domingo, 12 de febrero de 2012

Homilía




Nos presenta hoy el evangelio a un leproso acercándose a Jesús para ser curado. La Ley, según hemos escuchado en la lectura del libro del Levítico, era taxativa y cruel:

“El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando ¡"impuro, impuro!".
Mientras le dure la lepra, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento”.

La lepra-junto con otras enfermedades contagiosas- se veía como castigo divino y excluía al enfermo de la comunicad. No había compasión para él.
Nos podemos imaginar su sufrimiento, pues al rechazo físico por miedo al contagio se unía la marginación y el desprecio más absoluto de la sociedad.

El leproso soportaba su enfermedad como un castigo de Dios y asistía impotente a su progresiva degradación física. Se le iban cayendo poco a poco las putrefactas extremidades de pies, manos, orejas, nariz y terminaba muriendo en el más completo abandono.


Jesús rompe todos los esquemas; toca al leproso y éste queda curado y apto para reincorporarse a la sociedad de la que había sido expulsado.
La curación de toda enfermedad y toda dolencia será una constante de Jesús en su peregrinar evangélico. Le daban lástima la miseria y el dolor humano y procuraba aliviarlo con todas sus fuerzas.

Su comportamiento aboca a los suyos a cambiar de mentalidad y de actitud, porque “nada de lo que viene de fuera y es considerado impuro, puede manchar al hombre, sino todo aquello que nace del corazón”

Actualmente la lepra es una enfermedad que tiene curación a través de un largo tratamiento y cuidados especiales. No es tan contagiosa como se temía, pero sigue siendo una lacra que aparta al enfermo de su entorno social.


El 15 de Mayo de 1.996 fue beatificado el P. Damián de Veuster, popularizado en España a través de la película:”Molokai, la isla maldita” que buena parte de las personas más mayores hemos tenido ocasión de ver. El P. Damián llegó a la isla de Molokai, integrante del Archipiélago de las Hawai, en el Océano Pacífico, con el propósito de permanecer allí cuatro meses. Era tan duro y extenuante el trabajo con los enfermos que la Congregación de los Sagrados Corazones a la que pertenecía relevaba constantemente a sus misioneros.
Sin embargo, no abandonó a quienes desde el principio consideró como sus hermanos,
y se quedó con ellos para siempre
A los siete años de su estancia en la isla contrajo la enfermedad y fue experimentando al lado de los suyos el proceso de su desintegración corporal. Con la garganta y los pulmones destrozados y el rostro desfigurado, parecía más un guiñapo que una persona. Su figura evocaba al Siervo de Yahvé, profecía mesiánica de Isaías: “Sin belleza...sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres", ante quien se aparta la mirada... estimado como leproso, herido e Dios y humillado” (Is. 53,2-5).

“Nosotros, los leprosos”, será una frase que repetirá durante sus últimos años. Es un canto a la reencarnación, a la imitación de Aquel que compartió nuestros sufrimientos y nuestra pobreza para que fuéramos ricos.

El P. Damián murió con los leprosos y como leproso, con la paz de los hombres de Dios. Tenía 49 años.

Los testimonios que llegaban de él, sus cartas y su heroica muerte sensibilizaron a mucha gente y especialmente a los gobernantes, que aportaron dinero para la investigación y combate de la enfermedad más temida por todos, por las connotaciones sociales que llevaba consigo


Hoy, y gracias a la investigación de una religiosa marista, Sor María Susana, misionera en Oceanía y descubridora del virus de la lepra, se combate la enfermedad con cierta eficacia, pero continúa siendo una lacra en los países pobres, que apenas disponen de medios para acoger y curar a los enfermos.

Por eso, personas como el Dr. Albert Schweitzer y Raoul Follereau mantuvieron viva durante buena parte del s.XX la lucha contra la enfermedad, reclamando ayuda y concienciando a las naciones.
Rauol Follereau, conocido como “el Apóstol de los leprosos”, consumió todas sus energías en esta tarea, con entusiasmo contagioso, gesto afable y facilidad de palabra y de escritura. Afirmaba con esperanza que antes del año 2.000 el mundo conocería una nueva primavera.

Tampoco podemos decir que, como ya está controlada la enfermedad, nos quedamos cruzados de brazos, porque, en el trasfondo, los problemas del tiempo de Jesús de dividir a las personas en buenas o malas, puras o impuras conforme a unas normas previamente establecidas, sigue.


Pero, ¿quiénes son los buenos y quiénes los malos?
Era la gran pregunta de mi época infantil cuando veíamos películas del Oeste. Después de haber visto varias llegabas a la conclusión de que los forajidos y los indios eran los malos y los defensores de la ley y ejército de E.E.U.U. eran los buenos. Aunque han cambiado los tiempos, han variado muy poco las actitudes, porque los que detentan el poder, sea por la fuerza de los votos, de las armas, del dinero o incluso de la religión, imponen los criterios de quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Los rebeldes a sus dictámenes son considerados como malos. Es fácil descalificar y anatematizar cuando se carece de argumentos sólidos.
¡Cuántas injusticias se cometen por estos errores de bulto, frutos de la propaganda del sistema, en la valoración de las personas!

Ser cristiano es estar abierto a Dios, a todos los valores y a todas las ideas, participar en la transformación o destrucción de las estructuras injustas que discriminan a los seres humanos por motivos religiosos, económicos, culturales, sexuales o – como sucede en la actualidad- por motivos de edad.
En Jesús encontraremos siempre el verdadero modelo a imitar.


Con el lema: “La salud, derecho de todos: actúa”, Manos Unidos nos pone como objetivo prioritario para el trienio 2012-2015 luchar con todos los medios posibles para erradicar el sida, el paludismo y otras enfermedades.

Este es también el sexto de los ocho objetivos, que los países de la ONU se han comprometido a cumplir.

La campaña se presenta con la imagen de un fondenoscopio, rodeando la silueta del corazón, que transmite los latidos del mundo.

Entre las “Historias para acortar el camino”, de Bruno Ferrero, seleccionamos la escrita por una chica americana, que ella misma titula: “Lo que no hiciste”. Es un ejemplo para motivar nuestra entrega.

¿Te acuerdas del día en que te pedí prestado el coche nuevo y lo dejé hecho un acordeón ?
Pensé que me matarías, pero no me dijiste una palabra

¿Te acuerdas del día en que te hice ir casi a rastras conmigo hasta la playa y tú decías que iba a llover, y llovió?
Pensé que ibas a decir”¡Te lo he dicho”! pero no lo dijiste.

¿Te acuerdas de aquella vez en que yo coqueteaba con todos para darte celos, y tú te pusiste celoso?
Creí que ibas a dejarme, pero no lo hiciste.

¿Te acuerdas cuando se me cayó la tarta de fresas sobre la tapicería nueva de tu coche?
Temí que ibas a gritarme:”¡Idiota!¡Inútil!”, pero no lo hiciste.

¿Y te acuerdas de aquel día en que me olvidé de decirte que la fiesta era en traje de etiqueta y tú te presentaste con vaqueros?
Temí que ibas a ponerme de vuelta y media, pero no lo hiciste.

Sí, hay tantas cosas que no hiciste. Pero tenías paciencia conmigo, y me querías y estabas siempre de mi parte.
Había tantas cosas de las que quería pedirte perdón cuando volvieras de Vietnam.

Pero tú no volviste.

Si tenemos que ayudar a los necesitamos, no busquemos excusas; colaboremos económicamente con quienes trabajan para paliar los males endémicos del mundo, ayunemos durante esta Campaña y celebremos la Eucaristía, que aúna voluntades.

Lo que tengamos que compartir, mejor ahora que nunca. Las oportunidades pasan y a las personas no las tenemos siempre con nosotros.

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