En Mantua, en Lombardía, beata Hosana Andreasi, virgen, que vistió el hábito de las Hermanas de Penitencia de Santo Domingo y sumó armonizar con las ocupaciones seculares la contemplación de Dios y el ejercicio de las buenas obras.
Nació en Mantua, en el seno de una familia noble de origen húngaro: los Andreasi, y por parte de madre pertenecía a la familia de los Gonzaga. En su niñez tuvo éxtasis místicos. Desde muy joven quiso estudiar Teología además de aprender a leer y escribir, pero su padre se opuso por su condición de mujer. Hosanna, entonces, se puso bajo la protección de la María que la enseñó todo lo necesario: aprendió latín y tuvo gran conocimiento de las Sagradas Escrituras. Citaba de memoria los comentarios de los Padres de la Iglesia.
Quiso ser Terciaria dominica pero no se lo permitieron hasta que una grave enfermedad consiguió el tan anhelado deseo. Vivió en el palacio de Francisco II e Isabel de Este. Fue novicia dominica durante 37 años. Se desconocen las razones que tuvo para demorar tanto tiempo su profesión; es probable que, en su fuero interno, se sintiese incapaz de realizar las tareas y las salidas al mundo que realizaban sus hermanas. Los momentos que hubiera podido dedicar al descanso los empleaba en ejercicios de penitencia y devoción. A la edad de dieciocho años, Hosana recibió otro señalado favor del cielo: en una visión, presenció cómo Nuestra Señora la desposaba con su Hijo Divino y el propio Jesús le colocaba un anillo en el dedo. Hosana sintió siempre la presión de aquel anillo que era invisible para los demás. Tuvo un intercambio de corazón con Cristo. Cultivó en grado sumo las virtudes cristianas, en especial la humildad.
Por aquel entonces, parece haber sido víctima de una especie de persecución. Tuvo éxtasis místicos que le acarrearon muchos problemas con sus familiares, hasta pensaron que era epiléptica. En sus cartas, se mostraba reticente y dispuesta a culparse a sí misma por todas sus desventuras; pero al parecer, sus hermanas terciarias le habían juzgado mal y la acusaban de falsedad y de haber inventado las extraordinarias manifestaciones espirituales que, no obstante sus esfuerzos por ocultarlas, se adivinaban fácilmente. Sus contrarios llegaron hasta el extremo de denunciarla ante el duque de Mantua y de amenazarla con la expulsión de la Orden. Largo tiempo duró la animosidad contra ella. Entre los años de 1476 y 1481, tuvo una serie de experiencias que le permitieron participar en los sufrimientos de la Pasión de Cristo: primero la coronación con espinas, después la herida en el costado y, por fin, las heridas en las manos y en los pies. Las llagas no aparecieron en sus carnes, pero la hacían sufrir dolores muy intensos.
Gobernó el ducado de Mantua, cuando el duque Federico tuvo que marcharse a la guerra entre la confederación de Mantua, Ferrara y Milán contra Nápoles y Roma. Pudo valerse de la prudente dirección espiritual del celebérrimo teólogo Francisco de Silvestri (llamado el Ferrarense) que fue después Maestro de la Orden y escribió la biografía de ella.
Gobernó sabiamente y se convirtió por sus virtudes en un ejemplo para todos y en protectora de los afligidos y pobres, siendo consultada por innumerables personas. Después de un viaje a Milán donde obtuvo el aprecio de la ciudad, y volvió a su ciudad donde fue consejera de todos cuantos iban a verla. Alegre y caritativa unió con admirable sabiduría la contemplación de los misterios divinos con las ocupaciones del gobierno y la práctica de las buenas obras, como lo atestiguan sus numerosas cartas. Murió en Mantua, protegida por su familia. El papa Inocencio XII confirmó su culto en 1694.
Nació en Mantua, en el seno de una familia noble de origen húngaro: los Andreasi, y por parte de madre pertenecía a la familia de los Gonzaga. En su niñez tuvo éxtasis místicos. Desde muy joven quiso estudiar Teología además de aprender a leer y escribir, pero su padre se opuso por su condición de mujer. Hosanna, entonces, se puso bajo la protección de la María que la enseñó todo lo necesario: aprendió latín y tuvo gran conocimiento de las Sagradas Escrituras. Citaba de memoria los comentarios de los Padres de la Iglesia.
Quiso ser Terciaria dominica pero no se lo permitieron hasta que una grave enfermedad consiguió el tan anhelado deseo. Vivió en el palacio de Francisco II e Isabel de Este. Fue novicia dominica durante 37 años. Se desconocen las razones que tuvo para demorar tanto tiempo su profesión; es probable que, en su fuero interno, se sintiese incapaz de realizar las tareas y las salidas al mundo que realizaban sus hermanas. Los momentos que hubiera podido dedicar al descanso los empleaba en ejercicios de penitencia y devoción. A la edad de dieciocho años, Hosana recibió otro señalado favor del cielo: en una visión, presenció cómo Nuestra Señora la desposaba con su Hijo Divino y el propio Jesús le colocaba un anillo en el dedo. Hosana sintió siempre la presión de aquel anillo que era invisible para los demás. Tuvo un intercambio de corazón con Cristo. Cultivó en grado sumo las virtudes cristianas, en especial la humildad.
Por aquel entonces, parece haber sido víctima de una especie de persecución. Tuvo éxtasis místicos que le acarrearon muchos problemas con sus familiares, hasta pensaron que era epiléptica. En sus cartas, se mostraba reticente y dispuesta a culparse a sí misma por todas sus desventuras; pero al parecer, sus hermanas terciarias le habían juzgado mal y la acusaban de falsedad y de haber inventado las extraordinarias manifestaciones espirituales que, no obstante sus esfuerzos por ocultarlas, se adivinaban fácilmente. Sus contrarios llegaron hasta el extremo de denunciarla ante el duque de Mantua y de amenazarla con la expulsión de la Orden. Largo tiempo duró la animosidad contra ella. Entre los años de 1476 y 1481, tuvo una serie de experiencias que le permitieron participar en los sufrimientos de la Pasión de Cristo: primero la coronación con espinas, después la herida en el costado y, por fin, las heridas en las manos y en los pies. Las llagas no aparecieron en sus carnes, pero la hacían sufrir dolores muy intensos.
Gobernó el ducado de Mantua, cuando el duque Federico tuvo que marcharse a la guerra entre la confederación de Mantua, Ferrara y Milán contra Nápoles y Roma. Pudo valerse de la prudente dirección espiritual del celebérrimo teólogo Francisco de Silvestri (llamado el Ferrarense) que fue después Maestro de la Orden y escribió la biografía de ella.
Gobernó sabiamente y se convirtió por sus virtudes en un ejemplo para todos y en protectora de los afligidos y pobres, siendo consultada por innumerables personas. Después de un viaje a Milán donde obtuvo el aprecio de la ciudad, y volvió a su ciudad donde fue consejera de todos cuantos iban a verla. Alegre y caritativa unió con admirable sabiduría la contemplación de los misterios divinos con las ocupaciones del gobierno y la práctica de las buenas obras, como lo atestiguan sus numerosas cartas. Murió en Mantua, protegida por su familia. El papa Inocencio XII confirmó su culto en 1694.
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