lunes, 2 de noviembre de 2009

Homilía - 02/11/2009, Lunes de la 31ª semana de tiempo ordinario

HOMILÍA
02/11/2009, Lunes de la 31ª semana de tiempo ordinario
Realizada por: P. Luis Carlos Aparicio Mesones s.m

TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

NUESTRA VIDA ESTA EN LAS MANOS DE DIOS

La muerte y la vida

Esta fiesta está entroncada en la tradición de muchos pueblos, cristianos o no.
Es fiesta anclada en la nostalgia y en el recuerdo de los seres queridos a quienes Dios llamó a su presencia y que viven constantemente en nuestro corazón.
No es fácil hablar de la muerte cuando la vida discurre a borbotones y se afirma como una apuesta de perennidad, a través de unos planes de futuro que deseamos mantener a toda costa, pero está ahí con su machacona realidad. La vida es efímera, pasajera y discurre como un viaje de placer que pasa pronto, como un soplo, para que evoquemos la bondad del Creador y la veamos como un anticipo de lo que El nos tiene preparado.
La vida es un regalo único e irrepetible que debemos agradecer al Padre y vivirla en diversas etapas hasta su final. Todo tiene sentido si sabemos asumirla con la naturalidad del hijo que confía en su padre y en su promesa de acompañarnos por toda la eternidad.
Y esto es lo que ha hecho a través de Jesús: abrirnos de par en par las puertas de su casa y la seguridad del cielo donde la muerte ha sido aniquilada para siempre.
Mientras tanto nos toca asumir la realidad de nuestras limitaciones y vivir con criterios de solidaridad, dignidad y diligencia.

Pensar obsesivamente en la muerte significa no disfrutar de la vida, pero vivir sin contar con ella es como negar la última dimensión, que da sentido a lo que somos y lo que estamos llamados a ser.

¿Por qué volver la espalda ignorando nuestra condición?
¿Por qué no acercarnos a ella sin miedos ni sonrojos?
¿Acaso podemos eludirla?

Sólo desde la fe se puede integrar este acontecimiento, que es común a todos y es la última palabra sobre la vida, que sin Dios es destrucción, pero con él es un renacimiento a una vida superior.

Liturgia de hoy

La liturgia de hoy insiste, sobre todo en el Libro de las Lamentaciones- primera lectura-en los planteamientos mundanos que conducen al hombre a la destrucción: la vida es corta; vamos a disfrutarla a tope, porque es un camino sin retorno y nuestro cuerpo acabará en cenizas.

¿Para qué eslomarnos si nadie nos lo agradecerá ni se acordará de nosotros cuando hayamos muerto?
¿Para qué practicar la justicia y el bien si todo desemboca en lo mismo, en la nada?


Este sin sentido no merece la amargura que estamos pasando ni los sacrificios tienen su recompensa. Es ésta una visión pesimista de la vida descalificada por el autor sagrado, ya 300 años a.C., pero que podemos fijar como actual por su cruda realidad, como la desembocadura a la que nos lleva el río del materialismo reinante:
Como la madera se destruye por el fuego y la carne se pudre en un basurero, lo mismo ocurre con la Humanidad, según el planteamiento de muchos.

La Resurrección

“Así discurren y se engañan, porque no conocen los secretos de Dios ni esperan el premio de la virtud ni valoran el galardón de una vida intachable. Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser” (Sap 2,21-23)

Estas palabras nos adentran en un tema profundamente grato para los cristianos: la resurrección. Palabra mágica y horizonte definitivo de nuestra fe, de nuestra esperanza y nuestro amor.
Jorge Manrique en las famosas coplas a la muerte de su padre decía:

”Nuestras vidas son los ríos
Que van a dar en el mar,
Que es el morir;
Allí van los señoríos
Derechos a sé acabar
Y consumir.
Allí los ríos caudales,
Allí los otros medianos
Y más chicos,
Allegados son iguales
Los viven por sus manos
Y los ricos”

Cuando un río muere en el mar, sigue otra vida en la inmensidad de unas aguas que no tienen fin.
Somos barro, eso sí, pero con nuestro barro Dios ha hecho una realidad que desborda al barro, una obra de arte de un artista que nos ha preparado un destino sorprendente.
¡Qué grande debe ser el corazón de Dios!

El evangelio según San Lucas, conocido como el camino de Emaús descubre una vez más el estado de desánimo y de desengaño que embargaba a los dos discípulos ante la muerte de su Maestro. “Pensábamos”. Palabras similares a las que leemos en el libro de los Macabeos: ”la gente insensata pensaba que morían, pero viven felices”
También ellos pensaban que con la cruz se había acabado todo y su sueño se había esfumado. “Necios y torpes de corazón para entender la Escrituras” - les dice Jesús.

El camino hacia Emaús abre sus ojos para que disciernan los acontecimientos y la proyección esperanzada de la vida, que es comunión fraterna, llamada a la transformación, compartir de bienes y entrega amorosa.

Perder la vida por los demás es la alborada de un amanecer perpetuo de luz y antesala de reencuentro con los seres queridos. Nada se pierde cuando todo se gana.
A medida que vamos cumpliendo años nos vamos dando cuenta que cada vez tenemos más amigos allí, en la otra vida, que aquí en ésta. Padres, abuelos, primos y amigos que nos aguardan con los brazos abiertos, porque Dios ha dispuesto que el Amor no pase nunca. Esta es también nuestra esperanza, avalada por nuestros sentimientos y nuestra fe.

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