domingo, 4 de julio de 2010

Homilías


LA URGENCIA DEL REINO
Los 72 discípulos

Dice el evangelio de hoy, según San Lucas, que Jesús envió a 72 discípulos a anunciar el Reino de Dios y después envió a 72 más, porque urgía la atención a la multitud de gente necesitada. Al mismo tiempo recomienda a los suyos que oren al Padre, pues el dueño y señor del campo siempre es Dios, de quien parte toda auténtica vocación. Por eso es Dios quien elige y envía.
De lo que sí somos responsables cada uno de nosotros es de nuestra respuesta personal a la urgencia de la llamada. El mismo bautismo que recibimos nos implica a ser testigos de Cristo para luchar contra la injusticia y el pecado.

Hay masas ingentes de personas, ansiosas de escuchar esa llamada liberadora. Y también masas adormecidas, cauterizadas, saturadas e insensibilizadas a todo lo transcendente y altruista, porque el dinero y el placer se han convertido para ellas en principio y fin de su devenir por la Tierra.

La utopía del Reino impulsa al alma noble hacia la universalidad y la expansión hacia metas cada vez más difíciles. Esta utopía animó a Jesús y los suyos a dispersarse por el mundo. Desde entonces miles de personas han emprendido ese camino de seducción, marcado por una esperanza nueva que ilumina. Alpinistas, deportistas, inventores...buscan esa realización en el logro de retos casi imposibles. Y son felices.
Hasta terminan muriendo en la misión, en el laboratorio o en la cumbre más perdida del mundo.

La auténtica felicidad está en darse

No es éste el caminar de nuestra sociedad occidental, tan culta y tan tecnológica, tan mecanizada en producir... y tan olvidadiza de lo que realmente hace felices a las personas: dar y darse, amar y ser amados, valorar y ser valorados.

El reto de Jesús sigue interpelando y debemos tomarlo en serio.
¿Para qué tanto apego a lo envejecido y muerto?


Consumimos la mayor parte de la vida en inutilidades y en vanas evasiones circunstanciales planteando como objetivos ineludibles en que nuestro equipo favorito de fútbol termine primero en las competiciones deportivas o que nuestro cantante o diva de moda dé un concierto multitudinario que paralice el resto de la ciudad, mientras los locales de profundización de valores o las aulas de la cultura se hallan vacías. La evasión hacia lo fácil y el compromiso de los efímero, por si acaso vienen exigencias que me comprometen. Porque hablar de compromiso es como hablar de miedo o dificultades insalvables. Siempre buscamos excusas. Los cristianos de hoy nos dejamos amilanar ante el primer patán de turno, cuyo único argumento vital es repetir tópicos en contra, porque “vende” más la ruindad que la nobleza y la zafiedad que la dignidad.

De esta manera muchos creyentes piensan que no se puede hacer nada ante la creciente indiferencia religiosa y que cualquier acción es inútil. Es mejor “pasar”. Al menos nos evitamos sufrimientos y problemas. Pero los sufrimientos y los problemas siguen ahí y no se resuelven escondiendo como las gallinas la cabeza debajo del ala.

Escribía Coelho “lo que le pasó a uno, al ser sorprendido por un chaparrón. Pensó: “menos mal que he traído el chubasquero y el paraguas. Lo malo es que los he dejado en el coche y el coche lo tengo aparcado muy lejos”.Cuando iba a buscarlos creyó sentir una inspiración de Dios, que le decía:”los hombres siempre tienen los recursos necesarios para resolver sus problemas, pero la mayoría de las veces los tienen demasiado lejos, o escondidos y olvidados en el corazón”

Es cierto; tenemos los recursos, pero los dejamos de lado esperando tiempos mejores. Y, entretanto, llueve en nuestro corazón.
Nos da qué pensar la actitud de los activistas islámicos que se auto-inmolan, para acceder más rápidamente a un paraíso de felicidad, como corona del martirio.
Se nos ponen los pelos de punta leer sus mensajes subliminales y las arengas religiosas de los imanes para imponer una causa contra los “agresores” de sus ideales exclusivistas. No dudan en invocar la “yihaad”, que es puro odio y violencia. Encima creen hacerlo en nombre de Alá. Al menos luchan, equivocadamente, pero luchan por unos ideales.

¿Por qué luchamos los cristianos?
En teoría es por la causa de Jesús, por una civilización cimentada en el amor y en el respeto a la voluntad de un Dios, que es Padre de bondad y fuente inagotable de perdón y misericordia; por el triunfo de la justicia y la igualdad de los seres humanos; por un mundo en constante construcción; por una resurrección que empieza a construirse en las relaciones humanas...
Llegará un nuevo despertar; de esto estoy convencido. Y con él una nueva sociedad, donde nadie se compre o se venda, y donde se dé gratis lo que gratis recibimos.
Este es el mensaje que nos transmite el evangelio de hoy, que invadió de gozo a los discípulos, que no llevaban provisiones ni bagajes, sino tan sólo la fuerza de UN AMOR QUE SE ENTREGA SIN RESERVAS.

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