domingo, 13 de enero de 2013

Homilía


Hoy acaba el tiempo de Navidad.

La liturgia da un salto de 30 años y nos ubica en Galilea, al comienzo de la vida pública de Jesús, que se abre con un hecho singular y sorprendente, el Bautismo de Jesús, fuera del templo de Jerusalén, marco habitual de los grandes acontecimientos religiosos de Israel. La narración evangélica corresponde a San Lucas, aunque el relato viene también en los otros dos sinópticos: San Mateo y San Marcos.

La escena se desarrolla en el río Jordán, dentro de un bautismo general organizado por Juan el Bautista.

Jesús, confundido entre la muchedumbre, se adentra en el agua de la vida, signo de limpieza y purificación para el judaísmo, como si fuese un pecador más, con la sencillez propia del que es consciente de un cambio, de una conversión tan necesaria para el corazón humano.

Esta alusión es común a los Sinópticos, que abundan en las mismas expresiones:”La voz de Dios” “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto, escuchadle”.
Con el Bautismo abre Jesús la era mesiánica que culminará con un bautismo de sangre en la cruz.
Aquí, ungido por la fuerza del Espíritu y sellado por la voluntad del Padre, recibe Jesús el espaldarazo definitivo y la confirmación de la misión para la que ha sido enviado.
Toda su vida pública a partir de este momento será abandonarse a esta voluntad divina.
Por eso se retira al desierto para prepararse para esta sagrada misión, y subirá posteriormente a Nazaret antes de lanzarse de lleno a predicación de la Buena Noticia.
En la sinagoga del pueblo donde se había criado reafirmará su condición mesiánica al asumir en su persona la profecía de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para dé la buena noticia a los pobres...(Is. 61,1-2).

La primera lectura sobre el Siervo de Yahvé (Is. 42, 1-4.6-7) nos dice que la misión será implantar el derecho y la ley de Dios llevando la luz a los más pobres y necesitados.
El compromiso bautismal arrastra a Jesús a una “lucha” sin cuartel contra la injusticia y el pecado. No se arredra ni acobarda ante los poderosos, explotadores y manipuladores del pueblos. Se conmueve ante los sencillos de corazón y ante los pecadores arrepentidos; se hace solidario con los enfermos, especialmente con los leprosos; se muestra sensible ante las mujeres, muy marginadas en aquel tiempo, y tierno con los niños a quienes acoge con amor. Pero es duro con los escribas y fariseos, teóricos conocedores de la Ley, porque no cumplen lo que predican.
Su coherencia y rectitud suscitan las envidias, recelos y odios de los gobernantes, porque desenmascara sus viles actitudes. Se la “tienen jurada” y buscan la ocasión de deshacerse de El.

San Pedro hace alusión al bautismo de Jesús, el Ungido por Dios, que “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Act. 10,38).

También nosotros hemos sido investidos a través del bautismo para seguir el mismo camino de Jesús: morir al pecado para resucitar con El a una vida nueva.

La “cosa” nuestra probablemente se inició a las pocas semanas de nacer cuando nuestros padres nos trajeron a la iglesia para “cristianarnos” según la costumbre de la época.
Ellos asumieron el compromiso de educarnos en la fe, de guiarnos por la senda del bien,
De acostumbrarnos se a respetar, rezar y amar.
La fe, en este sentido, ha sido un regalo, una herencia de incalculable valor que nunca agradeceremos suficientemente.
Ser conscientes del bautismo recibido nos impulsa a un reto extraordinario: luchar contra los males de nuestra sociedad.

Llevo desde hace años la responsabilidad de la pastoral bautismal, de novios y matrimonial en mi parroquia y he de confesar que, salvo honrosas excepciones, padres, novios y parejas adolecen de una falta lamentable de formación religiosas y moral. Estamos en una sociedad mayormente pagana, aunque conservemos ritos, costumbres y tradiciones cristianas. Para muchos bautizar es una costumbre más como casarse en la Iglesia- digo “en la iglesia”, no “por la Iglesia”, asistir a la imposición de la ceniza o la procesión del Domingo de Ramos. Quedan ascuas encendidas en la hoguera de sus sueños, pero envueltas en ignorancia y múltiples tópicos negativos que condicionan la escucha atenta y eficaz.
Sin embargo, detecto últimamente mejor buena voluntad y capacidad receptiva del mensaje cristiano.
Siempre coloco a los niños de la familia del bautizando(a) alrededor de la pila bautismal, no para que salgan en la foto, sino para que retengan en la memoria este acontecimiento y valoren su importancia.
Albergo la esperanza de que la sociedad cristiana del futuro sea mejor que la nuestra.

El progreso económico sin precedentes en las últimas décadas, acompañado de un capitalismo salvaje y el relativismo moral, ha dejado desguarnecida de soportes morales a mucha gente al abandonar, al mismo tiempo la práctica religiosa.
La crisis económica actual está pasando factura y dejando al descubierto las carencias que padecemos a nivel moral y social.

Por esta razón urge, como en los tiempos de Juan el Bautista y Jesús un profundo cambio regenerativo de nuestro cristianismo a la carta, viciado quizás por los atractivos consumistas.
Necesitamos morir al hombre viejo, esclavizado por la carne y las pasiones mundanas, para dar entrada al hombre nuevo nacido de la gracia y del Espíritu, y abierto a las exigencias evangélicas.
Nada de medias tintas; que “cada cual hable de corazón a su hermano”- decía San Pablo- y ahuyente de su vida el conformismo, la apatía, la avaricia, el pasotismo, la frivolidad...
Al reafirmar nuestro bautismo asumimos también la misma misión de Jesús y parecidos compromisos. No es una tarea fácil, pero el mundo cambiará en la medida que cada uno de los cristianos cambiemos nuestra vieja condición pecadora y dejemos actuar a Dios en nuestra vida.

Ayer leía en un periódico nacional un artículo sobre las triquiñuelas, métodos y adoctrinamiento terrorista que realiza ETA con sus jóvenes cachorros a través de lavados mentales, inyecciones de fanatismo y slogans reivindicativos para mantener el idealismo político de los presos y el espíritu combativo de sus bases.
Si esto hace para lograr unos objetivos políticos y entrenan a los suyos para matar.
¿Qué podemos hacer nosotros para sembrar el bien y la concordia?

Renovemos juntos los compromisos bautismales y proclamemos nuestra fe en el Hijo de Dios “que nos salvado de las tinieblas para llevarnos al reino de su luz admirable”...

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