En la ciudad de El Cairo, en Egipto, beata María Catalina Troiani, virgen de la Tercera Orden Regular de San Francisco, que desde Italia fue enviada a ese país africano, donde fundó una nueva familia de Hermanas Franciscanas Misioneras.
Constanza nació en Giuliano di Roma, provincia de Frosinone, en el Lacio, en el seno de una familia acomodada. Su madre falleció en 1819, y su padre se vio en la necesidad de confiarla, para su educación, a las religiosas que tenían un colegio pensionado en el convento de Santa Clara de la Caridad situado en Ferentino (Frosinone). En 1829, a la edad de 16 años, vistió el hábito franciscano allí mismo. Al año siguiente fue admitida a la profesión religiosa, y Constanza tomó el nombre de sor María Catalina de Santa Rosa de Viterbo. Se le confió enseguida el cargo de enseñante en la escuela y luego el de vicemaestra de las educandas, además de otros varios oficios en el seno de la comunidad religiosa. Escribió entonces la crónica de su monasterio desde que se fundó en 1803.
Desde aquel tiempo se sintió fuertemente atraída por la contemplación de Jesús crucificado, por el amor a la penitencia y a la vida oculta imitando la de Cristo en Nazaret. En el año 1835, cuando contaba 22 años de edad, se sintió fuertemente llamada a trabajar en las misiones extranjeras, pero tuvo que esperar muchos años, unos 24, para poder llevar a cabo esa vocación. Mientras tanto se dedicó a la animación misional entre sus compañeras. Y tan acertadamente lo hizo, que florecieron en su monasterio las vocaciones misioneras.
Fueron llamadas por el vicario apostólico del Cairo; pero cuando las religiosas llegaron a la capital egipcia (1859), recibieron la noticia que el prelado había muerto, con los cual se encontraron desamparadas, sin mentor, en un país extraño; pero allí estaba Catalina que les dijo: "animo hermanas. Nos hemos desprendido de la tierra y nos encontraremos entre el cielo y el mar, pero no temamos, porque nos guía el Altísimo. Hemos perdido a un padre en la tierra, pero tenemos el Padre del cielo que jamás nos abandona. ¡Animo! ¡adelante!".
De inmediato ocuparon la casa misión de Clot-Bey que se les había preparado en El Cairo Nuevo, aunque su primer trabajo lo desarrollaron en la iglesia católica de Muski que regían los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa. Muy pronto la superiora que había guiado al grupo de misioneras hasta Egipto cayó gravemente enferma, y sor María Catalina tuvo que ponerse al frente de las obras que habían emprendido. Luego, en 1863, fue elegida superiora de la casa misión.
La comunidad de Santa Clara de Ferentino se transformó en 1842 en monasterio, aceptando la clausura, y, aunque en 1859 había organizado la primera expedición de religiosas a Egipto, en 1865 decidió renunciar a aquella misión tan distante dadas las nuevas circunstancias y las dificultades surgidas. A ello contribuyó el hecho de que el delegado apostólico que sucedió a Mons. Guasco redactó unas constituciones nuevas para las misioneras, que debían sustituir a las que ellas habían traído de Ferentino, lo que no fue del agrado del obispo de esta ciudad ni de las monjas del monasterio de Santa Clara. Así sucedió que, buscando todos el mayor bien, surgió un conflicto entre autoridades y proyectos. En consecuencia, sor María Catalina y sus hermanas tuvieron que afrontar la alternativa en que al fin las puso la comunidad de Ferentino: abandonar las obras emprendidas y regresar a la casa madre, o independizarse de ésta. Fue un trance muy triste y doloroso para las misioneras. Sor María Catalina y las demás religiosas decidieron permanecer en Egipto, separándose con dolor de su casa de origen. En 1868, después de los acuerdos alcanzados entre las autoridades afectadas, la Orden de Hermanos Menores y la Congregación de Propaganda Fide, mediante decreto pontificio, la misión de Clot-Bey quedó constituida como instituto autónomo, del que fue reconocida como fundadora y nombrada superiora general María Catalina, la cual fue confirmada en su cargo en el primer capítulo general, celebrado en 1877, y después de nuevo en 1883. El nuevo instituto adoptó desde el primer momento la Regla de la Tercera Orden Franciscana, aprobada por León X para los terciarios regulares (TOR), con unas constituciones adaptadas a la situación misionera del mismo, que fueron aprobadas en 1876. De este modo nació una nueva congregación de derecho pontificio, la de las Franciscanas Misioneras del Corazón Inmaculado de María, hasta 1950 llamadas Franciscanas Misioneras de Egipto, que en 1897 fue agregada a la Orden Franciscana.
A las obras y actividades iniciales, la madre María Catalina fue añadiendo otras nuevas como respuesta a las muchas necesidades con que se encontraba en la población y particularmente en la infancia de aquel país. Su celo apostólico y su caridad se desarrollaron especialmente en dos obras misionales y sociales: la una, iniciada en 1860 en colaboración con dos sacerdotes, Olivieri y Versi, empeñados en la lucha contra la esclavitud, y destinada a rescatar y educar a las niñas negras esclavas, y la otra, iniciada en 1872, dedicada a recoger a los expósitos, recién nacidos abandonados. Las niñas pequeñas abandonadas al nacer o destinadas a los harenes turcos eran buscadas o acogidas, incluso pagando rescate por ellas. Para las niñas que gozaban de buena salud buscaba nodrizas que las criaran, y más tarde las confiaba a familias adoptivas. Con todo, eran muchas las pequeñas que estaban exánimes y pronto fallecían. Las niñas y las gentes, conmovidas por su bondad y entrega, la llamaban cariñosamente "Mamá Blanca". Con estas obras la madre María Catalina se insertó en lo más vivo de la lucha por el rescate y redención de los esclavos y por la dignidad de la mujer, uniéndose a los grandes líderes anti esclavistas de aquel tiempo como Olivieri, Versi, san Daniel Comboni y el franciscano beato Ludovico da Casoria.
En 1882, cuando estaba proyectando la apertura de nuevas casas, estalló la guerra anglo-turca. El consulado italiano pidió a las religiosas que salieran del país porque no podía garantizar su seguridad. La Madre y las hermanas tienen que marcharse a Roma; pero, tan pronto como se restablece la paz en Egipto, volvieron a su casa y misión, que permaneció intacta, y reanudaron su labor misionera y social. De nuevo son incontables las niñas y jóvenes que llenan sus aulas y sus centros de acogida. Pero en 1883 se extendió la epidemia del cólera, y las víctimas fueron incontables; las religiosas, a las que no faltó el ejemplo y las palabras de aliento de la madre María Catalina, no abandonaron sus puestos de trabajo sino que se multiplicaron en sus tareas para asistir a los apestados aun exponiendo las propias vidas.
Durante sus 28 años de actividad misionera, la madre María Catalina abrió, con la colaboración de las autoridades y la ayuda de las personas a las que tendió la mano, numerosas casas en Egipto, en Jerusalén, en Malta, en Italia. Ella procedía de un ambiente de fuerte espiritualidad franciscana, e imprimió esa espiritualidad en su propia vida y en todas sus obras.
El 10 de abril de 1887, víspera de Pascua, la Madre Troiani, enferma y agotada, tuvo que meterse en cama, sin esperanza de recuperación porque su organismo está exhausto. Y el 6 de mayo de 1887, después de haber recibido por última vez la Eucaristía, falleció plácidamente en Clot-Bey, a los 74 años de edad. Al día siguiente, sus funerales se trasformaron en una solemne celebración con la presencia de cristianos y de musulmanes y entre el llanto especialmente de tantas mujeres beneficiarias de su obra, todos los cuales querían rendir un último homenaje a aquella apóstol de la caridad. Fue enterrada de momento en el cementerio latino de El Cairo, pero sus restos mortales fueron luego trasladados a la capilla de Clot-Bey, y en 1967 a Roma, y se veneran en la iglesia de la casa general del Instituto, dedicada al Corazón Inmaculado de María. Fue beatificada por SS Juan Pablo II el 14 de abril de 1985.
Constanza nació en Giuliano di Roma, provincia de Frosinone, en el Lacio, en el seno de una familia acomodada. Su madre falleció en 1819, y su padre se vio en la necesidad de confiarla, para su educación, a las religiosas que tenían un colegio pensionado en el convento de Santa Clara de la Caridad situado en Ferentino (Frosinone). En 1829, a la edad de 16 años, vistió el hábito franciscano allí mismo. Al año siguiente fue admitida a la profesión religiosa, y Constanza tomó el nombre de sor María Catalina de Santa Rosa de Viterbo. Se le confió enseguida el cargo de enseñante en la escuela y luego el de vicemaestra de las educandas, además de otros varios oficios en el seno de la comunidad religiosa. Escribió entonces la crónica de su monasterio desde que se fundó en 1803.
Desde aquel tiempo se sintió fuertemente atraída por la contemplación de Jesús crucificado, por el amor a la penitencia y a la vida oculta imitando la de Cristo en Nazaret. En el año 1835, cuando contaba 22 años de edad, se sintió fuertemente llamada a trabajar en las misiones extranjeras, pero tuvo que esperar muchos años, unos 24, para poder llevar a cabo esa vocación. Mientras tanto se dedicó a la animación misional entre sus compañeras. Y tan acertadamente lo hizo, que florecieron en su monasterio las vocaciones misioneras.
Fueron llamadas por el vicario apostólico del Cairo; pero cuando las religiosas llegaron a la capital egipcia (1859), recibieron la noticia que el prelado había muerto, con los cual se encontraron desamparadas, sin mentor, en un país extraño; pero allí estaba Catalina que les dijo: "animo hermanas. Nos hemos desprendido de la tierra y nos encontraremos entre el cielo y el mar, pero no temamos, porque nos guía el Altísimo. Hemos perdido a un padre en la tierra, pero tenemos el Padre del cielo que jamás nos abandona. ¡Animo! ¡adelante!".
De inmediato ocuparon la casa misión de Clot-Bey que se les había preparado en El Cairo Nuevo, aunque su primer trabajo lo desarrollaron en la iglesia católica de Muski que regían los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa. Muy pronto la superiora que había guiado al grupo de misioneras hasta Egipto cayó gravemente enferma, y sor María Catalina tuvo que ponerse al frente de las obras que habían emprendido. Luego, en 1863, fue elegida superiora de la casa misión.
La comunidad de Santa Clara de Ferentino se transformó en 1842 en monasterio, aceptando la clausura, y, aunque en 1859 había organizado la primera expedición de religiosas a Egipto, en 1865 decidió renunciar a aquella misión tan distante dadas las nuevas circunstancias y las dificultades surgidas. A ello contribuyó el hecho de que el delegado apostólico que sucedió a Mons. Guasco redactó unas constituciones nuevas para las misioneras, que debían sustituir a las que ellas habían traído de Ferentino, lo que no fue del agrado del obispo de esta ciudad ni de las monjas del monasterio de Santa Clara. Así sucedió que, buscando todos el mayor bien, surgió un conflicto entre autoridades y proyectos. En consecuencia, sor María Catalina y sus hermanas tuvieron que afrontar la alternativa en que al fin las puso la comunidad de Ferentino: abandonar las obras emprendidas y regresar a la casa madre, o independizarse de ésta. Fue un trance muy triste y doloroso para las misioneras. Sor María Catalina y las demás religiosas decidieron permanecer en Egipto, separándose con dolor de su casa de origen. En 1868, después de los acuerdos alcanzados entre las autoridades afectadas, la Orden de Hermanos Menores y la Congregación de Propaganda Fide, mediante decreto pontificio, la misión de Clot-Bey quedó constituida como instituto autónomo, del que fue reconocida como fundadora y nombrada superiora general María Catalina, la cual fue confirmada en su cargo en el primer capítulo general, celebrado en 1877, y después de nuevo en 1883. El nuevo instituto adoptó desde el primer momento la Regla de la Tercera Orden Franciscana, aprobada por León X para los terciarios regulares (TOR), con unas constituciones adaptadas a la situación misionera del mismo, que fueron aprobadas en 1876. De este modo nació una nueva congregación de derecho pontificio, la de las Franciscanas Misioneras del Corazón Inmaculado de María, hasta 1950 llamadas Franciscanas Misioneras de Egipto, que en 1897 fue agregada a la Orden Franciscana.
A las obras y actividades iniciales, la madre María Catalina fue añadiendo otras nuevas como respuesta a las muchas necesidades con que se encontraba en la población y particularmente en la infancia de aquel país. Su celo apostólico y su caridad se desarrollaron especialmente en dos obras misionales y sociales: la una, iniciada en 1860 en colaboración con dos sacerdotes, Olivieri y Versi, empeñados en la lucha contra la esclavitud, y destinada a rescatar y educar a las niñas negras esclavas, y la otra, iniciada en 1872, dedicada a recoger a los expósitos, recién nacidos abandonados. Las niñas pequeñas abandonadas al nacer o destinadas a los harenes turcos eran buscadas o acogidas, incluso pagando rescate por ellas. Para las niñas que gozaban de buena salud buscaba nodrizas que las criaran, y más tarde las confiaba a familias adoptivas. Con todo, eran muchas las pequeñas que estaban exánimes y pronto fallecían. Las niñas y las gentes, conmovidas por su bondad y entrega, la llamaban cariñosamente "Mamá Blanca". Con estas obras la madre María Catalina se insertó en lo más vivo de la lucha por el rescate y redención de los esclavos y por la dignidad de la mujer, uniéndose a los grandes líderes anti esclavistas de aquel tiempo como Olivieri, Versi, san Daniel Comboni y el franciscano beato Ludovico da Casoria.
En 1882, cuando estaba proyectando la apertura de nuevas casas, estalló la guerra anglo-turca. El consulado italiano pidió a las religiosas que salieran del país porque no podía garantizar su seguridad. La Madre y las hermanas tienen que marcharse a Roma; pero, tan pronto como se restablece la paz en Egipto, volvieron a su casa y misión, que permaneció intacta, y reanudaron su labor misionera y social. De nuevo son incontables las niñas y jóvenes que llenan sus aulas y sus centros de acogida. Pero en 1883 se extendió la epidemia del cólera, y las víctimas fueron incontables; las religiosas, a las que no faltó el ejemplo y las palabras de aliento de la madre María Catalina, no abandonaron sus puestos de trabajo sino que se multiplicaron en sus tareas para asistir a los apestados aun exponiendo las propias vidas.
Durante sus 28 años de actividad misionera, la madre María Catalina abrió, con la colaboración de las autoridades y la ayuda de las personas a las que tendió la mano, numerosas casas en Egipto, en Jerusalén, en Malta, en Italia. Ella procedía de un ambiente de fuerte espiritualidad franciscana, e imprimió esa espiritualidad en su propia vida y en todas sus obras.
El 10 de abril de 1887, víspera de Pascua, la Madre Troiani, enferma y agotada, tuvo que meterse en cama, sin esperanza de recuperación porque su organismo está exhausto. Y el 6 de mayo de 1887, después de haber recibido por última vez la Eucaristía, falleció plácidamente en Clot-Bey, a los 74 años de edad. Al día siguiente, sus funerales se trasformaron en una solemne celebración con la presencia de cristianos y de musulmanes y entre el llanto especialmente de tantas mujeres beneficiarias de su obra, todos los cuales querían rendir un último homenaje a aquella apóstol de la caridad. Fue enterrada de momento en el cementerio latino de El Cairo, pero sus restos mortales fueron luego trasladados a la capilla de Clot-Bey, y en 1967 a Roma, y se veneran en la iglesia de la casa general del Instituto, dedicada al Corazón Inmaculado de María. Fue beatificada por SS Juan Pablo II el 14 de abril de 1985.
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