domingo, 6 de mayo de 2012

Homilía



Los comienzos del cristianismo quedaron fuertemente influenciados por las tradiciones judías y el derecho romano, ambos determinantes para ir modelando una nueva cultura y extenderse, gracias a la lengua y a la organización del Imperio por todos los rincones del Mediterráneo.
El antagonismo y, en el mejor de los casos, la presión de los poderes establecidos ayudaron a los primeros cristianos a entroncarse en Jesús como único Señor y en su mensaje como fuente de liberación y de vida por encima de cualquier culto al Emperador.
En una sociedad tan desigual, tanto en las creencias como en las personas, donde los esclavos servían a menudo de alimento a los peces de los estanques de sus amos, el choque estaba servido.

A pesar de todo, la nueva civilización de la fraternidad y de respeto a la dignidad de la persona humana, se iba abriendo camino poco a poco.
Estos cristianos, aunque algunos claudicaron ante la persecución por debilidad, dieron testimonio de su fe.
Así surgieron las catedrales y miles de obras de arte, que mostraban la primacía de Jesús y de Dios y que son hoy la admiración de los contemporáneos.


Los tiempos modernos han abierto el camino a una mentalidad fingidamente laica, que esconde declaradas hostilidades hacia los cristianos, camufladas bajo capa de pluralidad de criterios e independencia.
Duelen estas desafecciones, sobre todo cuando miembros de esta sociedad laica se declaran abiertamente cristianos mientras contradicen el mensaje de Jesús, en pos de un mal llamado progresismo cultural.

Occidente no puede ocultar sus raíces cristianas. Las piedras hablan de una historia tejida a lo largo de los siglos, como la pintura, el arte, la literatura, el pensamiento.
Cuando el hombre pierde sus raíces pierde también su rumbo y hasta su razón de ser.

La indiferencia religiosa que manifestamos tiene mucho que ver con el mensaje religioso que transmitimos los que nos llamamos cristianos, que es muy pobre.
Estamos viviendo un largo período de crisis de valores, que se traduce en pasotismo hacia casi todo. Cuenta el presente y cómo vivirlo; y poco más. Disminuye el número de gente comprometida en tareas altruistas y aumentan las asociaciones, vinculadas por círculos de interés, principalmente económicos y lúdicos. Falta tiempo para lo gratuito; falta tiempo para Dios.

Somos, por consiguiente, los cristianos los que estamos en crisis y no el mensaje. Se ha oxidado la carrocería de nuestro coche nuevo, recibido como regalo el día de nuestro bautismo.
Hemos revestido el mensaje de Jesús de adherencias trasnochadas y chapas de plástico, pero hemos olvidado al mismo Jesús y la puesta a punto de nuestro motor.
Sin mata no hay patata y sin tronco no hay ramas.

No se puede depositar la fe en ideologías cambiantes. ni en fórmulas estereotipadas. Es urgente limpiar las suciedades que impiden que el motor funcione en condiciones.


De ello nos hablan hoy las lecturas, con una comparación al uso de entonces: LA VID Y LOS SARMIENTOS. Ambos no pueden subsistir si no hay apoyo mutuo. La cepa sin sarmientos no daría fruto; y los sarmientos sin la cepa morirían y servirían de leña para el fuego.

Nuestras raíces están en Jesús. Podemos prescindir de las culturas y de casi todo, pero no de Jesús. Sin él andaríamos a la deriva.

Esto es lo que nos está ocurriendo por querer vivir nuestro cristianismo al margen de Jesús.
Se impone un alto en el camino para reflexionar, cultivar el terreno de nuestra viña, fortalecer las cepas, podar los sarmientos, combatir las plagas y dejar que Dios actúe.
Hoy, como siempre, se nos exige responsabilidad y coherencia.

No basta haber nacido en el seno de una familia católica y practicante y acceder a todos los “derechos” que la identidad cristiana me confiere. Traducido en lenguaje deportivo, sería como el carnet de socio de un equipo que, previo pago, me permite asistir desde mi cómodo asiento a las competiciones que se celebran, como espectador que aplaude, protesta, grita, descalifica o vitorea, pero sin saltar al campo e involucrarme en el juego ni colaborar en la búsqueda de soluciones para el “club” de mis amores cuando éste pasa necesidades. Somos protagonistas de nuestra vida y no meros espectadores pasivos. Somos patrimonio de un Club (Cristo) que es nuestro “fan”, nuestra bandera y nuestra causa. Con él podemos ganar la “Liga” y llevarnos el mejor trofeo, la victoria definitiva y la gloria que no acaba.

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