Memoria de san Juan, obispo de Constantinopla y doctor de la Iglesia, antioqueño de nacimiento, que, ordenado presbítero, llegó a ser llamado “Crisóstomo” por su gran elocuencia. Gran pastor y maestro de la fe en la sede constantinopolitana, sufrió el destierro por la facción de sus enemigos, y al volver del exilio por decreto del papa san Inocencio I, como consecuencia de los maltratos recibidos de sus guardas durante el camino de regreso, entregó su alma a Dios en Comana, localidad del Ponto.
Llamado "Crisóstomo" por su gran elocuencia. Nació en Antioquía de Siria, y era hijo de un oficial del ejército; Juan fue educado por su madre, Antusa, que se quedó viuda a los 20 años, he instruido por el célebre retórico pagano, maestro de helenismo, Libanio. Ejerció la abogacía. En este empleo se dejó arrastrar por las diversiones del mundo, cuando Dios le abrió los ojos. Determinó la determinación de renunciar al mundo.
Orientado al cristianismo por el obispo san Melecio, que lo bautizó a los 18 años (c.368), y por Diodoro de Tarso, llegó a lector y con este maestro empezó la famosa Escuela exegética y teológica de Antioquía, que tanto ha dado a la Teología y Apologética e interpretación de las Sagradas Escrituras. Luego fue ordenado diácono (c. 381). Después de haber estudiado elocuencia y letras, se dejó seducir por la vida eremítica, pero, una dolencia de estómago y la necesidad de gente preparada intelectualmente para vencer las herejías, le hicieron dejarla. En el desierto escribió “Diálogo sobre el sacerdocio”. Fue ordenado sacerdote en Antioquía a los 32 años (c.386) por su sucesor, Flaviano.
Se dedicó al ministerio de la predicación en Antioquía durante doce años (386-398). Sus homilías, construidas sobre una doble trama: dogmática y moral, le granjearon la simpatía del pueblo. Fue célebre su “Homilía sobre las estatuas”, con la cual logró consolar al pueblo, temeroso de una represalia imperial por una rebelión en 386 a causa de un nuevo impuesto. Tras la muerte de san Nectario (397), patriarca de Constantinopla, por su fama de orador y homeleta, Juan fue elegido, en contra de su voluntad, para sucederle. Quiso terminar con el cisma de Antioquía, y para ello pidió apoyo al papa san Inocencio I, que le rogó que admitiera en la comunión al anciano obispo Flaviano. No fructificó su gestión, y entonces Juan se dedicó a fondo a la renovación de su diócesis. Siguió predicando contra el vicio, el lujo y el desenfreno de la corte imperial, ganándose una oposición feroz, especialmente del valido, el eunuco Eutropio. Organizó una gigantesca obra de apoyo a los pobres y luchó especialmente contra el relajamiento del clero y los monjes. A su predicación incansable de la palabra divina, acudían las gentes a Constantinopla en bloque. Renovó la liturgia, como catequesis eficaz y escuela permanente de formación de los fieles. Todavía hoy la Iglesia bizantina titula su “misa” como “La divina liturgia de nuestro padre entre los santos, Juan el Crisóstomo”.
Tan fiel al papa san Inocencio I, como a sus diocesanos, tuvo que enfrentarse a los abusos de poder especialmente los de la emperatriz Eudoxia, que se consideró atacada en una homilía contra el lujo, así como de muchos obispos, que se consideraron agraviados por sus reformas. En venganza, la emperatriz, apoyada por el obispo de Alejandría, Teófilo, y los otros obispos, convocó un Sínodo sedicioso conocido como el de "La encina", donde Juan fue desterrado por primera vez. "No temo la muerte -decía- ni envidio las riquezas. No tengo deseos de vivir, sino es para vuestro bien espiritual... En cualquier lugar donde me mande Dios, le doy las gracias". Marchó a Prenetos, en la costa de Bitinia, pero el pueblo se sublevó contra esta decisión. Reclamado más tarde por el emperador Arcadio, cuando la ciudad sufrió un terremoto, el pueblo lo recibió triunfalmente; pero dos meses después, al oponerse Eudoxia, que aspiraba a los honores divinos en una fiesta popular pagana, fue exiliado de nuevo (404) a Cucuso, en la frontera de Armenia; otra vez el pueblo se sublevó, quemando Santa Sofía y el Senado. Por fin, a causa de las protestas imperiales, fue enviado a un lugar todavía más lejano, a Pitionte, en la costa oriental del mar Negro. Pero durante el viaje murió en la pequeña ciudad de Comana (Tokat, Turquía), en la capilla del mártir Basilio o Basilisco, pronunciando las palabras: "Gloria a Dios por todo. Amén".
En 1909, San Pío X declaró a san Juan Crisóstomo patrono de los predicadores. Su nombre está incluido en la liturgia eucarística de los ritos bizantinos, sirio, caldeo y maronita.
Llamado "Crisóstomo" por su gran elocuencia. Nació en Antioquía de Siria, y era hijo de un oficial del ejército; Juan fue educado por su madre, Antusa, que se quedó viuda a los 20 años, he instruido por el célebre retórico pagano, maestro de helenismo, Libanio. Ejerció la abogacía. En este empleo se dejó arrastrar por las diversiones del mundo, cuando Dios le abrió los ojos. Determinó la determinación de renunciar al mundo.
Orientado al cristianismo por el obispo san Melecio, que lo bautizó a los 18 años (c.368), y por Diodoro de Tarso, llegó a lector y con este maestro empezó la famosa Escuela exegética y teológica de Antioquía, que tanto ha dado a la Teología y Apologética e interpretación de las Sagradas Escrituras. Luego fue ordenado diácono (c. 381). Después de haber estudiado elocuencia y letras, se dejó seducir por la vida eremítica, pero, una dolencia de estómago y la necesidad de gente preparada intelectualmente para vencer las herejías, le hicieron dejarla. En el desierto escribió “Diálogo sobre el sacerdocio”. Fue ordenado sacerdote en Antioquía a los 32 años (c.386) por su sucesor, Flaviano.
Se dedicó al ministerio de la predicación en Antioquía durante doce años (386-398). Sus homilías, construidas sobre una doble trama: dogmática y moral, le granjearon la simpatía del pueblo. Fue célebre su “Homilía sobre las estatuas”, con la cual logró consolar al pueblo, temeroso de una represalia imperial por una rebelión en 386 a causa de un nuevo impuesto. Tras la muerte de san Nectario (397), patriarca de Constantinopla, por su fama de orador y homeleta, Juan fue elegido, en contra de su voluntad, para sucederle. Quiso terminar con el cisma de Antioquía, y para ello pidió apoyo al papa san Inocencio I, que le rogó que admitiera en la comunión al anciano obispo Flaviano. No fructificó su gestión, y entonces Juan se dedicó a fondo a la renovación de su diócesis. Siguió predicando contra el vicio, el lujo y el desenfreno de la corte imperial, ganándose una oposición feroz, especialmente del valido, el eunuco Eutropio. Organizó una gigantesca obra de apoyo a los pobres y luchó especialmente contra el relajamiento del clero y los monjes. A su predicación incansable de la palabra divina, acudían las gentes a Constantinopla en bloque. Renovó la liturgia, como catequesis eficaz y escuela permanente de formación de los fieles. Todavía hoy la Iglesia bizantina titula su “misa” como “La divina liturgia de nuestro padre entre los santos, Juan el Crisóstomo”.
Tan fiel al papa san Inocencio I, como a sus diocesanos, tuvo que enfrentarse a los abusos de poder especialmente los de la emperatriz Eudoxia, que se consideró atacada en una homilía contra el lujo, así como de muchos obispos, que se consideraron agraviados por sus reformas. En venganza, la emperatriz, apoyada por el obispo de Alejandría, Teófilo, y los otros obispos, convocó un Sínodo sedicioso conocido como el de "La encina", donde Juan fue desterrado por primera vez. "No temo la muerte -decía- ni envidio las riquezas. No tengo deseos de vivir, sino es para vuestro bien espiritual... En cualquier lugar donde me mande Dios, le doy las gracias". Marchó a Prenetos, en la costa de Bitinia, pero el pueblo se sublevó contra esta decisión. Reclamado más tarde por el emperador Arcadio, cuando la ciudad sufrió un terremoto, el pueblo lo recibió triunfalmente; pero dos meses después, al oponerse Eudoxia, que aspiraba a los honores divinos en una fiesta popular pagana, fue exiliado de nuevo (404) a Cucuso, en la frontera de Armenia; otra vez el pueblo se sublevó, quemando Santa Sofía y el Senado. Por fin, a causa de las protestas imperiales, fue enviado a un lugar todavía más lejano, a Pitionte, en la costa oriental del mar Negro. Pero durante el viaje murió en la pequeña ciudad de Comana (Tokat, Turquía), en la capilla del mártir Basilio o Basilisco, pronunciando las palabras: "Gloria a Dios por todo. Amén".
En 1909, San Pío X declaró a san Juan Crisóstomo patrono de los predicadores. Su nombre está incluido en la liturgia eucarística de los ritos bizantinos, sirio, caldeo y maronita.
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