domingo, 31 de enero de 2010

Homilía


EL AMOR NO PASA NUNCA

La primera lectura del profeta Jeremías y el apartado del evangelio según San Lucas, que acabas de leer, guardan gran similitud. En ambos, tanto Jeremías como Jesús se sienten llamados para una misión:

“Antes de formarte en el vientre materno, te escogí”;
“Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de leer”
Jeremías recibe del Señor la seguridad de no estar sólo ante los problemas que le van a venir ni de tener miedo a sus adversarios.
Jesús, por su parte, convencido de ser el “ungido” anuncia la libertad y no se arredra en proclamar un mensaje, que chocará frontalmente con los santones de su tiempo. Intentan apedrearlo, porque ha defraudado sus expectativas, pero se aleja sin miedo, sin que nadie ose tocarlo.

La libertad

La libertad aparece como caballo de batalla dispuesto al combate.
¡Cuántos hombres y mujeres del mundo han perecido buscando su libertad!

La facultad de ser autónomo, de ser protagonista de su propio destino hace posible la paradoja de que millones de seres prefieran pasar hambre y calamidades a vivir como esclavos, a mendigar por las calles y dormir bajo un puente antes que someterse a unas condiciones, que les permiten vivir bien económicamente, pero coartan su libertad.
Y, sin embargo, a pesar de las nobles aspiraciones de las sociedades, llamadas libres y democráticas, no han logrado que su gente se sienta plenamente realizada.
Porque hay millones de personas, tan apegadas a las comodidades, al consumo de los productos que van saliendo, que terminan vendiendo su libertad para esclavizarse a lo material y a dejar que otros les señalen el camino a seguir. Dicen que son libres, pero no lo son. Tienen miedo a perder su posición de privilegio y pagan su “precio” para que otros dirijan sus propios destinos.
Vivimos así envueltos en miedos y con las manos atadas y, desde luego, somos menos libres que las tribus de indios, perdidos en la inmensidad de la selva amazónica que consideramos salvajes y por civilizar.
¿Acaso somos nosotros, llevándonos las manos al pecho, un dechado de civilizados?

Nos han cortado las alas y maniatado los pies por mucho que nos declaremos libres.
A lo mejor es que nos sentimos así a gusto, como el pájaro en la jaula, que canta a sus amos y recibe su cotidiana ración de comida.

La libertad que quiere Jesús

La libertad que anuncia Jesús tiene otras connotaciones. Implica unas actitudes personales ante los opresores y ante el uso codicioso de los bienes, ante la manipulación egoísta y ante las falsas seguridades.

Hubiera salido como un rey triunfante de su pueblo si se presenta ante su gente con todos los atributos de su poder y con la magnanimidad de los que tienen en sus manos la solución de todos los problemas. Con rodearse de un buen equipo de propaganda y mantener inmaculada su imagen de milagrero habría tenido bastante.
Es lo que hacen hoy muchos políticos – no la generalidad- en las campañas electorales: se hacen cercanos a todas las instituciones, abrazan a los niños, se muestran compasivos y prometen limpiar el país de delitos, erigir escuelas y hospitales, dar trabajo a todos, promover a la mujer...
Y, después ¿qué? Todo se queda en “puedo prometer, y prometo.”

Pero, Jesús en cambio, se presenta como un predicador fracasado, que no busca las estrategias habituales de los que persiguen fines proselitistas.
Actúa extrañamente para lo que los hombres de hoy estamos acostumbrados a ver. Choca frontalmente con las aspiraciones de los nazaretanos, que preferían manejar su imagen a su antojo y explotar su contrastada capacidad taumatúrgica a dejarse interpelar por las palabras proféticas del Maestro. No buscaban la conversión, sino la utilidad mediática.
Jesús, que venía a su pueblo a proclamar la libertad no podía esclavizarse a intereses egoístas.
Por eso, prefiere ser considerado un impostor y dilapidar su fama a claudicar ante sus intereses oportunistas. Y dejará claro que el reino que predica no es buena noticia para la sociedad satisfecha, hedonista y consumista, que necesita ofertas constantes y milagros para aceptar a los candidatos de turno, porque carece de espíritu de sacrificio y de sensibilidad hacia compromisos serios que impliquen servicio y entrega.

El amor no pasa nunca

Ni la fama ni el aplauso fácil embaucan a Jesús. Ni se deja maniatar por los encantos de una vida fácil, ni se rinde ante los regionalismos localistas, ni a intereses familiares.
Su familia es el mundo y su horizonte no tiene límites, porque será el amor de Dios el exaltado desde el contrasentido de la cruz.
Ahora entendemos por qué este amor no pasa nunca.
Pasarán las lenguas, las naciones, las profecías, el saber, los dones de lenguas. Sólo el AMOR permanece para siempre. Y; Dios, el eternamente fiel, ES AMOR.

Qué hermosa la apología del amor de San Pablo, que tantas veces hemos leído a los novios con ocasión de su boda. A fuerza de repetirla parece trillada: “el amor es comprensivo, es servicial, no tiene envidia, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que disfruta de la verdad. Disculpa, cree, espera...”

Este amor, llevado a la práctica en la vida matrimonial y en las relaciones humanas es lo que da consistencia a nuestra sociedad y nos permite vislumbrar el amor que Dios nos tiene. Una vida sin amor es como un campo sin flores o como una tierra sin agua.
Ocultar esta realidad con sucedáneos de promesas estériles de poder, gloria, dinero y posesión de cosas jamás nos llevará a crecer como personas y sí a sembrar vacíos de soledad, desánimo y muerte.
El amor da sentido a todo, aunque adulteremos su contenido.

Seguimos, después de tantos siglos, hambrientos de amor. Y bien que se refleja si echamos una ojeada en los quioscos a las revistas del corazón, que superan en número a los periódicos de información o deportivos... Todas hablan de lo mismo, pero se venden. De lo contrario no se editarían.
Decimos los hombres que no las leemos, pero casi todos hemos sucumbido a la tentación de ojearlas en la consulta del dentista o cuando caen en nuestras manos.
Aparecen en ellas con gran despliegue tipográfico las fotos de los famosos de moda, sus amores y desamores, sus vestimentas, sus palabras atinadas o disparates y, de vez en cuando ejemplos edificantes de entrega, sacrificio y heroísmo, que resaltan nuestra necesidad profunda de amar y sentirnos amados Y, aunque no lo confesemos públicamente, también y.., sobre todo, de Dios. Sino no echaríamos mano tan reiteradamente a este texto de San Pablo, cuyo contenido no ha sido superado por libro alguno; que nadie niega, ni siquiera los auto-llamados ateos.

AMAR ES UNA DECISIÓN; ¡¡DECIDETE Y AMA!!

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