domingo, 3 de mayo de 2015

Homilía


Jesús, en el marco entrañable de la Última Cena, entrega a los discípulos su testamento espiritual, exhortándoles a permanecer unidos y fieles al proyecto de vida trazado con ellos.

Para ello se sirve de la cercana y entrañable imagen de la vid y los sarmientos, con el fin de destacar los aspectos o características fundamentales de su mensaje.

El pueblo de Israel estaba, en tiempo de Jesús, muy vinculado al cultivo de la viña.

Casi todas las familias de zonas rurales poseían una, a la que cuidaban con esmero aguardando recoger abundantes frutos.

El profeta Isaías lo refleja en su alegoría de la vid aludiendo a la relación de Dios (el viñador) con su pueblo (la viña), pero éste, en vez de producir frutos, dio agrazones.

Jesús retoma esta comparación y se presenta a sí mismo como la vid, por cuya cepa circula la savia, sin la cual no tienen fecundidad los sarmientos (los discípulos).

La primera de las características es, por tanto, la vinculación con Jesús, el contacto directo con su evangelio y la vivencia de los Sacramentos como fuentes donde se fortalece la fe cristiana.

La fe, en cambio, languidece y muere si el protagonismo recae, no en Jesús, sino en las obras que realizamos en la parroquia, en el barrio o en colaboración con otras entidades.

Nos creemos, a veces, el ombligo del mundo e imprescindibles para que los proyectos pastorales funcionen y repercutan en una buena imagen de la Iglesia. El efecto que producen es precisamente el contrario.

La gente critica el protagonismo excesivo y el afán por mantenerse en la “poltrona”.

¡Y así nos luce el pelo y la credibilidad!

De la misma manera que los sarmientos no dan frutos sin alimentarse de la savia de la cepa, así también nosotros. Sin Jesús –segunda característica- somos sarmientos secos, que sólo sirven para el fuego.

¿Cuántas veces descuidamos la oración, la lectura sagrada y la asistencia a la Eucaristía en aras de un mayor aprovechamiento en el trabajo y nos hemos sentido vacíos por dentro al final de la jornada?

La tercera característica se asocia a un elemento esencial en la vida del Pueblo de Dios: la unidad de los discípulos entre sí, sea cual fuere su raza, lengua o nación.

Por todos la misma savia de Jesús.

Permanecer unidos supone un ejercicio diario de diálogo, mutua aceptación y compromiso por los valores del Reino.

Si creemos en “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo y un solo Dios y Padre” (Efesios 4, 5), no caben las divisiones ni las dobles interpretaciones.

La primera lectura de hoy nos ofrece el testimonio de Pablo, converso a la fe cristiana, llamada entonces “nueva doctrina”, y nos alerta del peligro de juzgar a las personas antes de comprobar sus intenciones.

Estos juicios humanos peyorativos hacia individuos, de pasado más o menos turbio, que han cambiado de vida y dan buenos ejemplos, son muy frecuentes en la sociedad de hoy, muy dada a etiquetar, a crear estados de opinión y a descalificarlos de por vida.

Causan mucho daño, además de sembrar confusión y hasta odio entre quienes profesan la misma religión.

Pablo lo sufre en propias carnes en Jerusalén, poco tiempo después de su conversión.

Desconfían de él, especialmente los judíos de lengua griega.

Por esta razón, la comunidad cristiana decide alejarlo para evitar un complot en su contra y salvaguardar su vida (Hechos 9, 30).

Pero a quien ha experimentado el amor de Cristo y su savia circulando por sus venas, no se arredra ante las persecuciones:

“Cualquier cosa tengo por pérdida al lado de lo grande que es haber conocido personalmente al Mesías, mi Señor” (Filipenses 3, 8).

¿Queremos saber lo que es el amor?

-         Fijémonos en los seres que aman, porque el amor, sin referencia a alguien, es una palabra huera.

-         Y el mejor amor nos lo muestra Jesús proponiéndose como ejemplo:

“Amaos unos a otros como yo os he amado” (Juan 13, 35).

El amor de Jesús es desinteresado, entregado totalmente a los demás. Ama, aunque no se sienta amado, sin exigir reciprocidad.

Las obras son el primer apellido del amor, el carnet de identidad del verdadero cristiano, puede uno ser débil, pero si es solidario termina sintiéndose seguro de la acogida de Dios.

Siempre que amamos, ganamos, y nos unimos más a Dios, que responde generosamente con creces a todo lo que hagamos por los demás.

Acaba de cumplir 80 años y lleva 23 en este País Andino trabajando en hospitales, iglesias, hogares para niños y adolescentes, microempresas… Está donde se le necesita.

Los fieles de su exdiócesis recuerdan con gran cariño su paso por los más humildes lugares, su exquisito trato humano y su afán porque no se dejara caer ninguna ermita, donde actualmente se expresa más festivamente la fe popular.

Ahora, aunque vive rodeado de ingentes toneladas de basura, sueña con un mundo limpio y renovado, convertido en un jardín, el jardín del Resucitado.

Con la misma sencillez que presta sus servicios cotidianos, se agacha para recoger los papeles tirados por el suelo, pues le gusta el orden y la disciplina.

Es un hombre enamorado de Dios y de la vida; una vida que, según su lema, “estrena cada mañana”.

Su jornada empieza poniendo al Santísimo una flor fresca, la flor fresca de la Pascua, cuyo aroma se esparce entre los pobres y llena de esperanza sus vidas.


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