domingo, 30 de junio de 2013

Homilía


La libertad, tema que plantea la lectura de este domingo, del apóstol San Pablo a los Gálatas, es uno de los bienes más preciados de todos los pueblos, pero, al mismo tiempo, un serio peligro si no sabemos valorarla en su justa medida. Y la medida está en que, si quiero que me respeten, debo respetar primero la cultura, las ideas, las creencias y los valores de los demás. ”No es una libertad para que se aproveche la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor” (Gálatas 5,13).

Esto parece una paradoja, pero el amor nos hace libres. Es fácil experimentarlo en la vida. El padre, la madre, todo el que ama nunca se siente esclavizado por prestar un servicio, porque el amor rompe las ataduras y prejuicios que nos condicionan.

Cada pueblo tiene un punto de referencia en su propia historia. Para Israel fue el Exodo el camino de salida de la esclavitud a la libertad.
También la historia de cada uno es un éxodo personal, donde las diversas experiencias que vivió el pueblo de Israel se transparentan en los quehaceres de los días y en las tradiciones que se van sucediendo.

Echando una rápida mirada a los salmos de la deportación a Babilonia, nos damos cuenta cómo la gente expresa sus sentimientos de alegría, abatimiento, desilusión, esperanza… a Dios, centro de su fe y suprema garantía de sus ansias de libertad. Llegarán tiempos mejores para disfrutar de la paz y el descanso, y para abandonarse en las manos de Dios en el soñado templo de Jerusalén.
¿Qué es la vida sin sueños?
¿Qué es la vida sin ideales?
Cuando surgen las tentaciones de vacío y soledad, es el momento de evocar el pasado.
Otros muchos pasaron por semejante experiencia y encararon el duro camino del desierto para encontrar la Tierra Prometida.

Siempre me han seducido las lecturas narrativas y las películas del viejo Oeste, en el que los hombres con frágiles carromatos y destartalados medios de locomoción acometieron la conquista de una nueva tierra donde construir su hogar. Así han nacido las epopeyas y se han curtido los pueblos, entre encrucijadas de razas y búsqueda permanente de una vida mejor.

España es rica en epopeyas a lo largo de la Reconquista, la colonización de América y el dominio de los mares. Pero España es rica sobre todo, porque su tradición cultural más consistente está asentada sobre las raíces del cristianismo.

No podemos conformar ningún pueblo o ciudad sin referencia a la fe cristiana, que ha modificado la moral, las costumbres, los comportamientos, las leyes de convivencia y hasta el lenguaje. Un pueblo que se aparta de las tradiciones termina matando su propia identidad.

Igualmente nuestra identidad familiar, lo que somos y tenemos, es una herencia cultural, afectiva, económica, relacional... de nuestros padres y familiares. Pero no debemos ser una imagen copiada de ellos, sino que debemos construir poco a poco nuestro futuro en libertad
La vida sólo se vive una vez y aquí se tejen todos los hilos de las oportunidades.

Hay personas que sienten miedo a la libertad y prefieren las sacrificadas seguridades de la esclavitud a enfrentarse con un futuro incierto.
Abundan los presos que, una vez terminado el período carcelario, no se atreven a incorporarse a un mundo que en ese momento les resulta difícil y hostil, auque hayan soñado su salida; como hay pájaros, acostumbrados a la jaula, incapaces de sobrevivir en el bosque.
No es de extrañar la intentona de vuelta de muchos israelitas al cultivo de las cebollas y ajos de Egipto, realizadas a golpe de látigo, antes que sufrir la incertidumbre de una vida saludable en una Tierra Prometida que no acaba de vislumbrarse.

Todo tiene su atractivo; todo tiene sus peligros. Porque hay errores que lastran nuestro paso por la vida y es necesaria una toma formal de actitudes.

Tanto la primera lectura como el evangelio, al igual que el domingo pasado, tienen un marcado tinte vocacional.
En la primera, el protagonismo se lo lleva Eliseo, que recibe la vocación profética con el simple gesto de la imposición del manto de Elías sobre sus hombres. Desde ese momento abandona el campo, sacrifica sus bueyes en ofrenda a Dios y se pone a sus órdenes, no sin antes despedirse de su familia con el asentimiento de Elías.

Jesús es más exigente: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el Reino de Dios” (Lucas 9,62).
Pide para seguirle actitudes limpias, renuncias personales, cambio drástico de vida y de apegos familiares y apertura al Reinado de Dios, que se hará presente en el corazón de quien acepte de buen grado la Palabra y la cumpla con sus obras.
Jesús no ofrece ventajas inmediatas. Esta es la razón por la que muchos rechazan la invitación al seguimiento alegando excusas: familia, amigos, trabajo…
Hoy eludimos compromisos y damos largas continuas a la llamada del Señor por comodidad, apego a los bienes materiales y miedo a perder las falsas seguridades en las que camuflamos nuestros vacíos espirituales. Y, “como lo cortés no quita lo valiente”, respondemos con un lacónico:”me lo pensaré”.
¡Cuántas oportunidades perdemos por empecinarnos en una vida anodina y estéril!

El marco natural donde se desarrolla la acción evangélica es el camino. Jesús aguarda en cada encrucijada para abrir la marcha y marcar sus huellas en pos de la aventura de la fe, que conlleva contratiempos, problemas y sacrificios.
No hay aventura sin riesgos. Lo saben los alpinistas, los deportistas de élite, los exploradores, los soñadores de nuevas conquistas. Todos tienen como punto de mira una meta, que una vez lograda, abre el camino a otra, en una perpetua sucesión de retos.

Quien tiene un ideal encuentra siempre razones para alimentar la fe, fortalecer la esperanza y cultivar el amor.
Fijémonos en cuantos viven desde la fe el Camino de Santiago y, una vez terminado, nos narran sus gestas: las ampollas del viaje, el calor de la meseta, la frescura íntima de los templos, el compartir ideales y proyectos cada noche con otros peregrinos hasta entonces desconocidos, el cansancio, la hospitalidad de algunos hogares, el encuentro con uno mismo en los largos silencios andados de la soledad...
Una experiencia inolvidable, con un único objetivo: Santiago, el cielo, Dios..

Pesa sobre cada uno de nosotros el lastre de muchos siglos y añejas historias, pero la vida siempre es nueva y camina hacia su plenitud si somos capaces de abrir las ventanas de la libertad y no retornar a las ataduras de un pasado que, desde el mismo momento en que es pasado, responde a otra historia.
La mía es el gran regalo que Dios me da para dejarme interpelar por Él y seguirle por el camino.

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