En Sillery, ciudad de la provincia de Quebec, en Canadá, beata María de Santa Cecilia Romana (Dina) Bellanger, virgen, de la Congregación de Religiosas de Jesús y María, que entregada y confiando sólo en el Señor, durante no pocos años soportó una grave enfermedad.
Nació en Québec, Canadá. Su primera comunión en 1907, la impactó de tal manera que cada día creció en ella “el hambre del Cuerpo y la Sangre del Santísimo”. Durante años estudió en el colegio Bellevic de las Religiosas de Nuestra Señora y una vez cumplidos los 16 años volvió a su casa. Quiso hacerse religiosa, pero su párroco la consideró muy joven. Estudió piano y obtuvo el título de profesora recibiendo grande elogios. En 1917 se trasladó a Nueva York para estudiar en el conservatorio de esta ciudad, y un año más tarde volvió a su casa, y, experimentó una fase de aridez espiritual y sequedad interior. Más tarde ella nos dirá: “Jesús comenzó a encenderme con sus llamas de amor. En un coloquio de amor abrasó mi corazón con una de ellas... La reparación al Corazón Divino ultrajado, el celo por la salvación de las almas, se convertían en mí en deberes imperiosos”.
Aunque siguió dando conciertos, tenía sed de consagrarse a Dios. En 1921, ingresó con su amiga Bernardita en la Congregación de Jesús María de Syllery, Canadá, y le pidió a Dios dos gracias: la comunicación íntima con Él y perfección, tomó el nombre de María de Santa Cecilia. Fue enviada a dar clases de piano a Saint Michel, pero tuvo que regresar a Syllery al mes, pues contrajo la escarlatina, enfermedad de la que no se recuperaría totalmente. Después de recuperarse, volvió a sus clases, donde tuvo la admiración de sus alumnas. En 1924, regresó a Saint Michel, dejando a las alumnas que tanto quería y comenzó a escribir su autobiografía por orden de sus superioras. Pasó los años entre luces y sombras, debilitada por la enfermedad; y cuando la salud se lo permitía se dedicaba a la enseñanza y en otros momentos le invadía un sufrimiento físico y espiritual, pero sin llegar a perder la paz. En 1927 recibió los estigmas de la pasión pero de forma invisible. En 1928 hizo sus votos perpetuos y en julio de 1929, agradecida con todos los que la atienden, pregunta al Señor: “¿Quién les pagará?”, a lo que Jesús respondió: “Yo pagaré tus deudas”, y ella interpela: “¿Cómo, Dios?”, “Si, las pagaré con mi corazón. Concederé gracias a toda aquella persona que te haya prestado el menor servicio Pero en el cielo, tú misma pagarás tus deudas”. Esto es lo último que escribió. Fue beatificada el 20 de marzo de 1993 por san Juan Pablo II.
Nació en Québec, Canadá. Su primera comunión en 1907, la impactó de tal manera que cada día creció en ella “el hambre del Cuerpo y la Sangre del Santísimo”. Durante años estudió en el colegio Bellevic de las Religiosas de Nuestra Señora y una vez cumplidos los 16 años volvió a su casa. Quiso hacerse religiosa, pero su párroco la consideró muy joven. Estudió piano y obtuvo el título de profesora recibiendo grande elogios. En 1917 se trasladó a Nueva York para estudiar en el conservatorio de esta ciudad, y un año más tarde volvió a su casa, y, experimentó una fase de aridez espiritual y sequedad interior. Más tarde ella nos dirá: “Jesús comenzó a encenderme con sus llamas de amor. En un coloquio de amor abrasó mi corazón con una de ellas... La reparación al Corazón Divino ultrajado, el celo por la salvación de las almas, se convertían en mí en deberes imperiosos”.
Aunque siguió dando conciertos, tenía sed de consagrarse a Dios. En 1921, ingresó con su amiga Bernardita en la Congregación de Jesús María de Syllery, Canadá, y le pidió a Dios dos gracias: la comunicación íntima con Él y perfección, tomó el nombre de María de Santa Cecilia. Fue enviada a dar clases de piano a Saint Michel, pero tuvo que regresar a Syllery al mes, pues contrajo la escarlatina, enfermedad de la que no se recuperaría totalmente. Después de recuperarse, volvió a sus clases, donde tuvo la admiración de sus alumnas. En 1924, regresó a Saint Michel, dejando a las alumnas que tanto quería y comenzó a escribir su autobiografía por orden de sus superioras. Pasó los años entre luces y sombras, debilitada por la enfermedad; y cuando la salud se lo permitía se dedicaba a la enseñanza y en otros momentos le invadía un sufrimiento físico y espiritual, pero sin llegar a perder la paz. En 1927 recibió los estigmas de la pasión pero de forma invisible. En 1928 hizo sus votos perpetuos y en julio de 1929, agradecida con todos los que la atienden, pregunta al Señor: “¿Quién les pagará?”, a lo que Jesús respondió: “Yo pagaré tus deudas”, y ella interpela: “¿Cómo, Dios?”, “Si, las pagaré con mi corazón. Concederé gracias a toda aquella persona que te haya prestado el menor servicio Pero en el cielo, tú misma pagarás tus deudas”. Esto es lo último que escribió. Fue beatificada el 20 de marzo de 1993 por san Juan Pablo II.
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