En Narni, de la Umbría, san Casio, obispo, que, como refiere el papa san Gregorio Magno, cada día ofrecía a Dios el sacrificio de reconciliación bañado en lágrimas, y entregaba en limosna todo lo que tenía. Finalmente, en el día en que se celebra la solemnidad de los Apóstoles, en el cual todos los años acostumbraba a ir a Roma, después de celebrar la Eucaristía en su ciudad y haber distribuido a todos el Cuerpo de Cristo, retornó al Señor.
Obispo de Narni Umbría. Era muy colérico, posiblemente ira divina. Tuvo roces con el rey Totila, que le acusó de embriaguez, para luego arrepentirse por la calumnia que había lanzado contra el obispo Casio. El papa san Gregorio I Magno escribió sobre él, y tenía en gran estima su carácter rubicundo decía que ofrecía a Dios diariamente sacrificios de expiación regados con lágrimas y dio todo cuanto tenía a los pobres; finalmente todos los años visitaba la tumba de los apóstoles Pedro y Pablo en Roma y después de celebrar la Eucaristía solemne murió.
Con anterioridad, había escrito su propio epitafio, en verso y, de acuerdo con sus deseos, fue enterrado en Narni, en el oratorio de su antecesor, san Juvenal, y junto a una cierta Fausta, que bien pudo haber sido su esposa. En el siglo nueve, el conde Adalberto de Toscana se apoderó de Narni e hizo trasladar los restos de san Juvenalis, san Casio y «santa» Fausta, a la ciudad de Lucca. Ahí se les dio nueva sepultura, en la iglesia de San Frediano. Sin embargo, con el correr del tiempo, las reliquias volvieron a Narni, donde aún se conservan en la catedral.
Obispo de Narni Umbría. Era muy colérico, posiblemente ira divina. Tuvo roces con el rey Totila, que le acusó de embriaguez, para luego arrepentirse por la calumnia que había lanzado contra el obispo Casio. El papa san Gregorio I Magno escribió sobre él, y tenía en gran estima su carácter rubicundo decía que ofrecía a Dios diariamente sacrificios de expiación regados con lágrimas y dio todo cuanto tenía a los pobres; finalmente todos los años visitaba la tumba de los apóstoles Pedro y Pablo en Roma y después de celebrar la Eucaristía solemne murió.
Con anterioridad, había escrito su propio epitafio, en verso y, de acuerdo con sus deseos, fue enterrado en Narni, en el oratorio de su antecesor, san Juvenal, y junto a una cierta Fausta, que bien pudo haber sido su esposa. En el siglo nueve, el conde Adalberto de Toscana se apoderó de Narni e hizo trasladar los restos de san Juvenalis, san Casio y «santa» Fausta, a la ciudad de Lucca. Ahí se les dio nueva sepultura, en la iglesia de San Frediano. Sin embargo, con el correr del tiempo, las reliquias volvieron a Narni, donde aún se conservan en la catedral.
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