domingo, 29 de mayo de 2011

Homilia


Primera evangelización fuera de Jerusalén.

La fogosidad de los Apóstoles y los discípulos de Jesús se manifiesta especialmente en Jerusalén después de Pentecostés. Ya no tienen miedo a ser encarcelados: Saben que deben anunciar a Jesús Resucitado y predicar sin desmayar la Buena Noticia.
Crece sin cesar el número de seguidores de Jesús.
Esto ocasiona el recelo y la ira de los judíos de la ortodoxia, que ven en los cristianos a enemigos de su religión.
Así se desata una violenta persecución,en la que muere lapidado el diácono Esteban y degollado el Apóstol Santiago. Muchos son dispersados.
La huída de la ciudad Santa sirve para abrir las fronteras de la salvación a otros pueblos. De esta manera, el diácono Felipe evangeliza con éxito Samaría; un grupo numeroso abraza la fe. Pero San Lucas no considera su acción plenamente lograda hasta que es refrendada por los Apóstoles Pedro y Pablo, emisarios de la Comunidad Cristiana, que imponen las manos sobre los nuevos conversos para que reciban el Espíritu Santo.
Percibimos en este gesto las profundas convicciones unitarias de la Iglesia primitiva, cuya comunidad se forma desde el bautismo, y es validada siempre por los Doce.
Queda su autoridad fuera de toda duda.
El Espíritu se da cuando se realiza la comunión con toda la Iglesia.

Hay quienes piensan que se puede ser cristiano sin recibir los Sacramentos y al margen de cualquier autoridad eclesiástica. Son los mismos que critican al Papa, desacreditan al clero y obran dentro de una moral de conveniencias, a la propia medida. Pretenden además dar lecciones de moral a las personas realmente comprometidas en el anuncio de su fe y tachan de carcas y antiprogresistas a los que se atreven a censurar sus ideas.
Es una forma de evadir responsabilidades y descargar frustraciones sobre hombros ajenos.
Esta tentación subyace en la sociedad de hoy entre muchos creyente descafeinados, y tiene un nombre: relativismo moral.
Hoy, como en los primeros tiempos de la predicación evangélica, los cristianos estorban, porque sus compromisos de fe y sus rectos criterios obstaculizan el libertinaje y la opresión sobre los más débiles. Se persigue a los justos para acallar su voz y evitar sus denuncias contra el mal. Siempre, por desgracias, ha sido así.
No podemos quedarnos cruzados de brazos mientras ideologías destructivas intentan desactivar la fe y anular el ejercicio libre de la libertad religiosa.

Hemos comprobado recientes y lamentables episodios de este tipo de intolerancia “progresista” en las universidades de Madrid y Barcelona, y se están denunciando adoctrinamientos ( perversión de menores) sobre actitudes sexuales torcidas a niños de 11 y 12 años de algún colegio publico de Andalucía, tendentes a la degradación moral de la sociedad, con el agravante de no contar con el consentimiento de sus padres.

Están también surgiendo y proliferando, por fortuna, grupos de católicos militantes que, hartos de tanta agresión sicológica, verbal Ica veces, física, plantan cara a estos atropellos mediante protestas, manifestaciones o denuncias de modo pacífico, pero con energía y perseverancia.

Sabemos, sin embargo, que el Espíritu de Dios nunca nos abandona.

“No os dejaré desamparados” (Juan 14, 18)

El evangelio de hoy nos muestra a Jesús en su discurso de despedida, prometiendo a los discípulos, que tienen miedo y se sienten desamparados, que permanecerá siempre a su lado.
“Yo le pediré al Padre, que os dará otro defensor o Paráclito “(Juan 14, 16).
Es el Espíritu que conocerán y sentirán cerca los Apóstoles en su vida diaria.
Jesús les dice además: “Yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros” (Juan 14, 17)
Es a partir de este Espíritu, recibido en el Bautismo y la Confirmación, desde el que podemos entender nuestra misión cristiana.

Es el mismo Espíritu que ha sido derramado en nuestros corazones y que nos hace sentirnos hijos de Dios.

Es el Espíritu que nos lleva a pensar que “es mejor padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal” (I Pedro 1, 17).

Es igualmente el Espíritu quien nos da “la razón última de nuestra esperanza” (I Pedro 3, 15).

Jornada Mundial del Enfermo.

Desde esta perspectiva e impulsado por el Espíritu, todo cristiano siente más profundamente en sus carnes la necesidad de atender con dedicación, amor y entrega a los más pobres.
Entre estos, figuran en primer lugar los enfermos, porque están a merced del personal sanitario, la familia y los amigos.
No olvidemos que la preocupación y atención a los enfermos son el eje central de la actividad de Jesús y abarca muchas páginas de los evangelios.
Jesús curaba cada día a los enfermos y se compadecía de ellos.

La Iglesia primitiva asumió desde el principio la responsabilidad de cuidar a los enfermos de sus dolencias y asistirles con sumo esmero en sus necesidades espirituales.
El nombramiento de los primeros diáconos- lo escuchamos el pasado Domingo- responde a esta necesidad, para que los Apóstoles cumplan con el legado de Jesús de anunciar el evangelio.

La medicina ha evolucionado muy positivamente durante los últimos años, sobre todo en cirugía y en la creación de nuevos y eficaces fármacos. También cuenta con profesionales cualificados que tratan con respeto y amabilidad a los pacientes que, en general, se muestran contentos de las prestaciones recibidas. Todos ellos han sido educados con un código ético, con la misión de curar.
Sin embargo, muchos tienen que soportar actualmente presiones de todo tipo para que practiquen abortos en contra de su conciencia, porque así está marcado por la ley; una ley injusta y criminal.
Hemos derivado hacia situaciones límites, donde la vida humana cuenta poco, aunque se camufle bajo eufemismos tales como: “interrupción voluntaria del embarazo” (aborto), “salud sexual y reproductiva” (píldora del día después”, “muerte digna” (eutanasia).

A pesar de todo, La Iglesia continúa siendo la pionera en cuidar con cariño a los ancianos abandonados, a los enfermos terminales, a los discapacitados de diversa índole, a la llamada “escoria” de la sociedad, porque su misión es amar y ver en el enfermo al mismo Jesús: “Estuve enfermo y me visitasteis”. (Mateo 25, 36).
Que tomen buena nota algunos de nuestros políticos, que utilizan electoralmente a los marginados, pero se les ve poco arrimar el hombre para cumplir sus promesas demagógicas. Conozco asistentes sociales de ayuntamientos bastante ricos que desvían a Caritas a los demandantes de ayuda. Es, al parecer, algo muy frecuente.
La ciencia jamás llenará la necesidad de cariño y comprensión del ser humano. Sólo pueden hacerlo las almas caritativas, motivadas por su fe en Jesús.

Al final, podrán escuchar las palabras que hemos proclamado del evangelio de hoy “Al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él” (Juan 14, 21).

Y no olvidemos que Dios lo llena todo y a todos con su presencia.



¡Feliz Domingo!

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