jueves, 3 de noviembre de 2016

Lecturas



Hermanos:
Los circuncisos somos nosotros, los que damos culto en el Espíritu de Dios y ponemos nuestra gloria en Cristo Jesús, sin confiar en la carne. Aunque también yo tendría motivos para confiar en ella. Y si alguno piensa que puede hacerlo, yo mucho más, circuncidado a los ocho días, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo hijo de los hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto celo, perseguidor de la Iglesia, en cuanto a la justicia de la ley, irreprochable. Sin embargo, todo eso que para mí era ganancia, lo consideré pérdida a causa de Cristo.
Más aún: todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.


En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ése acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola:
«Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido.”
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O ¿qué mujer tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido.”
Os digo que la misma alegría habrá tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».

Palabra del Señor.

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