viernes, 8 de julio de 2011

Santo del 8 de Julio


Nació el 10 de marzo de 1549 en la pequeña ciudad de Montilla (Córdoba de Andalucía). Su padre fue alcalde de Montilla y su abuelo un importante médico de la ciudad, en la que Francisco cursó sus estudios, demostrando desde pequeño una especial habilidad para imponer paz entre los contendientes. Se dice que bastaba que corriera hasta donde había pelea para que la misma finalizara.

Cuando el niño estuvo en edad escolar, su padre lo entregó a los jesuitas. Con ellos aprendió las primeras letras y sintió despertar su vocación.

Francisco inició estudios de Medicina pero al poco tiempo, desencantado, ingresó en el convento franciscano de San Lorenzo, próximo a la Huerta del Adalid, en las afueras de Montilla. Eligió el convento de San Lorenzo , porque le atraían mucho la pobreza y la vida sacrificada de los religiosos devotos del santo de Asís. El 25 de abril de 1570 hizo profesión de fraile. Fue destinado al convento de Nuestra Señora de Loreto, en el Aljarafe, donde estudió Filosofía y Teología hasta 1576, cuando se ordenó.

Por su afición a la música, que cultivó durante toda su vida, lo nombran vicario de coro y predicador. Pasa por diversos conventos de Andalucía, y en todos deja ejemplos edificantes de su fervorosa caridad.

Maestro de novicios en San Francisco del Monte y Azurrafa, partiendo luego a predicar por tierras de Andalucía. Al estallar la fiebre tifoidea, se dedicó junto a Fray Buenaventura a socorrer a los enfermos con tanto fervor, que despertó la admiración de cuantos le conocieron.

A los 40 años (1589) solicita pasar a América, para emular los ejemplos de apostolado que había oído contar de sus hermanos de hábito. Primero pidió a sus superiores ir a Berberia (Africa) "a padecer martirio", pero como su solicitud no fue aceptada, "determinó de buscar las partes más remotas de Indias para conseguir sus intentos".

En febrero de 1589 partió de San Lucar de Barrameda, en una gran expedición compuesta por 36 embarcaciones a bordo de las cuales viajaban 300 efectivos de infantería y 70 misioneros.

Durante su largo y accidentado viaje a América, en el que iba también el virrey de Lima don García Hurtado de Mendoza, Francisco aprovecha para predicar a la tripulación

Como era habitual en aquel tiempo, pasó Solano por el istmo de Panamá al Pacífico a través de la selva, en una penosa travesía por tierra, embarcando nuevamente hacia el Perú. Y fue en pleno océano que lo sorprendió una terrible tormenta, zozobrando su nave a la altura de la isla Gorgona, frente a Colombia y Ecuador. En medio del pánico general Solano subió a cubierta, crucifijo en mano, para infundir ánimo a los aterrorizados pasajeros, muchos de ellos esclavos negros que viajaban encadenados. El barco encalló y Francisco, despojado de sus ropas, debió nadar un buen trecho hasta la costa. Las olas se encargaron de hacer llegara la isla su hábito y su cordón.

En aquel lugar pasaron muchas penalidades y la salud de Francisco comenzó a resentirse. Llovía casi permanentemente y había muchas tormentas. Pero el hambre fue el peor de los flagelos, obligando a los sobrevivientes a vivir de cangrejos, peces y culebras. Gran asombro causó a todos que los cangrejos acudiesen a la choza del santo, como obedeciendo algún llamado.

Del naufragio rescataron los marinos un cuadro de la Virgen, construyendo para ella una pequeña capilla en la que Solano predicó en Navidad prometiendo que pronto llegaría el socorro esperado. Y así ocurrió. Un día llegó un barco que recogió a los sobrevivientes y los condujo al puerto peruano de Payta

Pero como su destino era Tucumán, emprende desde ahí el larguísimo viaje de más de 3.000 kilómetros, siempre a pie, en compañía de ocho franciscanos más. Había que atravesar los Andes por el valle de Jauja, Ayacucho, y llegar hasta el Cuzco; cruzar la meseta del Collao, la actual Bolivia por Potosí y entrar en los confines del norte argentino; de nuevo bajar hasta Salta y finalmente hasta las llanuras del Tucumán.

Aquí permanece hasta mediados de 1595, como misionero y custodio de los conventos franciscanos del Tucumán y del Paraguay. Su acción misionera en estas regiones es para llenar muchas páginas y las conversiones se cuentan por millares; sus habitantes aún lo recuerdan con veneración.

Cuando fray Francisco llegó al Tucumán procedente de Lima en 1590, sólo cinco pequeñas ciudades poblaban ese vastísimo territorio de setecientos mil kilómetros cuadrados: Santiago del Estero, Córdoba de la Nueva Andalucía, San Miguel del Tucumán, Nuestra Señora de Talavera del Esteco, y Lerma en el valle de Salta. Poco tiempo después, el 20 de mayo de 1591, se fundaría "Todos los Santos de la Nueva Rioja" donde haría muchos prodigios. La provincia del Tucumán contaba con algo más de quinientos hombres españoles (unos mil quinientos con mujeres y niños) en todas esas escasas “ciudades” (como se las llamaba enfáticamente, siendo en realidad unos míseros villorrios de chozas) y unos veinte mil indios sometidos y repartidos en encomiendas. Solano también misionó por el Chaco paraguayo (en tiempos del gobierno de Hernandarias, el primer caudillo criollo), por Uruguay, el Río de la Plata y Santa Fe, siempre a pie, convirtiendo por igual innumerables indígenas y también colonos españoles, milagro grande, ¡incluso encomenderos!. Por su parte, las ciudades de la cuenca del Plata sumaban unos dos mil españoles y menos de cuatro mil indios.

El fraile había sido destinado como "doctrinero" en las encomiendas riojanas de Socotonio y Magdalena, y fue allí donde comenzaron a verificarse hechos sobrenaturales. Los nativos del lugar hablaban dialectos y lenguas que resultaban incomprensibles para los españoles y dificultaba el proceso de evangelización (sólo en el Tucumán se hablaban más de 20 lenguas), pero ello no fue problema para el franciscano, quien "las supo, aprendió y entendió en tan breve tiempo y tan elegantemente que los indios lo tomaron por hechicero, pues en sus propios vocablos los contradecía".

En la mayoría de los lugares donde estuvo cuentan de él hechos portentosos, como sacar con su bastón agua de donde no la había, amansar a un toro bravo que terminó por arrodillarse y lamerle las manos, echar de un trigal a una plaga de langostas, cruzar sobre su manto el caudaloso río Hondo, ensanchar una viga que no era lo suficientemente larga, resucitar a un niño indio, tener la ropa seca después de un fuerte aguacero o predicar al mismo tiempo a miembros de distintas tribus usando un lenguaje que todos entendían.

Recién llegado a La Rioja fue invitado a comer a la casa de un acaudalado encomendero. Mientras pronunciaba una oración de agradecimiento por la comida, tomó un pan y lo partió con sus manos, y ante su propia sorpresa manaron gotas de sangre. El fraile se levantó, y antes de retirarse dijo: "Nunca me sentaré a la mesa de un hombre cuya riqueza fue amasada con la sangre de los humildes". Ante lo ocurrido, el hacendado repartió sus posesiones entre la gente del lugar y dedicó el resto de sus días a realizar penitencia.

Fray Francisco Solano llevaba siempre consigo un rabel, primitivo instrumento musical semejante a un violín, compuesto por un arco con una cuerda tensada que se ejecutaba con un palito. No hay referencias a sus dotes musicales, pero se sabe que lo utilizaba para acompañar sus cánticos religiosos que, según los cronistas de la época, amansaban milagrosa y eficazmente a todos los seres, hombres y animales.

El Jueves Santo del año 1593 la ciudad de La Rioja se vio invadida por "cuarenta y cinco caciques con su gente". Eran los temibles diaguitas, y los vecinos se prepararon para la defensa, ya que el ataque parecía inevitable. Fue entonces cuando hizo su aparición Francisco tocando su rabel y entonando salmos como si nada grave sucediese. Terminado su canto "hizo a los indios un sermón" del que un compañero cura testificó "no saber en qué lengua era porque todos le entendían, así españoles como indios". Luego, ante los azorados nativos, comenzó a flagelarse con saña mientras gritaba que en "noche como aquella de Jueves Santo habían azotado y muerto a Nuestro Señor por nuestros pecados". El efecto fue mágico pues aquellos indios feroces, de ser cierto lo atestiguado, "pidiendo en masa el Santo Bautismo y con muchas lágrimas se desnudaron las camisetas y unos con guascas y otros con lo que hallaban se iban azotando todos".

En 1595 los superiores de su Orden lo llaman a Perú para hacerse cargo de la Recolección franciscana (Convento de los Descalzos), que acababa de fundarse a las afueras de Lima. Como siempre, se resistió todo lo que pudo antes de aceptar cualquier cargo de responsabilidad, exagerando de manera deliberada su propia incapacidad para gobernar, pero finalmente tuvo que acatar la autoridad de sus superiores.

Su obsesión por la pobreza era tal que no quería que se blanqueara o enladrillara la casa, ni que se pulieran las puertas y ventanas. En su celda, tan sólo tenía un camastro, una colcha, una cruz, una silla y mesa, un candil y la Biblia junto con algunos otros libros. Era el primero en todo, y jamás ordenó una cosa que no hiciera él antes.

Sus consejos eran prudentes, y cuando tenía que reprender a alguno de los demás frailes, lo hacía con gran celo y caridad. Sus excesivas penitencias y su espíritu de oración no le impedían ser alegre con los demás. Solano era también el santo de la alegría.

En diciembre de 1604 abandona su retiro y sale por las calles y plazas exhortando a todos a hacer penitencia, amenazando a los reacios con los castigos de Dios. El efecto de este sermón fue enorme; la ciudad se conmovió, y hubo de ser advertido que en adelante no saliera así. Lo cierto es que, pocos años después de muerto, se recordaba aquel sermón y aquella amenaza profética en ocasión del terrible sismo que mató a más de la mitad de la población de Lima. Se cuenta que estando en Trujillo había tenido la profética visión del terrible terremoto que sacudiría a la ciudad 15 años después (1619), vaticinando que la gran iglesia se hundiría pero que quedaría intacto el púlpito y debajo de éste una anciana mujer ilesa, tal como aconteció.

De regreso en Lima, enfermó gravemente (1605), quedando postrado en un hospital. En 1609 un sismo sacudió la ciudad tan violentamente que el agua se derramó de las fuentes y las campanas de los templos tocaron solas. Las iglesias se llenaron de gente y entonces Francisco salió a predicar, pese a que casi no podía tenerse en pie. Y siguiendo su costumbre, dio grandes voces invitando al arrepentimiento y la conversión.

Su vida penitente, sus trabajos y privaciones de veinte años en Sudamérica, le fueron restando fuerzas y por ello se le trasladó a la enfermería del convento de San Francisco de Lima donde, tras breve enfermedad, muere el 14 de julio de 1610. Ese día, centenares de pájaros se posaron en su ventana y las campanas de Nuestra Señora de Loreto tocaron solas.

Desde lejos las gentes vieron una rara iluminación en esa habitación durante toda la noche. Su entierro fue apoteósico, asistiendo toda la ciudad, desde el virrey y el arzobispo hasta los más humildes, todos con la misma idea de haber asistido al entierro de un santo. Tras un magnífico funeral, al que asistieron mas de 5000 personas, su cuerpo fue depositado en la catedral de Lima donde descansa junto a Santo Toribio Mogrovejo. El convento franciscano de La Rioja conserva la celda que ocupó en 1592, junto al naranjo que ese mismo año plantó.

Tan sólo 15 días después de su muerte, se abrió su proceso de canonización. Las gestiones comenzaron en Lima, donde hubo 500 testigos, y después continuaron en otras ciudades del Perú, en el Tucumán y en España. Estas investigaciones las dieron por resultado que el Papa Clemente X lo beatificara en 1675 y Benedicto XIII lo proclamase santo en 1726.

Francisco Solano es patrono de los terremotos, de la Unión de Misioneros Franciscanos y del folklore argentino. También es patrono de Montilla y de numerosas ciudades americanas como Lima, La Habana, Panamá, Cartagena de Indias, La Plata, Ayacucho y Santiago de Chile, entre otras. El día de su muerte, figura en los almanaques de Argentina como “Día del Misionero”.

Se lo ha llamado "el taumaturgo del nuevo mundo", por la cantidad de prodigios y milagros que obtuvo en la región. En su tiempo vivieron en Lima, además de santo Toribio de Mogrovejo, santa Rosa, san Martín de Porres y san Juan Macías.

1 comentario:

felicidad dijo...

yo que de muy sorprendida al tocar el bastón del padre solano, que aun sigue
verde donde el apoyaba su mano.