Así dice el Señor: 
«Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. 
De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. 
Miradlo entrar - dice el Señor de los ejército - ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? 
Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro se refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido. 
Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos. 
Mirad: os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. 
Convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir yo a destruir la tierra.» 
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. 
A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo: 
-«¡No! Se va a llamar Juan.» 
Le replicaron: 
-«Ninguno de tus parientes se llama así.» 
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: 
«Juan es su nombre.» Todos se quedaron extrañados. 
Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. 
Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: 
-«¿Qué va a ser este niño?» 
Porque la mano del Señor estaba con él. 
Palabra del Señor.



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