domingo, 1 de octubre de 2017

Homilía



La parábola del evangelio de hoy va dirigida a la clase dirigente judía: escribas, fariseos, saduceos, herodianos y notables del pueblo.

La narración empieza con una pregunta:

“¿Qué os parece?”

Es una manera directa, por parte de Jesús, de pedir opiniones a la gente que ha contemplado, poco tiempo antes, la expulsión de los mercaderes del templo (Mate 21, 12-17) y de secar una higuera que no había dado el fruto requerido.

Con estos gestos proféticos, Jesús pretende denunciar el progresivo deterioro de las buenas costumbres y el crecimiento de las actividades comerciales en torno al templo, así como cortar de raíz la hipocresía de aquellos que predican la Palabra de Dios sin dar ejemplo.

Son momentos de fuerte tensión, porque la clase dirigente percibe el menoscabo de su autoridad e influencia, al ponerse en evidencia su nepotismo y abuso de poder.

Temen quedar relegados a un segundo plano y ser cuestionados por la masa social que les mantiene en el gobierno.

Por eso traman la muerte de Jesús y buscan argumentos para condenarle.

Las verdades ofenden a los que hacen de la mentira su norma de acción.

El parecer del pueblo es voluble y se deja fácilmente manipular.

Basta con sembrar difamaciones, propagar calumnias y establecer estados de opinión al abrigo de supuestos falsos.

Nada ha cambiado en este aspecto en el ámbito político y religioso.

Porque menudean las descalificaciones a sacerdotes, religiosos y religiosas cuando intervienen en causas justas, bajo el pretexto de que se meten en política.

Se intenta apagar la voz de la Iglesia en temas tan vitales como el aborto y la eutanasia con panfletos y pintadas a la entrada de los templos o gestos obscenos dentro de ellos.

Los justos son condenados o asesinados por grupos radicales y violentos sin escrúpulos, que imponen sus leyes de terror para ejercer un dominio absoluto sobre una sociedad atemorizada.

Cabe también preguntarse: ¿Qué nos parece todo esto?


Nos podemos identificar con cualquiera de los dos hermanos de la parábola a quienes su padre envía a trabajar a la viña;

O bien con el hijo mayor que afirma ir, pero después no va, o con el hijo menor, que se niega en principio, pero después, arrepentido, va.

¡Cuántas promesas incumplidas! ¡Cuántas buenas palabras que se lleva el viento!

Sabemos lo que tenemos que hacer, pero nos falta para Dios el tiempo que nos sobra para otras cosas, posponemos la conversión o damos largas al cultivo espiritual de nuestra vida.

Hay una expresión que se repite mucho en la sociedad actual: “Me lo pensaré”.

Es una forma de quedar bien sin decir “no”, que no implica compromiso alguno.

Pero también, y a pesar de nuestras desobediencias y rebeldías, hemos vuelto arrepentidos a la viña del Señor para cumplir su voluntad.

Existe en nosotros, como en San Pablo, una lucha interna entre la debilidad de la carne, que nos arrastra hacia el mal y nos impide cumplir los buenos propósitos, y la fuerza del Espíritu de Dios, que nos guía a la conversión.

Jesús percibe ya próxima muerte y es fiel al itinerario que el Padre del cielo le ha señalado.

Con esta parábola instruye a los suyos a que prediquen con el ejemplo y no se dejen arrastrar de palabras huecas e ilusiones vanas.

No valen las medias tintas, ni se trata de saber discernir entre el bien y el mal, sino de conocer el bien y practicarlo.

En este sentido, es bien aleccionadora la reflexión de Jesús:

“Los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios” (Mateo 21, 32).

La sabiduría popular, rica en refranes y sentencias, extrae conclusiones sobre las actitudes ante la vida y afirma:

“Obras son amores y no buenas razones”.

Algo que experimentamos cada día entre gente, cristiana o no, que ayuda en las desgracias ajenas, mientras otros, oficialmente bien considerados, ponen excusas a la hora de echar una mano.

Traemos a colación el testimonio de miles de cristianos martirizados en Siria e Irak por las tropas del Estado Islámico, porque no han querido apostatar de su fe ante las presiones y la crueldad del yihadismo islamista.

El odio, la violencia y el revanchismo se suele cebar con los más humildes y vulnerables, a quienes se usa como rehenes para obtener ventajas económicas y sembrar el terror.

Rezamos por ellos y por todos los que están amenazados por la intransigencia del radicalismo islámico, que comienza a ser una seria amenaza para el mundo.

Es ahora y no mañana cuando el Señor nos llama a trabajar en su viña.

No rechacemos su invitación.

La palabra “amén”, con la que solemos terminar nuestras oraciones, es un sí rotundo a la fe que profesamos.


“Si deseas hacer feliz a alguien que quieres mucho, díselo hoy, sé bueno… En vida, hermano, en vida.

Si deseas dar una flor, no esperes a que se mueran, mándala hoy con amor… En vida, hermano, en vida.

Si deseas decir: “te quiero” a la gente de tu casa y al amigo que está cerca o vive lejos… En vida, hermano, en vida.

No esperes a que se muera la gente para quererla y hacerle sentir tu afecto… En vida, hermano, en vida.

Tú serás más feliz si aprendes a hacer felices a todos los que conozcas… En vida, hermano, en vida.

Nunca visites panteones, ni llenes tumbas de flores, llena de amor corazones… En vida, hermano, en vida.

Señor, conocemos los ideales, pero nos falta fuerza de voluntad para ponerlos en marcha.

Por eso hacemos nuestra la oración del salmista:


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