domingo, 24 de junio de 2012

Homilía


Esta fiesta, que se celebra en el hemisferio norte al comenzar el verano, cuando el sol llega a su plenitud, tiene, como tantas otras, origen pagano. Entonces se sucedían las bacanales. Queda como reminiscencia del pasado las hogueras que se encienden por la noche en diversos lugares de nuestra geografía, que aclaman a Juan el Bautista como la luz que abre camino al Salvador.

El nacimiento de un niño es un regalo y un don de Dios. Así fue recibido Juan por sus padres, Zacarías e Isabel, estériles y de edad avanzada, que se alegran con esta bendición incomparable.
También la Virgen María, que se hallaba embarazada y que acude en ayuda de Isabel siente que el niño Jesús salta de alegría en su vientre.
Dos niños todavía por nacer, dos testamentos, dos mundos que marcan un antes y un después, aúnan sus objetivos dentro del mismo plan de Dios.


El relato del nacimiento de Juan, escrito por Lucas, es similar al del nacimiento de Sansón, que leemos en el libro de los Jueces. En ambos casos resplandece la bendición de Dios por encima de las esterilidades humanas y las desesperanzas.
Los textos de la misa de hoy reflejan agradecimiento por el regalo de la vida, que los hombres no debemos olvidar, y menos en los tiempos actuales, cuando los planes abortivos, camuflados bajo el pomposo nombre de “interrupción voluntaria del embarazo”, son objeto de campañas políticas y privilegios financieros, puestos en manos de desaprensivos que buscan demagógicamente el poder y no les tiembla la mano para matar, porque creen defender los intereses de las personas afectadas.
Este crimen tiene un nombre:”ASESINATO”. Y además, hecho con premeditación y alevosía, lo cual añade mayor culpabilidad por el carácter de total indefensión de la vida recién engendrada. Quienes fustigan tales prácticas abortivas son considerados como carcas, conservadores, mojigatos, meapilas y no sé cuántas lindezas más mientras ellos y ellas, al defender el aborto, se las dan de progresistas, llamando al bien, mal y al mal, bien, como alegaban fustigando profetas como Amós. Es una degradación moral. ¡Hasta aquí hemos llegado!

Entiendo que haya personas con graves carestías económicas, matrimonios a los que un hijo más les resta espacio vital y les agobia económicamente, pero la solución no está en el aborto y sí en distribuir los bienes de una sociedad que, como la española, nada en muchos aspectos en la abundancia, a pesar de la crisis económica. Curiosamente no existe este problema en los países pobres donde los niños son siempre bienvenidos. Es problema de una sociedad hedonista, que se mira al ombligo y que prefiere un coche o un garaje y los mejores electrodomésticos al uso antes que engendrar un hijo.

Al hablar de planes de apoyo a la familia, me refiero a lo que consideramos como familia estable: padre-madre-hijos. En modo alguno se puede equiparar dentro de una misma ley de protección familiar a las parejas de hecho, a homosexuales y lesbianas.
Estos forman un estamento aparte que debe ser tratado con comprensión, delicadeza, caridad y con todo el respeto que toda persona merece.


Hemos estado hablando durante los últimos años con cierta frivolidad de la familia, del orden interno de la misma, de las relaciones paterno-filiales, de la influencia en la misma de lo socioeconómico-laboral. A la vista de los resultados, poco halagüeños, por cierto, llegamos a situaciones bastante pesimistas. El materialismo reinante ha hecho estragos y encasillado el sistema de valores, que permanece adormecido. No está muerto; tendrá que despertar. Entretanto, la demagogia política, el juego de intereses de unos pocos y la falta de comprensión hacia lo religioso, está poniendo trabas al desarrollo familiar. Se está gobernando al margen de la familia, y esto pasa factura.

La Asamblea Mundial de las Familias, celebrada en Milán, ha abordado este tema para apoyar, sin paliativos, a la familia como célula básica de amor, aunar criterios de acción y tratar de dar soluciones a los problemas que sufre hoy la institución.

De momento, se ha detenido el descenso demográfico a causa de la entrada masiva de inmigrantes, pero España es el país del mundo con más bajo índice de natalidad y uno de los que menos apoya a la familia. Todavía existen empresarios que expulsan a sus obreras del trabajo por su embarazo. Parece que hemos tocado fondo y ha sonado la alarma. Todos los partidos políticos prometen en sus campañas electorales ayudar a la familia con prestaciones económicas por hijo e importantes desgravaciones fiscales, accesos gratuitos a la enseñanza y más seguridades.
A la falta de apoyo institucional se unía también la carestía de la vivienda, que llega a situaciones dramáticas hasta el punto de hipotecar de por vida a la mayoría de los jóvenes. Ante esta tesitura las parejas de novios retrasan la celebración del matrimonio y el nacimiento de su primer hijo.
No es sólo problema de egoísmo sino de estructuras que favorezcan un acceso más fácil y viable a la vivienda.

Junto a estos problemas existe otro, muy parejo al que vivieron Zacarías e Isabel: la esterilidad. Numerosas parejas anhelan la llegada de un hijo y, aún poniendo todos los medios por su parte, no les es posible. Recurren a la adopción. Algo muy loable y aconsejable para encauzar su afectividad y acoger a un nuevo ser que forme parte de un hogar donde se siente querido. No serán sus padres biológicos, pero serán sus padres y se integrarán como miembros de pleno derecho dentro de un sociedad, donde crecerán y madurarán como personas.

Se impone cada vez más la necesidad de preparación para el matrimonio. Así se está entendiendo desde el seno de la Iglesia Católica, que aconseja la presencia de los novios en Cursillos o en FDS. En los diversos cursos se abordan temas religiosos, médicos y de sicología de la pareja, con objeto de educar hacia una paternidad responsable, que incluya la fe como valor fundamental en el desarrollo de la persona.

Los dichos populares afirman que “todo niño nace con un pan bajo el brazo”.
Tolstoi escribía.”¡Qué maravilloso misterio es la entrada de todo hombre en el mundo!”
En cada nacimiento se reproduce el eterno canto al Hacedor de la vida y es un himno a la esperanza, que florece donde crece el amor.
El nacimiento de Juan el Bautista, el precursor del Mesías, es como el prólogo del plan de Dios, que encuentra su sentido en Jesús de Nazaret.

“Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo”(Lc.1,68).

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