domingo, 18 de octubre de 2009

Homilía - 18/10/2009, Domingo de la 29ª semana de tiempo ordinario

HOMILÍA
18/10/2009, Domingo de la 29ª semana de tiempo ordinario
Realizada por: P. Luis Carlos Aparicio Mesones s.m

La Palabra, Luz para los Pueblos

Este es el lema escogido para el Domund de este año.
Todos estamos llamados a compartir, anunciar al mundo y extender esta palabra de salvación en las diversas culturas, a fin de que su mensaje sea conocido y aceptado.

El Papa, Benedicto XVI, en su mensaje para la Jornada Mundial de la Misiones, de este año, comentando las palabras de Ap.21, 24: ”Las naciones caminarán a tu luz”, nos exhorta a que cada uno reavive en sí mismo la conciencia del mandato misionero de Cristo, de “hacer discípulos de todos los pueblos” (Mt.28,19), siguiendo los pasos de San Pablo, el Apóstol de las Gentes.

El objetivo de la gran misión de la Iglesia no es otro que el del mismo Cristo: iluminar con la luz del evangelio a todos los pueblos en su camino hacia Dios, para que en El tengan su realización plena y su cumplimiento.

En este sentido, la primera lectura, es un canto a los que por amor entregan su vida bajo el peso de los sufrimientos: “Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos” (Is.53, 11). Pero es igualmente una llamada a la esperanza: “Por los trabajos de su alma verá la luz”.

La segunda lectura insiste en el apoyo prometido por Cristo en (Mt.28, 20), al afirmar que “no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades”. (Heb.4, 159. Por eso: “Acerquémonos con seguridad al trono de la gracias, para alcanzar misericordia y encontrar gracias que nos auxilie oportunamente” (Heb.4, 16).

Ser una familia

Vivimos en un mundo globalizado, que busca soluciones a sus crisis. Esto es, en cierto modo, un logro de la gran familia humana, que aspira a la unidad, pero comporta riesgos de monopolios y de búsqueda del lucro como valor supremo, olvidando que hay una ética de solidaridad y comportamiento justo.
Aquí es donde los cristianos debemos dar el don de pecho, porque está en juego el desarrollo armónico de la sociedad y del mundo.

El mensaje del Papa nos invita a dar respuesta, presentando a Cristo, enviado por Dios al mundo para dar testimonio del amor.
Formamos parte de esta familia humana, que ha de ser transformada desde la fe que ilumina, aúna voluntades y da sentido a la convivencia.
El racismo, la discriminación, la marginación de amplios sectores de la sociedad, la pobreza que subyace como consecuencia de sistemas económicos injustos... son fruto del grave deterioro moral que sufrimos. Millones de seres humanos se ven abocados a la desesperanza y al silencio.

La Iglesia se hace presente a través de los misioneros en una lucha desigual por desarraigar estas lacras. Y lo hace con las únicas “armas” que tiene a su alcance: el servicio, la entrega generosa, la encarnación en las realidades humanas que más denigran la dignidad de la persona, la fuerza persuasiva de la palabra que salva,, el amor que se da gratis.
La iglesia particular no es plenamente católica si no es misionera: una Iglesia cerrada en sí misma, sin apertura a los demás, es una iglesia enferma.
Cada año aumenta el número de misioneros provenientes de las iglesias jóvenes de los antiguos países de misión. Estos traen el empuje de las nuevas generaciones que, de evangelizadas se han convertido en evangelizadoras.

Entre los muchos ejemplos de misioneros a imitar podemos fijarnos en el beato Damián de Veuster, el apóstol de los leprosos, canonizado el pasado Domingo por el Papa Benedicto XVI.
El P. Damián ejerció la compasión como medida del amor y vivió como un leproso más dentro de la insoportable atmósfera de la isla de Molokai.
Al dolor físico de la enfermedad se sumó la incomprensión de las autoridades religiosas y civiles de su tiempo, puesto que no rechazó la publicidad ni los donativos ni los honores que le fueron dados como representante de los leprosos. Al contrario, lo asumió como medio para aliviar el sufrimiento de sus hermanos leprosos...
El P. Damián comentó varias veces que se sentía “el misionero más feliz del mundo”.

Poder, dinero, gloria.

En el evangelio de hoy, Jesús nos da la clave donde proceden los más graves problemas del mundo: el poder. Personifican esta aspiración los discípulos de Jesús Santiago y Juan, que desean ocupar el primer lugar en el rango de los Apóstoles. Los otros se indignan, porque pretenden la misma finalidad.
Jesús les alecciona sobre el cáliz y la cruz (sufrimiento y muerte) para hacerles comprender el camino auténtico del evangelio. Aún así, algunos no entendieron el mensaje, porque después de la resurrección le preguntan: “¿es ahora cuando vas a restablecer el Reino de Israel? (Hech.1, 6).

El poder, ejercido como dominio para sojuzgar a los pueblos y adueñarse de sus riquezas, es el desencadenante de la mayor parte de los conflictos de la humanidad: guerras, atropellos, esclavitudes, divisiones.
A nivel familiar, ocasiona rupturas, odios y posturas irreconciliables.
El mismo Jesús fue tentado en el desierto por el diablo para que se hiciera con el poder, amasara las riquezas y ostentara toda la gloria mundana.

La tentación acecha a todas las instituciones, de las que no escapa la Iglesia. Hemos vivido, por desgracia, épocas aciagas, y vemos a menudo ejemplos que escandalizan.
Los “trepas” de ahora, en el ámbito religioso, político y social son, como los Zebedeos, mal vistos. El pueblo llano disculpa más fácilmente al cura que ha caído en una debilidad humana (alcohol, sexo) que al “pesetero”.

El Reino que predica Jesús tiene su fundamento en el servicio; su programa espiritual rechaza la ambición, el autoritarismo, la supremacía del dinero y el prestigio personal que deshumaniza, divide y adultera la sana convivencia.
En este sentido, los misioneros son la avanzadilla más auténtica de la Iglesia y testimonian con su vida humilde y sacrificada que es posible la utopía predicada por Jesús: un mundo mejor y distinto.

Nuestras oraciones y ofrendas

Trascribo las palabras finales del Papa Benedicto XVI sobre esta jornada misionera:
“Pido por lo tanto a todos los católicos que recen al Espíritu Santo, para que aumente en la Iglesia la pasión por difundir el reino de Dios, y que sostengan a los misioneras, a las misioneras y las comunidades cristianas comprometidas en primera línea en esta misión, a veces en ambientes hostiles de persecución.
Al mismo tiempo, invito a todos a dar un signo creíble de comunión entre las Iglesias, con una ayuda económica, especialmente en la fase de crisis que está padeciendo la humanidad, para colocar a las Iglesias locales en condición de iluminar a las gentes con el Evangelio de la caridad.
Nos guíe en nuestra acción misionera la Virgen María, Estrella de la Nueva Evangelización, que ha dado al mundo a Cristo, puesto como luz de las gentes, para que lleve la salvación “hasta los confines de la tierra”
(Hech 13,47).

Seamos generosos, iluminemos con nuestro ejemplo.

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