domingo, 22 de abril de 2012

Homilía



El encuentro de Jesús con los dos discípulos que iban camino de Emaús, tiene su colofón hoy con la llegada de éstos al lugar de la Ultima Cena, su retorno a la comunidad que habían abandonado y el gozo de compartir de nuevo la esperanza y la alegría que habían perdido.

Es en este grupo de amistad y de fe, en la comunicación de su experiencia de vida, donde se hace presente Jesús resucitado.
El mismo Jesús había dicho en su momento:”Si dos o más se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”


Las primeras palabras de Jesús en este encuentro lleno de júbilo: ”PAZ A VOSOTROS”, confirman los anhelos más profundos del corazón de Dios y expresan la eterna aspiración de los seres humanos, pocas veces cumplida.
La guerra es el resultado final del fracaso del diálogo y la comunicación, del entendimiento y de la razón.
Rompe la armonía del universo y de la humanidad y hace prevalecer la ley del más fuerte por encima del respeto que toda persona se merece. Deja graves secuelas entre los inocentes, sembrando odios, represalias, hambre, muerte, desolación...
La historia nos enseña que la guerra no soluciona los problemas; más bien los acrecienta.


-Los especuladores de siempre, los cazadores de recompensas, los violentos, los acumuladores de suministros y, sobre todo, la industria armamentista, por no citar los intereses de los estados y las aspiraciones de poder o esferas de influencia.

Las dos Guerras Mundiales se saldaron con más de 40 millones de muertos, ciudades destruidas, tierras quemadas y abusos de todo tipo.

Hoy hay conflictos enquistados en Africa y Afganistán , donde se hallan implicadas las grandes potencias en un juego inhumano por justificar lo injustificable o sacando “tajada política” con argumentos pacifistas, exhibidos más como propaganda que como sentimiento profundamente vivido.

La paz que Jesús ofrece brota de la rectitud de la conciencia y se asienta en la sencillez del alma que se abandona al amor de Dios y reconoce la bondad y el derecho de los hombres y mujeres del mundo a ser respetados, valorados y queridos por su condición de personas libres, responsables y pacíficas-.
Precisamente, los pastores anuncian en Belén el nacimiento de Jesús como mensajero de Dios para traer la paz e iniciar el período mesiánico bajo los auspicios de liberación de los oprimidos, de luz a los que viven en oscuridad y de amnistía- año de gracia del Señor- para proclamar el perdón y reconciliar lo aparentemente irreconciliable.

Aunque para muchos la paz sea una utopía, recurso demagógico o palabra bonita que sale de boca de “iluminados”, es una vieja aspiración de la humanidad, y posible si ponemos los medios para asentar la convivencia.


La reacción de los discípulos al encontrarse con Jesús es de susto, miedo, sorpresa y alegría. Todo eso desborda su imaginación y su esperanza. Es el Maestro en persona y les parece increíble y maravilloso.

El mismo Jesús quiere disipar sus dudas invitándoles a palpar sus manos y sus pies, para que vean que es una persona real de carne y hueso, y no un fantasma.

¿Cuántas veces hemos proferido con los labios expresiones tales como “¡no me lo puedo creer!¡qué hermoso es todo esto!” o ¡es imposible tanta felicidad en tan poco tiempo!?

Y es que la felicidad es compañera inseparable de la fe y ayuda a fortalecerla.

Escribía Pagola: “el hombre que sólo es sensible al mal y no sabe gustar la alegría del bien que se encierra en la vida, difícilmente será creyente. Sólo quien es capaz de captar la generosidad, la ternura, la amistad, la belleza, la creatividad y el bien, puede intuir el misterio de la alegría y abrirse confiadamente al Creador de la vida...Probablemente la increencia de bastantes comienza a engendrarse muchas veces en esa tristeza que se produce en la persona cuando ha desacralizado el universo, se ha vaciado de interioridad, ha cortado el lazo vital que le unía con Dios, ha reducido su vida sólo a lo pragmático”.

La alegría resalta en este encuentro con Jesús por encima de los demás sentimientos.
La experiencia con el Resucitado empapa toda la vida. Ya nada será igual.
Millones de seres humanos han vivido esta experiencia.

¡Ojalá1 que nosotros- al menos yo- con nuestra débil fe, nos sintamos fortalecidos y caminemos hacia la luz, como los discípulos de Emaús, tras haber andado el otro camino hacia la noche!

El encuentro con Jesús, hecho Eucaristía, nos hará abrir los ojos para ver y mirar a las personas como las ve Dios, su Creador.

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