sábado, 5 de marzo de 2011

Lecturas



Doy gracias y alabo y bendigo el nombre del Señor, Siendo aún joven, antes de torcerme, deseé la sabiduría con toda el alma, la busqué desde mi juventud y hasta la muerte la perseguiré; crecía como racimo que madura, y mi corazón gozaba con ella, mis pasos caminaban fielmente siguiendo sus huellas desde joven, presté oído un poco para recibirla, y alcancé doctrina copiosa; su yugo me resultó glorioso, daré gracias al que me enseñó; decidí seguirla fielmente, cuando la alcance no me avergonzaré; mi alma se apegó a ella, y no apartaré de ella el rostro; mi alma saboreó sus frutos, y jamás me apartaré de ella; mi mano abrió sus puertas, la mimaré y la contemplaré; mi alma la siguió desde el principio y la poseyó con pureza.


En aquel tiempo, Jesús y los discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos y le preguntaron: -«¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad? » Jesús les respondió: -«Os voy a hacer una pregunta y, si me contestáis, os diré con qué autoridad hago esto: El bautismo de Juan ¿era cosa de Dios o de los hombres? Contestadme.» Se pusieron a deliberar: -«Si decimos que es de Dios, dirá: “¿Y por qué no le habéis creído?” Pero como digamos que es de los hombres... » (Temían a la gente, porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un profeta.) Y respondieron a Jesús: -«No sabemos.» Jesús les replicó: -«Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»

Palabra del Señor.

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