lunes, 14 de marzo de 2011

Meditación de CUARESMA


Señor mío, Jesucristo, creo firmemente que estás aquí; en estos pocos minutos de oración que empiezo ahora quiero pedirte y agradecerte.

PEDIRTE la gracia de darme más cuenta de que Tú vives, me escuchas y me amas; tanto, que has querido morir libremente por mí en la cruz y renovar cada día en la Misa ese sacrificio.

Y AGRADECERTE con obras lo mucho que me amas: ¡Tuyo soy, para ti nací! ¿Qué quieres, Señor, de mí?


A Dios le afecta todo, porque lo ve todo. Felipe, uno de los apóstoles, era amigo de Natanael, y le dice a éste que quiere presentarle a Jesús, porque era el Hijo de Dios. Natanael duda mucho que un carpintero de un pueblucho como Nazareth, pudiese ser el Mesías. Pero Felipe se lo presenta, y con una frase de Jesús, Natanael se convirtió. Y ésta fue la frase: CUANDO ESTABAS DEBAJO DE LA HIGUERA, TE VÍ.

Algo habría hecho Natanael debajo de la higuera. No sabemos qué. Lo había hecho a solas, algo que nadie sabía. Pero resulta que, a pesar de haberse asegurado para estar solo, resulta que Jesús le vio. Y alguien que ve lo que sólo yo sé y hago, ése tiene que ser Dios. Por eso le contesta Natanael a Jesús: Tú eres el Hijo de Dios.

Esta mañana cuando te has despertado, Dios te estaba viendo. Y lo que has pensado cuando ese amigo te ha dicho tal cosa, Dios lo ha visto. Y eso que has guardado para que no te lo pidiesen, Dios te lo ha visto. Y ese esfuerzo por sonreír a ése que te cae mal, Dios lo ha visto... Y COMO DIOS VE TODO LO TUYO, TODO LO TUYO LE AFECTA.

Dios mío, que me dé cuenta de que todo el día y toda la noche estoy en Tu presencia. ¡Cuántas alegrías puedo darte en un día! ¡y cuánto dolor puedo causarte también en un día! ¡Creo que me ves y que me oyes! Gracias, y auméntame la fe.


Continúa hablándole a Dios con tus palabras



No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en la Cruz y escarnecido.
Muéveme ver tu cuerpo tan herido
muéveme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, de tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera;
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
(Lope de Vega)

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