Los dones del Espíritu Santo

Es la capacidad de hablar con Dios filialmente, tiernamente... de alabarlo y adorarlo
Nos hace mirar a Dios con simplicidad filial y con sinceridad

Nos permite ver todo a la luz de la eternidad.
Bajo la voluntad de Dios, nuestro Padre bueno, cesa la angustia y regresa la paz al corazón y la claridad para actuar.
Hace personas fuertes, serenas, seguras de sí mismas.
Permanece el principio de la alegría.

Es la capacidad de testimoniar la fe en medio de las contradicciones y de los peligros.
Perfecciona la virtud de la esperanza llevándola hasta alcanzar el heroísmo, al desprecio de la muerte y a la superación del miedo a la muerte.

Es descubrir, entre las arrugas de la vida cotidiana la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Es fundamentar, para dar claridad, fuerza y serenidad a nuestra acción y para contemplar, en nuestras cruces, la presencia del Resucitado.

Es un amor a Dios consciente de la propia fragilidad.
Es el miedo de no estar a la altura de tanto amor y el deseo de ser totalmente de Dios.

Es ver todo con los ojos de Dios, con su mirada.
Es una penetración amorosa y sabrosa en los misterios de Dios: en el misterio trinitario, en el misterio de la cruz, en los misterios del reino y en el misterio de la historia

Es la capacidad de vivir la naturaleza como don de Dios.
Nos permite vivir y gozar la vida porque Dios es nuestro Padre que nos da todo.
Dios, nuestro Padre, es el verdadero amor.

“Busco el fundamento de esta alegría en el servicio del Señor... ¿No es en verdad digno del mayor gozo y alegría el ser instrumento en manos del Señor... sentirse amado y perdonado por Él?
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