sábado, 20 de enero de 2018

Lecturas



En aquellos días, David regresó tras derrotar a Amaalec y se detuvo dos días en Sicelag.
Al tercer día vino un hombre del campamento de Saúl, con las vestiduras rasgadas y tierra en la cabeza. Al llegar a la presencia de David, cayó en tierra y se postró. David le preguntó:
«¿De dónde vienes?» Respondió:
«He huido del campamento de Israel». David le preguntó de nuevo:
«¿Qué ha sucedido? Cuéntamelo.» Respondió:
«La tropa ha huido de la batalla y muchos del pueblo han caído entre ellos Saúl y su hijo Jonatán».
Entonces David, echando mano a sus vestidos, los rasgo, lo mismo que sus acompañantes. Hicieron duelo, lloraron y ayunaron hasta la tarde por Saúl, por su hijo Jonatán, por el pueblo del Señor y por la casa de Israel, caídos a espada. Y dijo David:
«La flor de Israel herida en tus alturas. Cómo han caído los héroes. Saúl y Jonatán, amables y gratos en su vida, inseparables en su muerte, más veloces que águilas, más valientes que los leones.
Hijas de Israel, llorad por Saúl, que os cubría de púrpura y adornos, que adornaba con alhajas de oro vuestros vestidos.
Cómo han caído los héroes en medio del combate. Jonatán, herido en tus alturas.
Estoy apenado por ti, Jonatán, hermano mío. Me ras gratísimo, tu amistad me resultaba más dulce que el amor de las mujeres.
Cómo han caído los héroes. Han perecido las armas de combate».


En aquel tiempo, Jesús llega a casa con sus discípulos y de nuevo se junta tanta gente que no los dejaban ni comer.
Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.

Palabra del Señor.

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