Te daré gracias y te alabaré, bendeciré el nombre del Señor.
Desde joven, ante de viajar por el mundo, busqué sinceramente la sabiduría en la oración. A la puerta del templo la pedí, y la busqué hasta el último día.
Cuando floreció como racimo maduro, mi corazón se alegró.
Entonces mi pie avanzó por el camino recto, desde mi juventud seguí sus huellas.
Incliné un poco mi oído y la recibí, y me encontré con una gran enseñanza.
Gracias a ella he progresado mucho, daré gloria a quien me ha dado la sabiduría.
Pues he decidido ponerla en práctica, me he dedicado al bien y no quedaré defraudado.
He luchado para obtenerla, he sido diligente en practicar la ley, he tenido mis manos hacia el cielo, lamentando lo que ignoraba de ella. Hacia ella he orientado mi vida y en la pureza la he encontrado.
Desde el principio me dediqué a ella, por eso no quedaré defraudado.
En aquel tiempo, Jesús y los discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras este paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos y le decían: « ¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad para hacer esto?» Jesús les respondió: «Os voy a hacer una pregunta y, si me contestáis, os diré con qué autoridad hago esto: El bautismo de Juan ¿era del cielo o de los hombres? Contestadme». Se pusieron a deliberar: «Si decimos que es del cielo, dirá: “¿Y por qué no le habéis creído?” ¿Pero cómo vamos a decir que es de los hombres?». (Temían a la gente, porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un profeta).
Y respondieron a Jesús: «No sabemos». Jesús les replicó: «Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto».
Palabra del Señor.
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