En los alrededores de Guadalajara, en el estado de Jalisco, en México, san José María Robles Hurtado, presbítero y mártir, que, durante la persecución contra la Iglesia en tiempo de la Revolución Mexicana, fue colgado de un árbol.
Nació en Mascota (Jalisco). Sintió la vocación sacerdotal después de asistir a unas misiones populares, ingresando en la seminario de Guadalajara. Ayudado por sus padres superó una terrible crisis espiritual que le duró varios años y de la que salió robustecido y madurado, colaborando desde entonces en la catequesis.
Después de trabajar para el obispo de Tehuantepec, y para su propio obispo, fue ordenado sacerdote en 1912. Fue enviado a Mascota como capellán de la religiosas del Verbo Encarnado, se destapó como apóstol de la devoción del Corazón de Jesús, y así en 1915 fundó una Congregación religiosa con calidad de “víctimas” de Sagrado Corazón. Destinado en 1916 a la parroquia de Nochistlán, como coadjutor de san Román Adame, en 1918 fundó la Congregación religiosa de Víctimas del Corazón Eucarístico de Jesús. Tuvo que dejar la dirección de su fundación para marchar como párroco de Tecolotlán (Jalisco).
Decretada la persecución de 1926, tuvo la osadía de colocar una cruz en el sitio llamado La Loma, lo que las autoridades consideraron una provocación, por lo que tuvo que permanecer en la clandestinidad en su parroquia y contando con la ayuda de sus fieles. Fue apresado, pero tras la visita de unos jóvenes pudo darles sus breviario donde había escrito unos versos en honor al Corazón de Jesús y una aceptación del martirio y citando a todos en el cielo. Cuando le pusieron la cuerda para ahorcarlo en la sierra de Quila, se dio cuenta que el que iba a ponérsela era un ahijado suyo, le quitó la soga y se la puso él mismo diciendo: “No te manches”. Los mismos soldados avisaron para que lo enterraran. Y hoy está enterrado en la iglesia del noviciado de su fundación que ahora se llaman Hermanas del Santísimo Sacramento. Fue canonizado, junto con otros mártires mejicanos, el 21 de mayo de 2000 por san Juan Pablo II.
Nació en Mascota (Jalisco). Sintió la vocación sacerdotal después de asistir a unas misiones populares, ingresando en la seminario de Guadalajara. Ayudado por sus padres superó una terrible crisis espiritual que le duró varios años y de la que salió robustecido y madurado, colaborando desde entonces en la catequesis.
Después de trabajar para el obispo de Tehuantepec, y para su propio obispo, fue ordenado sacerdote en 1912. Fue enviado a Mascota como capellán de la religiosas del Verbo Encarnado, se destapó como apóstol de la devoción del Corazón de Jesús, y así en 1915 fundó una Congregación religiosa con calidad de “víctimas” de Sagrado Corazón. Destinado en 1916 a la parroquia de Nochistlán, como coadjutor de san Román Adame, en 1918 fundó la Congregación religiosa de Víctimas del Corazón Eucarístico de Jesús. Tuvo que dejar la dirección de su fundación para marchar como párroco de Tecolotlán (Jalisco).
Decretada la persecución de 1926, tuvo la osadía de colocar una cruz en el sitio llamado La Loma, lo que las autoridades consideraron una provocación, por lo que tuvo que permanecer en la clandestinidad en su parroquia y contando con la ayuda de sus fieles. Fue apresado, pero tras la visita de unos jóvenes pudo darles sus breviario donde había escrito unos versos en honor al Corazón de Jesús y una aceptación del martirio y citando a todos en el cielo. Cuando le pusieron la cuerda para ahorcarlo en la sierra de Quila, se dio cuenta que el que iba a ponérsela era un ahijado suyo, le quitó la soga y se la puso él mismo diciendo: “No te manches”. Los mismos soldados avisaron para que lo enterraran. Y hoy está enterrado en la iglesia del noviciado de su fundación que ahora se llaman Hermanas del Santísimo Sacramento. Fue canonizado, junto con otros mártires mejicanos, el 21 de mayo de 2000 por san Juan Pablo II.
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