domingo, 6 de septiembre de 2015

Homilía


El profeta Isaías describe un marco ideal bajo la expectativa mesiánica, pues el Mesías inaugurará unos tiempos nuevos en los que ya no habrá sufrimiento y hasta la muerte será destruida (Isaías 25, 5ss).

La llegada de la salvación divina va acompañada del regalo de la retribución temporal, de curación de las enfermedades físicas y de especial vitalidad de la naturaleza, pues el desierto y la estepa tendrán ricos manantiales.

Por contraste, según la Ley del Talión, la venida de Dios se significará por el castigo de los enemigos responsables de las atrocidades, los abusos y la opresión del pueblo.

Jesús asume los signos de curación descritos por Isaías y marca las bases fundamentales de su mesianismo dando a conocer el Reino de Dios e introduciendo “la misericordia, la justicia y la lealtad” (Mateo 23, 23b) como fuente de verdad en las comunicaciones humanas y en la relación personal con Dios.

En este sentido, Santiago -segunda lectura- interpreta el mensaje de Jesús de forma radical.

Para él todo cristiano debe vivir su fe con coherencia, lejos de favoritismos y sin dejarse seducir de las glorias mundanas.

Nada de privilegios a ricos y poderosos.

Discriminar a las personas por las razones que fueren significa no reconocer su igual dignidad ante Dios y dejarse llevar por los dictados del mundo, cuyo fin es el poder y la gloria y cuyos planteamientos perversos distan mucho de lo que Jesús pide.

Santiago exalta al pobre, no por el hecho de ser pobre, sino por su abandono a la providencia y por preferir las inseguridades materiales a la seguridad de las riquezas injustas.

Santiago nos da una lección de lo que debe ser el comportamiento del creyente en Jesús en el contexto en que vive.

Abundan, por desgracia, las desigualdades y cada año se abre más el abismo entre ricos y pobres.

La interrelación entre los pueblos está también globalizando la economía. El hundimiento de un país arrastra a los demás en la incertidumbre, porque existen círculos viciosos de intereses creados que se pretenden salvaguarda a cualquier precio.

La corrupción existente en las altas esferas de las naciones está minando la credibilidad de los gobernantes y creando caldos de cultivo que propician el resurgir de grupos antisistema, cuyos planteamientos ideológicos, sustentados en métodos de convivencia ya fracasados, no auguran nada bueno.

Pero la corrupción no es patrimonio de los de “arriba”.

También prolifera en las clases bajas, sobre todo cuando escasean los principios morales y uno se habitúa a la injusticia del “todo vale”.

Examinémonos. Si la mayoría evade los impuestos o hace trampas a la Seguridad Social. ¿Quién paga la Sanidad, las Escuelas, las Carreteras…?

Seamos justos. Independientemente de lo que hagan los demás, yo, cristiano, debo obrar en conciencia, contribuir al bien común y facilitar la comunión con los vecinos.

Está claro que se necesita una regeneración moral de las costumbres. Y éstas no cambiarán si no hay primero una conversión en la mente y en el corazón de cada uno.

El relato de San Marcos nos sorprende muy positivamente, porque sitúa a Jesús en tierra de paganos, fuera de las fronteras de Israel.

Además pone el acento en un sordomudo para subrayar que no hay peor sordera que la del que no quiere oír.

No hay mudez más grande que la que impide escuchar la Palabra de Dios y honrarle con los labios.

Sin embargo, gracias a Jesús, se revierte la situación, porque los verdaderos sordos, los que no sabían oír la Palabra de Dios, se vuelven capaces de oírla; y los que no podían hablar a Dios para honrarle pronuncian ahora palabras de fe.

Entremos, fijándonos en el evangelio, en la realidad de nuestra vida. Vivimos hoy en “tierra de paganos”.

No nos basta decir que nuestro pueblo, nuestra región o nuestra nación es mayoritariamente católica cuando tan sólo el 20%, siendo generosos, acude a la Eucaristía dominical. No basta estar bautizados. Si ignoramos los puntos básicos de nuestra fe, no leemos la Sagrada Escritura y carecemos de preocupación por los valores morales que rigen las buenas costumbres, ¿cómo llamarnos cristianos?

Nos vemos afectados, aún siendo practicantes, por las corrientes individualistas e independentistas que invaden nuestra sociedad.

Corrientes que nos arrastran a ser “dueños y señores” de nosotros mismos y a eludir responsabilidades que comprometan nuestro futuro y nuestra seguridad. Las relaciones humanas, enturbiadas por el egoísmo, se despersonalizan, y el hombre moderno, a pesar del avance de las tecnologías, termina hundiéndose en la falta de amor, la más dura y cruel de las soledades.

Necesitamos oír de nuevo el grito de Jesús, reflejado por Marcos con la fuerza y la expresividad del arameo, lenguaje original de Jesús: “Effetá” -“Ábrete”- (Marcos 7, 34).

“Effetá”: Que se abran nuestros oídos para percibir los gritos de tantos niños por nacer y de otros nacidos y abandonados a su suerte, que deambulan por los basureros del mundo, trabajan como esclavos y son explotados por gente sin escrúpulos.

“Effetá”: Que se abran nuestros oídos para escuchar los lamentos de las mujeres maltratadas, explotadas como esclavas sexuales, utilizadas como mercancía de intercambio y privadas de su dignidad tanto en la familia como en el trabajo y en la sociedad.

“Effetá”: Que se abran nuestros oídos para no discriminar a nadie ni hacer distinción de personas por su etnia. su clase económica, su cultura, su religión, su forma de vestir… Algo incompatible con la fe cristiana.

“Effetá”: Que se abran nuestros oídos al mensaje de Jesús, que nos hace libres e impide que nos aislemos de los demás.

“Effetá”: Que se abran nuestros oídos y que nuestros corazones sean sensibles al drama que padecen millones de seres humanos, hermanos nuestros, que expulsados de su tierra viven en campos de refugiados y arriesgan su vida en travesías por el mar en busca de un futuro más digno para sí mismos y para sus familias.

“Effetá”: Que abramos nuestros oídos al silencio interior donde resuena la voz de nuestra conciencia y la voz de Dios.

“Effetá”: Que se suelten las trabas de nuestra lengua y seamos capaces de pronunciar palabras de denuncia e inconformismo ante el mal de este mundo.

“Effetá”: Que nuestros labios pronuncien palabras de comprensión, consuelo y alientos a quienes nos necesitan.

¡Que nuestro corazón, Señor, nunca se aparte de ti”.

No hay comentarios: