En el lugar de Astino, en Val Camonica, de la región lombarda, beato Guala, de la Orden de Predicadores, obispo de Brescia, quien luchó prudente y esforzadamente por la paz de la Iglesia y el bien común, sufriendo el destierro en tiempo del emperador Federico II.
Guala Romanoni nació en Bérgamo y su familia era alemana. Hacia el 1219 ingresó en la Orden de Predicadores en Bolonia; era ya presbítero y canónigo. Fue recibido por santo Domingo de Guzmán; éste lo envió a fundar el convento de Brescia, donde fue prior; allí, en 1221, tuvo la visión de la muerte de su fundador, de la que habló el beato Jordán de Sajonia, que vio entrar el alma de santo Domingo en la gloria celeste. Guala fue la luz no sólo de sus cohermanos, sino también de los ciudadanos brescianos de los cuales fue amado y venerado. Su más tierna solicitud fue para los pobres, pero también se volcó por el bien de toda clase de personas.
Tanta virtud no pasó desapercibida y el pontífice Gregorio IX le confió delicadas e importantes misiones. Desempeñó el cargo de Inquisidor de la Fe; destacó en su desempeño con prudencia y celo apostólico. Luego fue legado pontificio para conseguir la paz entre los pueblos de la Alta Italia. En este trabajo de pacificación, que en aquel tiempo tuvo gran importancia el apostolado de la Orden de Predicadores, Guala lo consiguió admirablemente. Especialmente en la reconciliación del emperador Federico II con los lombardos.
En el 1228, el papa Gregorio IX lo nombró obispo de Brescia, que él aceptó sin gran convicción, con una gran responsabilidad política como legado pontificio en un ambiente plagado de herejías y divisiones. Estuvo en la disputa entre el emperador Federico II y el papa Gregorio IX. Durante cinco años tuvo que estar alejado de su ciudad, herida por las facciones. En su largo exilio fue huésped de los vallumbrosanos, en Bérgamo, donde lloró, oró y estudió. Finalmente pudo regresar a Brescia entre el júbilo de su grey, de los cuales fue un padre amorosímo y solícito pastor. Unió una profunda vida de oración con ferviente actividad apostólica; fue muy solícito en socorrer a los pobres y consolar a los afligidos. Puso la primera piedra de la iglesia de San Esteban de Bérgamo.
Por sus simpatías hacia el emperador, en el 1242, tuvo que dejar su diócesis, y se retiró al convento valumbrosano de Santo Sepulcro de Astino donde murió. Sus reliquias se veneran en el monasterio dominicano de la Matris Domini de Bérgamo. Su culto fue confirmado por Pío IX en 1868.
Guala Romanoni nació en Bérgamo y su familia era alemana. Hacia el 1219 ingresó en la Orden de Predicadores en Bolonia; era ya presbítero y canónigo. Fue recibido por santo Domingo de Guzmán; éste lo envió a fundar el convento de Brescia, donde fue prior; allí, en 1221, tuvo la visión de la muerte de su fundador, de la que habló el beato Jordán de Sajonia, que vio entrar el alma de santo Domingo en la gloria celeste. Guala fue la luz no sólo de sus cohermanos, sino también de los ciudadanos brescianos de los cuales fue amado y venerado. Su más tierna solicitud fue para los pobres, pero también se volcó por el bien de toda clase de personas.
Tanta virtud no pasó desapercibida y el pontífice Gregorio IX le confió delicadas e importantes misiones. Desempeñó el cargo de Inquisidor de la Fe; destacó en su desempeño con prudencia y celo apostólico. Luego fue legado pontificio para conseguir la paz entre los pueblos de la Alta Italia. En este trabajo de pacificación, que en aquel tiempo tuvo gran importancia el apostolado de la Orden de Predicadores, Guala lo consiguió admirablemente. Especialmente en la reconciliación del emperador Federico II con los lombardos.
En el 1228, el papa Gregorio IX lo nombró obispo de Brescia, que él aceptó sin gran convicción, con una gran responsabilidad política como legado pontificio en un ambiente plagado de herejías y divisiones. Estuvo en la disputa entre el emperador Federico II y el papa Gregorio IX. Durante cinco años tuvo que estar alejado de su ciudad, herida por las facciones. En su largo exilio fue huésped de los vallumbrosanos, en Bérgamo, donde lloró, oró y estudió. Finalmente pudo regresar a Brescia entre el júbilo de su grey, de los cuales fue un padre amorosímo y solícito pastor. Unió una profunda vida de oración con ferviente actividad apostólica; fue muy solícito en socorrer a los pobres y consolar a los afligidos. Puso la primera piedra de la iglesia de San Esteban de Bérgamo.
Por sus simpatías hacia el emperador, en el 1242, tuvo que dejar su diócesis, y se retiró al convento valumbrosano de Santo Sepulcro de Astino donde murió. Sus reliquias se veneran en el monasterio dominicano de la Matris Domini de Bérgamo. Su culto fue confirmado por Pío IX en 1868.
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