Miré y vi que colocaban unos tronos. Un anciano se sentó.	
	
	
Su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas; un río impetuoso de fuego brotaba y corría ante él. Miles y miles lo servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros.	
	
	
Seguí mirando. Y en mi visión nocturna vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo.	
	
	
Avanzó hacia el anciano y llegó hasta su presencia.	
	
	
A él se le dio poder, honor y reino.	
	
	
Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron.	
	
	
Su poder es un poder eterno, no cesará.	
	
	
Su reino no acabará.	
	
	
En aquel tiempo, vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño».	
	
	
Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?».	
	
	
Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi».	
	
	
Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel».	
	
	
Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores».	
	
	
Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».	
	
Palabra del Señor.



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