domingo, 23 de junio de 2013

Homilía


¿A quién hace alusión esta profecía de Zacarías?
¿El “traspasado” es un título dado a Dios, que es quien habla?
¿Es una figura mesiánica?

Para San Juan 19,37, esta figura enigmática, sin nombre, es Cristo traspasado en la cruz, ante cuya muerte todos lloran, porque han matado al “justo”.
La conexión davídica del texto es evidente, aunque Zacarías no habla de la descendencia de David según la carne, sino sobre la que descenderá el Espíritu.
En cualquier caso, el centro de la liturgia es Cristo, al que los cristianos nos incorporamos por el Bautismo para revestirnos de Él (Gálatas 3,27) y, al mismo tiempo, entramos a formar parte de su familia.
Esto para San Pablo no es una mera teoría adquirida en los libros. Es sobre todo una experiencia profunda, que cambia la vida y nos adentra para siempre en la condición de sentirnos y ser hijos de Dios y, por consiguiente, considerar a los demás como partícipes de la misma filiación.
La mística de la filiación se concreta en valorar con la misma dignidad a todas las personas sin distinción de razas, naciones, pueblos o color de la piel.
“Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3,28).

La confesión de Pedro en Jesús como el Mesías de Dioses, es atribuida en el evangelio según San Mateo a una revelación del Espíritu Santo.
Pedro ejerce como portavoz del grupo de los Doce al responder a la pregunta de Jesús: ¿Quién decís que soy yo?” (Lucas 9,20).

A Jesús le importa más saber la opinión de sus discípulos que la de la gente. Por eso quiere provocar en ellos una respuesta de reconocimiento y afecto, antes de manifestarles de forma íntima y personal el camino de la cruz, que implica renuncias y mucho sufrimiento.
Mirar a Jesús, el “traspasado”, nos da la medida de una fe expuesta a los vaivenes de la vida y necesita de Alguien como referencia y ejemplo a imitar.

Iremos viendo, a lo largo de los próximos domingos, la figura de Jesús en contacto con la gente del pueblo y las autoridades, así como su mensaje salvador.
Todos hablan de prodigios y maravillas; la multitud se siente seducida por la personalidad del Maestro, convertido en un personaje de moda, que aglutina las esperanzas del pueblo. Los “fans”, ansiosos de tocarle y escuchar su palabra, le cercan a dondequiera que va.
Pero Jesús, a pesar de su popularidad, no se deja embaucar ni seducir por el éxito aparente de su mensaje. Sabe que quienes hoy le exaltan tratarán de hundirle más tarde.
Sin embargo, quienes le interesan de verdad son aquellos que le han seguido desde la primera hora y han compartido con El trabajos, tribulaciones, alegrías y proyectos.
Quiere, sobre todo, sentirse amado y valorado por los suyos.
Todos sabemos que Dios exige a los que ama.
Y las exigencias de Jesús las podemos condensar, para entender la liturgia de hoy, en dos palabras: decisión y fidelidad.

suele ser fruto de la adhesión a una persona o a una obra, que empapa todo el tejido de su voluntad y permite actuar en consecuencia.
En las democracias occidentales solemos tener frecuentemente elecciones para votar candidatos a ocupar el poder, que tratan de demostrar mediante campañas sugerentes un proyecto político concreto, presentado con el atractivo propio de los spots publicitarios.
Aquí, se resaltan las ventajas, las luces del candidato, mientras se camuflan sus defectos y desventajas. Interesa más la economía personal o gremial que el servicio a una causa, aunque ésta aparezca en primer término en la campaña. El pueblo lo sabe, y por eso, aumenta el porcentaje de los indecisos, que se van volviendo escépticos por el reiterado incumplimiento de promesas nunca satisfechas.
Esta indecisión la arrastramos también a la vida económica y social. Dejamos que otros elijan por nosotros los productos que debemos consumir con tal de no ir contra corriente o salir de nuestra comodidad.

El cambio de actitud lleva a todo buen cristiano a tomar postura clara, responsable e independiente por seguir a Jesús, sin aceptar presiones externas que ahoguen su libertad.

profundiza todavía más en la adhesión personal. Hay fe y un amor inquebrantable, a prueba de traiciones.
Esta es la fidelidad que pide Jesús a sus seguidores, pues una vez que se ha asumido un objetivo no se puede volver atrás ni renunciar a esa adhesión: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará” (Lucas 9,23-25).

San Ignacio, siente sacudir sus resortes interiores cuando, después de haber sido herido en el cerco de Pamplona, vive un largo retiro espiritual en la “cueva de Manresa” y medita sobre estas palabras de Jesús. Desde entonces consagra enteramente su vida a militar activamente por su causa y funda para ello una congregación, a la que denomina: “Compañía de Jesús.”
La fidelidad es capaz de superar todo tipo de diferencias.
Los primeros cristianos se sienten liberados de esas leyes esclavizantes y todos se consideran hermanos, sujetos de los mismos derechos y deberes.

La única ley que libera es EL AMOR.

De ahí que haya habido tantos creyentes a lo largo de la historia que prefirieron morir antes que renunciar a su fe.
Supieron desprenderse de la vida “vieja” para adentrarse en la “nueva” con “el Mesías de Dios”. “pues el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mi causa la salvará” (Lucas 9, 24).

Pedro da en la diana y se gana el reconocimiento por su osadía e intuición de hombre fiel, con todo su bagaje de limitaciones, equivocaciones y desvíos, pero con el sello del amor al Maestro, por quien al final da la vida.

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