteriosos de su retorno a Dios y el lugar que cada uno de ellos ocupa en el plan de la bondad divina.
«Luego ¿tú eres rey?», preguntaba Pilato a Jesús en el más solemne interrogatorio que han visto los siglos. Y Jesús respondió: «Sí, lo soy... Pero mi reino no es de este mundo; si mi reino fuese de este mundo, mis vasallos lucharían para que no fuese entregado a los judíos.» Cristo renunciaba a intervenir en el gobierno temporal de los pueblos. Tiene un poder real, una autoridad omnímoda sobre todos los pueblos de la tierra y sobre todos sus gobernantes. Es el Rey de los reyes y el Señor de los señores. Hubiera podido dictarles sus leyes y sancionar su gobierno. Más no vino para eso a este mundo; no vino para exigir tributos, para juzgar a los hombres, para dirimir sus diferencias políticas; vino para salvarlos. El suyo es un poder de bondad, de amor, de misericordia. Es «un rey lleno de mansedumbre», «un príncipe pacificador», cuya influencia bienhechora se derrama sobre los individuos y las sociedades que por la fe reconocen su supremacía.
Esa mansedumbre de corazón es, según Fray Luis, una de las cosas «que engrandecen las excelencias y alabanzas de un rey, como el mismo Cristo de Sí lo testifica diciendo: Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón. Isaías canta de Él: No será bullicioso ni apagará una estopa que humee, ni una caña quebrantada la quebrará, siempre vemos altivez y severidad y soberbia en los príncipes, juzgamos que la humildad y llaneza es virtud de los pobres, y no miramos que la misma naturaleza divina, que es emperatriz sobre todo, con ser infinitamente alta, es llana infinitamente. Eso mismo que nosotros despreciando hollamos, los prados y el campo, la divina majestad no se desdeña de irlo pintando con hierbas y flores; por donde con voces llenas de alabanza y de admiración le dice David: ¿Quién es como nuestro Dios, que mora en las alturas y mira con cuidado hasta las más humildes bajezas y Él mismo juntamente está en el Cielo y en la tierra?»
El fin primordial de ese reino divino es guiar al hombre hasta el paraíso de la inocencia, protegerle contra sus enemigos espirituales, iluminarle en su camino hacia Dios, ponerle en posesión de sus eternos destinos. Es un imperio con ambiciones universales de conquista sobre el imperio del mal, que tiraniza las almas. La victoria de la luz sobre el mundo de las tinieblas, de la verdad sobre el error, de la pureza sobre la corrupción, es la condición de este reino; reino esencialmente militante, agresivo, conquistador, cuyas empresas belicosas no cesarán nunca, mientras los hombres continúen expuestos a los ataques de sus enemigos, el dolor y la muerte, la corrupción y el pecado.
Inaugurada en la Cruz, la lucha continúa a través de los siglos; y todo el triunfo se consigue siempre por medio de la Cruz. La Cruz es el trono, la espada y el cetro de Jesús. Su victoria es una obra de inmolación y de sacrificio; el camino del Calvario es un camino real, como le llaman los místicos; es un camino real, porque en la altura nace el reino eterno de Cristo sobre los elegidos. Cristo sigue recorriéndole a través de los siglos, dejando en él un riego fecundo de llanto y de sangre, hasta que, cumplidos los designios del Padre, Cristo, vencedor, le presente su conquista y ejerza para siempre su dominio soberano, en la eterna paz, sobre todas las cosas restauradas en un Cielo nuevo y una tierra nueva, mientras en torno suyo resuena el himno eucarístico de los bienaventurados: «Digno es el Cordero que fue inmolado de recibir el poder y la divinidad y la sabiduría y el honor y la fortaleza y la bendición. A Él la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.»
Jesucristo es rey naturalmente, porque es Dios, porque en el comienzo del mundo «su soplo era llevado sobre las aguas», porque en el último día de la creación dijo con el Padre y el Espíritu Santo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.» Tiene sobre todas las cosas, por lo menos, el mismo poder que el alfarero sobre la vasija que acaba de fabricar. Pero es rey también en cuanto hombre, por su sacratísima humanidad unida al Verbo divino; rey en el orden espiritual y en el orden temporal; y éste es el principal aspecto que la liturgia propone a nuestra consideración. Ante todo, Cristo tiene una eminencia, una dignidad, que le constituye al frente de los hombres, que le hace «el primogénito de los muertos», el primero entre muchos hermanos, la cumbre más alta de todos los seres que componen el universo. Si una criatura es tanto más noble cuanto más se acerca a Dios, la grandeza de la humanidad de Cristo es la más alta que se puede imaginar. No hay orden de la naturaleza ni orden de la gracia que pueda comparársele. La unión de Jesús con Dios es una comunión íntima, vital, sustancial; y de esa unión, que la teología llama hipostática, nace la preeminencia soberana de Cristo hombre sobre todo el orden natural y sobrenatural. «Su poder es un poder eterno, que nadie le quitará, y su remo jamás será destruido... Dominará de mar a mar y desde el río hasta las extremidades de la tierra.» Así canta la liturgia esa grandeza. Y en Los Nombres de Cristo leemos estas bellas palabras: Él es aquel Señor que, como dice San Juan, trae broslado en su vestidura y en su muslo, Rey de los reyes y Señor de los señores. Él es el que tiene colgada de tres dedos la redondez de la tierra; el cual dispone las causas, mueve los cielos, muda los tiempos, altera los elementos, reparte las aguas, produce los vientos, engendra las cosas, influye en los planetas, y, como Rey y Señor universal, da de comer a todas las criaturas. Y lo que es más, este reino y señorío no es por sucesión, ni por elección, ni por herencia, sino por naturaleza.»
A la altura de la dignidad está la inteligencia. Exigimos de un gobernante que sepa a dónde va y a dónde lleva a los que gobierna. Aquí un gran consuelo para los discípulos de Jesucristo. La ciencia de su Rey, iluminada por divinos reverberos, comprende cuanto puede interesar a la criatura: el ritmo del orden creado, las leyes que rigen el universo, los acontecimientos providenciales de la Historia, que a nosotros se nos antojan ciegos y sin sentido; la gravitación misteriosa de las sociedades y de las civilizaciones, las órbitas invisibles del mundo de las almas, y los anhelos más recónditos de las voluntades humanas. «Plugo a Dios—dice San Pablo en la epístola de la Misa—que toda plenitud residiese en Él»; plenitud de divinidad y de gracia primeramente, pero también plenitud de ciencia y de verdad. Conoce, sobre todo, y esto es lo que más nos interesa, la madeja enmarañada de nuestro ser: nuestros desalientos, nuestras generosidades, nuestras infidelidades; todo el abismo hondo y oscuro de nuestra conciencia y de nuestra subconsciencia, cuyas regiones apenas hemos explorado nosotros mismos, por temor, por descuido, o porque, ávidos de recoger las impresiones externas, nos aburre la contemplación del panorama interno. Cristo, en cambio, le conoce palmo a palmo; sabe lo que somos y a dónde vamos; tiene el conocimiento perfecto de nuestro último fin, la posesión de Dios en la visión beatífica, después de las luchas, los descalabros y las victorias de nuestra existencia terrestre. Unido Dios personalmente desde el primer instante de su concepción, la esencia divina es para Él un espejo donde se reflejan todas las cosas; su inteligencia queda bañada en los esplendores de la eterna luz; la Trinidad Santa se revela a Él, y en su claridad descubre los misericordiosos designios de Dios sobre los hombres, los caminos misteriosos de su retorno a Dios y el lugar que cada uno de ellos ocupa en el plan de la bondad divina.
«Luego ¿tú eres rey?», preguntaba Pilato a Jesús en el más solemne interrogatorio que han visto los siglos. Y Jesús respondió: «Sí, lo soy... Pero mi reino no es de este mundo; si mi reino fuese de este mundo, mis vasallos lucharían para que no fuese entregado a los judíos.» Cristo renunciaba a intervenir en el gobierno temporal de los pueblos. Tiene un poder real, una autoridad omnímoda sobre todos los pueblos de la tierra y sobre todos sus gobernantes. Es el Rey de los reyes y el Señor de los señores. Hubiera podido dictarles sus leyes y sancionar su gobierno. Más no vino para eso a este mundo; no vino para exigir tributos, para juzgar a los hombres, para dirimir sus diferencias políticas; vino para salvarlos. El suyo es un poder de bondad, de amor, de misericordia. Es «un rey lleno de mansedumbre», «un príncipe pacificador», cuya influencia bienhechora se derrama sobre los individuos y las sociedades que por la fe reconocen su supremacía.
Esa mansedumbre de corazón es, según Fray Luis, una de las cosas «que engrandecen las excelencias y alabanzas de un rey, como el mismo Cristo de Sí lo testifica diciendo: Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón. Isaías canta de Él: No será bullicioso ni apagará una estopa que humee, ni una caña quebrantada la quebrará, siempre vemos altivez y severidad y soberbia en los príncipes, juzgamos que la humildad y llaneza es virtud de los pobres, y no miramos que la misma naturaleza divina, que es emperatriz sobre todo, con ser infinitamente alta, es llana infinitamente. Eso mismo que nosotros despreciando hollamos, los prados y el campo, la divina majestad no se desdeña de irlo pintando con hierbas y flores; por donde con voces llenas de alabanza y de admiración le dice David: ¿Quién es como nuestro Dios, que mora en las alturas y mira con cuidado hasta las más humildes bajezas y Él mismo juntamente está en el Cielo y en la tierra?»
El fin primordial de ese reino divino es guiar al hombre hasta el paraíso de la inocencia, protegerle contra sus enemigos espirituales, iluminarle en su camino hacia Dios, ponerle en posesión de sus eternos destinos. Es un imperio con ambiciones universales de conquista sobre el imperio del mal, que tiraniza las almas. La victoria de la luz sobre el mundo de las tinieblas, de la verdad sobre el error, de la pureza sobre la corrupción, es la condición de este reino; reino esencialmente militante, agresivo, conquistador, cuyas empresas belicosas no cesarán nunca, mientras los hombres continúen expuestos a los ataques de sus enemigos, el dolor y la muerte, la corrupción y el pecado.
Inaugurada en la Cruz, la lucha continúa a través de los siglos; y todo el triunfo se consigue siempre por medio de la Cruz. La Cruz es el trono, la espada y el cetro de Jesús. Su victoria es una obra de inmolación y de sacrificio; el camino del Calvario es un camino real, como le llaman los místicos; es un camino real, porque en la altura nace el reino eterno de Cristo sobre los elegidos. Cristo sigue recorriéndole a través de los siglos, dejando en él un riego fecundo de llanto y de sangre, hasta que, cumplidos los designios del Padre, Cristo, vencedor, le presente su conquista y ejerza para siempre su dominio soberano, en la eterna paz, sobre todas las cosas restauradas en un Cielo nuevo y una tierra nueva, mientras en torno suyo resuena el himno eucarístico de los bienaventurados: «Digno es el Cordero que fue inmolado de recibir el poder y la divinidad y la sabiduría y el honor y la fortaleza y la bendición. A Él la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.»
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