domingo, 11 de mayo de 2014

Homilía



“Todo Israel esté cierto de que Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías” (Hechos 2, 36).

Con estas palabras, Pedro reivindica, después de la resurrección, el verdadero liderazgo de Jesús, puesto en entredicho por la envidia de las autoridades religiosas y políticas, que decidieron su sentencia a muerte.

Faltan líderes en el mundo, que aglutinen en torno a sí las aspiraciones profundas de los pueblos y sirvan con honestidad y entrega las causas de la justicia, la paz y la libertad.

El juego político, especialmente cuando se está al servicio de una ideología concreta o a los intereses de un partido, lleva consigo múltiples esclavitudes para mantenerse en el poder.

No se dice lo que se piensa, sino lo que puede aumentar la popularidad y el número de votos, aunque sea en detrimento de la recta conciencia y de la justicia.

Apenas hay mandatarios que den la talla moral requerida en este abigarrado mundo de los intereses creados, compra-venta de voluntades, prevaricaciones y corruptelas por doquier.

Vemos cómo vacían las arcas públicas, engrosan su patrimonio, evaden impuestos, crean leyes en su propio beneficio, bloquean, cuando son denunciados, los tribunales de justicia y salen siempre indemnes de sus tropelías.

Manchan así el ejercicio de la autoridad y hacen que los ciudadanos terminen dudando de su gestión pública, o simplemente no creyendo en ellos.

La imagen de la clase política ha quedado muy deteriorada durante los últimos años por la espiral de casos de corrupción, que descubren y airean los diversos medios de comunicación social.

Lo expuesto no es nada nuevo.

Ya el profeta Amós (s.VIII a.d.Cristo), denunció en su momento los atropellos de la Corte del Reino de Israel, la opulencia de sus moradores, los banquetes y fiestas, mientras el pueblo se debatía entre la miseria y el hambre.

Es cierto que nos dejamos arrastrar por la tendencia a caricaturizar todo lo malo o negativo de nuestra sociedad y obviamos los buenos ejemplos.

No sé por qué teñimos con tintes dramáticos la convivencia de cada día y buscamos, lejos de nosotros mismos, la culpa de nuestros males.

Mirémonos por dentro.

¿Haríamos nosotros lo mismo si tuviéramos la oportunidad de estar en su lugar?

Por desgracia, los buenos gobernantes no suelen ocupar los primeros lugares en los medios de comunicación social; pasan, más bien, desapercibidos, porque lo que vende y reparte dividendos económicos es el escándalo.

Cuando surge alguien, como el Papa Francisco, respiramos bocanadas de aire fresco, porque contamos con una persona íntegra, como punto de referencia y apoyo seguro contra la atmósfera contaminada por la podredumbre de instituciones, grupos e individuos.


Pero el Papa representa al mismo Cristo, supremo Pastor de las almas, en cuyo nombre actúa para insuflar esperanza e ilusiones de futuro,

“porque donde abundó el pecado sobreabundó la gracia” (Romanos, 5, 20).

Jesús resucitado viene al encuentro de cada generación humana para revelarse como su único y verdadero líder.

No es “un ladrón y salteador” (Juan 10, 2), que utiliza a sus súbditos para enriquecerse o servir como trampolín de ambiciones inconfesadas.

¿Cómo distinguir, según Jesús, al verdadero del falso pastor?

-Por los frutos.

El mal pastor no ama a las ovejas, ni las guía por buenos pastos, ni se preocupa de su salud, ni las defiende del ataque de los enemigos.

Al contrario, las abandona en cuanto hay un peligro y huye.

En cambio, el verdadero pastor, tiene siempre abierta la puerta de la confianza, por donde se entra y se sale con plena libertad, sin imposiciones que inspiren temor o rechazo.

Como verdadero líder, va delante señalando el camina. Examina primero el terreno que pisa y evita cualquier peligro a los suyos.

Como verdadero líder, los protege de las asechanzas de los enemigos y cuida de instruirles para que se defiendan de agresiones exteriores, actúen juntos y no se dispersen en los momentos de prueba.

Como verdadero líder, predica con el ejemplo, mostrándose como servidor de todos.

Como verdadero líder, llama por su nombre a cada uno, le escucha con atención, valora sus inquietudes y trata de satisfacer sus necesidades.

Como verdadero líder, corrige con paciencia, y encamina al descarriado, con tacto y respeto, por la senda del bien.

Como verdadero líder, tiene especial predilección por el más pobre, el más enfermo y el más necesitado de afecto y comprensión.

Como verdadero líder, busca y encuentra el alimento espiritual de los que están bajo su mando.

Como verdadero líder, se desvive en pos de la concordia de sus seguidores, a quienes facilita el contacto enriquecedor con otros grupos.

Como verdadero líder, permanece firme en su puesto hasta dar, si es preciso, su vida, porque la fuerza motriz de su vida es el Amor sin condiciones.

Jesús es, para los que creemos en él, el Buen Pastor, porque.

“somos su pueblo y ovejas de su rebaño” (Salmo 99, 3).

La Iglesia debe mirarse en el espejo de Jesús para ser creíble y manifestar al mundo la importancia de ser sierva de los siervos de Dios, lejos de boatos y grandezas, pero cerca del que sufre, necesita una palabra de aliento y un apoyo para seguir su camino.

Abramos los ojos para no seguir al líder equivocado, pues hay mucho lobo disfrazado con piel de oveja.

Recordemos las palabras de la carta de Pedro:

“Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas”
(I Pedro 2, 25).

Oremos a Dios por nuestro Papa Francisco, para que su liderazgo sea como un faro en medio de la oscuridad del mundo, un puerto seguro durante la tempestad materialista, hedonista, laicista y atea, que amenaza las raíces cristianas de la vieja Europa.

Oremos para que sus gestos y palabras reflejen la bondad y el amor de Dios, transparentado en Jesús, que tanto necesita la humanidad de hoy.

Oremos también por los Obispos, sacerdotes, diáconos, catequistas, padres de familias y por cuantos tienen una misión de autoridad..

Necesitan revestirse con al fuerza del Espíritu Santo, que inspira y acompañe a cuantos le invocamos con fe.

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