domingo, 30 de agosto de 2009

Homilía - 23/08/2009, Domingo de la 22ª semana de tiempo ordinario

HOMILÍA
23/08/2009, Domingo de la 22ª semana de tiempo ordinario
Realizada por: P. Luis Carlos Aparicio Mesones s.m

LA CERCANIA DE DIOS

Deuteronomio

Este quinto libro del Pentateuco, denominado Deuteronomio = Nuevas Leyes, representa la más auténtica tradición monoteísta de Israel: “Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios es solamente uno” (Dt. 6, 4-9).
Refleja en todas sus páginas la primacía de Dios y su acción salvadora en la historia.
Israel, que conoce y se siente ser el pueblo elegido por Yahvé, proclama su presencia en medio de ellos y le da constantes gracias, porque sabe que, a pesar de todo, El asume la iniciativa y guiará sus pasos.

Las palabras del texto de hoy: “¿Hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor, nuestro Dios?”, refleja la confianza y seguridad que tienen en El.
El gobierno teocrático que nace de la Alianza del Sinaí, establece unas normas de convivencia, basadas en el Decálogo (Diez Mandamientos), que las compendia en dos fundamentales: el amor a Dios y al prójimo. El pueblo las asume, no como una imposición, sino como una propuesta salvadora, como queda reflejado en el salmo responsorial y, sobre todo en la Carta del Apóstol, Santiago:”La religión pura e intachable a los ojos de Dios es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo” (St.1,27)

Todo judío debía poner las mejores diligencias en secundar los deseos divinos a través de una obediencia leal y sumisa, que se distinguiera por la observancia de la Ley.
Sin embargo, ese “no añadir ni suprimir nada” de la tradición judía traería consecuencias negativas.

La llegada del fundamentalismo de los fariseos, erigidos en defensores de la Ley, transformó la mentalidad del pueblo, que se siente esclavizado por tanto precepto imposible de cumplir. Todo ello derivó en una práctica religiosa más impulsada por el temor que por el amor.

Jesús y la Ley

Jesús respeta la Ley, pero ante las imposiciones de los fariseos, actúa con rotundidad, acusándolos de hipócritas y de haber desvirtuado el mandamiento de Dios por tradiciones humanas, a menudo ridículas y contra el sentido común.

La grandeza del corazón de Jesús y su radical libertad no podían quedar empañadas por la estrechez de miras de los fariseos en lo referente a las purificaciones.

El evangelio según San Marcos, que hoy hemos vuelto a retomar, critica duramente estas actitudes, no porque sean malas en sí mismas, sino porque apartan al hombre del verdadero espíritu y sustancia de la Ley, que no es otro que “ la misericordia, la justicia y la lealtad” (Mt.23,23).

Lo que realmente hace daño al creyente y lo convierte en impuro no viene de fuera, sino de dentro del corazón del hombre. (Mc.7,21-22).
La Ley, según Jesús, ha sido concebida al servicio del hombre, no el hombre al servicio de la Ley.
San Pablo añadirá que la práctica estricta de la Ley, sin amor de trasfondo, mata, pero el espíritu la vivifica.

Aplicación para nuestra vida

Hace pocos días vino un compañero sacerdote, recientemente nombrado secretario de uno de los servicios de la Conferencia Episcopal, a bautizar al hijo pequeño de unos amigos de mi parroquia. Compartiendo con él, me comentaba las reservas que tenía al tomar posesión del cargo y lo contento que se encontraba ahora por haber descubierto la importancia de la Pastoral de la Salud en las acción caritativa de la Iglesia.
Colaboran con él algunos seminaristas jóvenes y voluntarios, todos ellos volcados en atender a los pobres, a los enfermos, a los marginados, pues su tiempo libre e incluso durante sus vacaciones se vuelcan en estos menesteres.

Esto contrasta con las formas burguesas de algunos sacerdotes jóvenes, preocupados por su imagen, su vestimenta conforme a los cánones vigentes y su exquisita preparación para las ceremonias litúrgicas. Cada uno dispone de coche, ordenador y buena parte de los adelantos modernos. Sinceramente, todo esto es secundario; no hay en sí ningún mal, pero refleja hasta qué punto el materialismo se ha metido también en el corazón de la Iglesia y de cada uno de nosotros.

Como en los tiempos de Jesús, lo prioritario, lo que enriquece el corazón y la mente del cristiano, sigue y seguirá siendo la preocupación por los pobres, los parados, los huérfanos, los marginados... y los enfermos, quizás los más pobres de entre los pobres, pues su vida depende de la caridad de sus cuidadores.

La Iglesia debe ser samaritana, sensible con las necesidades de los hombres y comprometida en la lucha contra la corrupción y los abusos de toda índole.

Que las palabras del profeta Isaías nos ayuden a meditar sobre el alcance de nuestra fe y nuestra entrega al prójimo:

“Este pueblo me honra con los labios,
pero su corazón está lejos de mí.
El culto que me dan está vacío,
porque la doctrina que enseñan
son preceptos humanos”

También nos puede servir la plegaria eucarística V/b:

“Danos entrañas de misericordia ante toda miserias humana;
inspíranos el gesto y la palabra oportuna,
frente al hermano sólo y desamparado;
ayúdanos a mostrarnos disponibles
ante quien se siente explotado y deprimido.
Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor,
de libertad, de justicia y de paz,
para que todos encuentren en ella
un motivo para seguir esperando”.

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