domingo, 30 de noviembre de 2025

Estamos en ADVIENTO

30 de Noviembre 2025 - Primer domingo de Adviento

Hay que salir al encuentro del Señor que se acerca; hay que hacerlo acompañado de las buenas obras. Este es el punto central que unifica las lecturas de este primer domingo de adviento. El Señor volverá, esto es una certeza que nace de las palabras mismas de Cristo en el Evangelio. Sin embargo, no conocemos ni la hora ni el día de su llegada, por eso la actitud propia del cristiano es la de una amorosa vigilancia (EV. Más aún, ante el Señor que se avecina hay que salir a su encuentro lleno de entusiasmo, hay que despertarse del sueño y ver que el día está por despuntar. Así como al amanecer todo se despierta y se llena de nueva esperanza, así la vida del cristiano es un continuo renacer a una nueva vida en la luz. (2L). La visión del profeta Isaías (1L) resume espléndidamente la actitud propia para este adviento: estamos invitados a salir al encuentro del Señor que nos instruye en sus caminos. Salir a su encuentro iluminado por la luz que irradia el amor de Dios por cada uno de nosotros los hombres.

La gozosa expectación por la venida del Señor. El adviento es un tiempo muy rico en la vida de la Iglesia que desea prepararnos para el nacimiento de Jesucristo en Belén. Nos invita a comprender el amor de Dios que se decide a entrar en la historia humana de un modo tan humilde y misterioso. Simultáneamente, el adviento llama nuestra atención sobre la segunda venida de Cristo al final de los tiempos, cuando vendrá a juzgar a vivos y muertos. Este mismo Cristo que nace de María Virgen en la pequeñez de un recién nacido, vendrá al final de los tiempos en la majestad de su gloria para juzgarnos según nuestras obras. Este primer domingo de Adviento subraya, sobre todo, la preparación de la segunda venida y nos invita a estar alertas y vigilar, porque no sabemos el día, ni la hora de la llegada.

La visión del Profeta Isaías nos presenta "el final de los días" como una explosión gozosa de la esperanza mesiánica. Todos los pueblos, todos los hombres están invitados a subir al monte del Señor, a la casa de Dios. Es difícil imaginar una esperanza mesiánica en medio de los días aciagos en tiempos del profeta, sin embargo la Palabra de Dios es eficaz y no defrauda. Dios es fiel a sus promesas. El Señor mismo será quien nos instruirá por sus caminos y a una época de guerra y desazón, sucederá una época de paz y concordia. Al final de los tiempos el Señor reinará como soberano. Al final de los tiempos vencerá el bien sobre el mal; el amor sobre el odio; la luz sobre las tinieblas. Dios mismo será el árbitro y juez de las naciones. Maravillosa visión del futuro que posee una garantía divina. Habrá que caminar a la luz del Señor hacia esta patria celeste con el corazón henchido de esperanza: Venid subamos al monte del Señor.

La humanidad entera camina hacia "el día del Señor", hacia la casa de Dios. No se puede caminar de cualquier modo cuando hacia Dios se va. No se puede seguir un camino distraído cuando al final del sendero se nos juzgará sobre el amor. El Salmo 121 expresa adecuadamente los sentimientos del pueblo que va al encuentro del Señor: ¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor! Nuestro caminar, pues, será un caminar en la luz, un caminar en el que nos revistamos de las armas de la luz. La antítesis luz-tinieblas es una metáfora común en el Antiguo Testamento: las tinieblas son el símbolo de la incontinencia, de la debilidad de alma, de la falta de esperanza; el día, por el contrario, simboliza la toma de conciencia, la posibilidad de avanzar y el inicio de una nueva situación que vendrá a culminar en el éxito. No podemos seguir viviendo en las tinieblas del pecado de la lujuria y desenfreno, nos repite San Pablo. Caminar en la luz es caminar en la nueva vida que nos ofrece el Señor por la redención de nuestros pecados. Habrá que revestirse de Cristo Jesús, en el corazón y en las obras, revestirse de Cristo Jesús para poder caminar como en pleno día.

El día de su venida está cercano. Es una afirmación que se desprende de la carta de San Pablo a los romanos: la noche está avanzada, el día está por despuntar. Por eso, la actitud propia del cristiano es la del centinela que espera la aurora. Como el centinela espera la aurora, así mi alma espera al Señor. La misma certeza que tiene el vigía nocturno de que el día llegará, la tiene el cristiano de que el Señor volverá y no tardará. Cada momento que pasa nos acerca más al encuentro con "el sol de justicia", con la luz indefectible", con "el día que no conoce ocaso". Es decir, cada vez estamos más cerca de la salvación. La vigilia que nos corresponde es una vigilia llena de esperanza, no de temores y angustias, no de desesperación y desconcierto; sino la vigilia de la laboriosidad como Noé en su tiempo; la vigilia de la fortaleza de ánimo en medio de las dificultades del mundo. El verdadero peligro no se encuentra en las dificultades y tentaciones de este mundo, sino en el vivir como si el Señor no hubiese de venir, como si la eternidad fuese un sueño, una quimera.

Domingo, 30-11-2024 1ª semana de ADVIENTO Ciclio A

Reflexión del 30/11/2025

Lecturas del 30/11/2025


Visión de Isaías, hijo de Amos, acerca de Judá y de Jerusalén: En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor, en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas.
Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob.
Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, la palabra del Señor de Jerusalén».
Juzgará entre las naciones, será árbitro de pueblos numerosos.
De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.
Casa de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor.
Hermanos:
Comportaos reconociendo el momento en que vivís, pues ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz. Andemos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria y desenfreno, nada de riñas y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.
En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».

Palabra del Señor.

30 de Noviembre 2025 – San Andrés Apóstol

En el lago de Genesaret o Tiberíades, o mar de Galilea -tres hermosos nombres para una misma realidad- se ha encontrado recientemente una barca. Los técnicos aseguran que es del tiempo de Cristo. De algún pescador de entonces: de Andrés y Simón, de Santiago y Juan, o de otro cualquiera.

Junto al lago de Genesaret, arpa, por la forma que tiene, estaba Magdala, la villa de la Magdalena. Y además, Tiberíades, donde parece que no estuvo nunca Jesús, Cafarnaún, donde realizó muchos milagros, Corozaín y Betsaida, que sufrieron el apóstrofe de Jesús, por no recibirle.

Dos habitantes de Betsaida sí que acogieron a Jesús. El primero fue Andrés. Había aquellos días mucha efervescencia y rumores sobre la llegada del Mesías. Juan Bautista bautizaba en el Jordán y caldeaba los espíritus. Tenía junto a él muchos discípulos. Uno de ellos era Andrés.

Una tarde estaba Andrés junto a su maestro. Jesús pasó por allí. Y Juan, en un gesto generoso del que no quiere retener nada para sí, sino que cuando llega el momento sabe ceder lo que más quiere, dice a su discípulo: «He ahí el Cordero de Dios «. Y se lo dice invitándole a que le siga. Juan Evangelista estaba junto a Andrés, pero como Andrés es el primer nombrado, se le llama «el protocletos», el primer llamado.

Inmediatamente Andrés fue corriendo detrás de Jesús. ¿Qué quieres?, le dice Jesús. Andrés no busca una simple palabra de respuesta, sino un conocimiento más pleno. Por eso contesta con una respuesta más ambiciosa: ¿Dónde moras? Y el Rabbí le respondió: Ven y lo verás. Se fue, y tan a gusto debió de encontrarse, que se quedó con él todo el día. « ¡Quién pudiera decirnos lo que en aquellas horas aprendió el discípulo!» (S. Agustín).

Loco de alegría, Andrés quiere comunicar su experiencia. Se encuentra con su hermano Simón y lo conduce a Jesús que le cambia el nombre por Pedro. Lo mismo hizo Juan con Santiago y Natanael con Felipe. La experiencia les había tatuado para siempre. Era una experiencia contagiosa.

Andrés y Simón volvieron a sus redes. Un día Jesús se acercó a la orilla del lago y les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». Y al instante lo dejaron todo y le siguieron. Era la vocación definitiva.

Luego siguieron tres años de intensa e íntima convivencia con el Maestro. Cuando las multitudes siguen a Jesús y el Maestro quiere saciar su hambre, Andrés le presenta a un muchacho que tiene unos panes y unos peces. Y junto con Felipe lleva ante Jesús a unos griegos que querían verle.

Cuando los apóstoles se dispersan por el mundo para predicar el Evangelio, Andrés recorrió el Asia Menor, el Peloponeso, Tracia, Escitia, y hasta el Mar Negro y el Cáucaso. En Patras, ciudad de Acaya, se presenta ante el prefecto. Andrés es un apasionado de la cruz. La cruz es su bandera, su espada y su armadura. «Si tú, Egeas, le dice, conocieras el misterio de la cruz, seguramente creerías en él y le adorarías».

Estas palabras provocaron la cólera del prefecto. Andrés fue condenado a muerte en una cruz en forma de aspa. Lleno de júbilo por morir como su Maestro, al ver la cruz prorrumpió en aquellas palabras que le aplicaba la liturgia: « ¡Oh cruz amable, oh cruz ardientemente deseada y al fin tan dichosamente hallada! ¡Oh cruz, que serviste de lecho a mi Señor y Maestro, recíbeme en tus brazos, y llévame de en medio de los hombres, para que por ti me reciba quien me redimió por ti y su amor me posea eternamente»!

Así murió Andrés «el primogénito de los Apóstoles», como le llama Bossuet.