En los confines del Tibet, beato Mauricio Tornay, presbítero y mártir. Era canónigo regular de la Congregación de los santos Nicolás y Bernardo de Monte Giove (Gran San Bernardo). Anunció con empeño el Evangelio en China y en el Tibet, y recibió la muerte a manos de los enemigos del nombre cristiano.
Nació en Rosiere (comuna de Orsieres, cantón de Valais, Suiza). Estudia en la escuela del lugar; al regresar, ayuda a sus padres en el establo y la huerta. Estuvo internado durante seis años en el colegio de la abadía de San Mauricio, donde destacó por ser fervoroso; después de sus estudios secundarios, ingresó al noviciado de los canónigos Regulares de San Bernardo, donde expresó: "Cumplir con mi vocación de abandonar el mundo y dedicarme por completo al servicio de las almas para conducirlas a Dios, y salvarme yo mismo”. Su voluntad de ser misionero era férrea.
Su actividad se interrumpe cuando en 1934 fue sometido a una intervención quirúrgica, momento en el cual sus dolores los ofrece a Dios. Pronunció sus votos solemnes en 1935 y fue enviado a misionar en Weishi, Yun-nan (suroeste de China), en la frontera con el Tíbet, actual territorio de China. Ahí continuó estudiando y aprendió el idioma chino. Vivió entregado a la oración, la Misa y la reflexión. Recibió la ordenación sacerdotal en 1938, ejerció su ministerio y estuvo a cargo del seminario. Un año después estalló la guerra: China fue invadida por Japón y las fronteras tibetanas fueron dominadas por el ejército.
El padre Mauricio necesitó pedir limosnas para alimentar a los seminaristas. Antes de terminar el conflicto bélico (1945), fue nombrado párroco de Yerkalo (al suroeste del Tíbet), donde el lama Gun-Akhio era soberano en todos los aspectos y odiaba a los misioneros; por lo que, en enero de 1946, fue conducido al exilio en Pamé, Yunnan, China, donde se dedicó a hacer oración, visitar a los lugareños y cuidar enfermos. En julio de 1949, disfrazado con hábito tibetano y afeitado, se dirigió a Lhasa, capital del Tíbet, para obtener del Dalai-Lama la libertad religiosa para los cristianos de Yerkalo; aun siendo reconocido continuó. Cuando llegó a Tothong, varios guardias disparan sobre él, por lo que cayó muerto. Su sacrificio no fue inútil, ya que en la actualidad la fe católica predomina en Yerkalo. Así se hizo realidad uno de sus pensamientos de adolescente: "El día de la muerte es el más feliz de nuestra vida. Ante todo, hay que alegrarse, pues significa la llegada a la verdadera patria". Beatificado por san Juan Pablo II en 1992.
Nació en Rosiere (comuna de Orsieres, cantón de Valais, Suiza). Estudia en la escuela del lugar; al regresar, ayuda a sus padres en el establo y la huerta. Estuvo internado durante seis años en el colegio de la abadía de San Mauricio, donde destacó por ser fervoroso; después de sus estudios secundarios, ingresó al noviciado de los canónigos Regulares de San Bernardo, donde expresó: "Cumplir con mi vocación de abandonar el mundo y dedicarme por completo al servicio de las almas para conducirlas a Dios, y salvarme yo mismo”. Su voluntad de ser misionero era férrea.
Su actividad se interrumpe cuando en 1934 fue sometido a una intervención quirúrgica, momento en el cual sus dolores los ofrece a Dios. Pronunció sus votos solemnes en 1935 y fue enviado a misionar en Weishi, Yun-nan (suroeste de China), en la frontera con el Tíbet, actual territorio de China. Ahí continuó estudiando y aprendió el idioma chino. Vivió entregado a la oración, la Misa y la reflexión. Recibió la ordenación sacerdotal en 1938, ejerció su ministerio y estuvo a cargo del seminario. Un año después estalló la guerra: China fue invadida por Japón y las fronteras tibetanas fueron dominadas por el ejército.
El padre Mauricio necesitó pedir limosnas para alimentar a los seminaristas. Antes de terminar el conflicto bélico (1945), fue nombrado párroco de Yerkalo (al suroeste del Tíbet), donde el lama Gun-Akhio era soberano en todos los aspectos y odiaba a los misioneros; por lo que, en enero de 1946, fue conducido al exilio en Pamé, Yunnan, China, donde se dedicó a hacer oración, visitar a los lugareños y cuidar enfermos. En julio de 1949, disfrazado con hábito tibetano y afeitado, se dirigió a Lhasa, capital del Tíbet, para obtener del Dalai-Lama la libertad religiosa para los cristianos de Yerkalo; aun siendo reconocido continuó. Cuando llegó a Tothong, varios guardias disparan sobre él, por lo que cayó muerto. Su sacrificio no fue inútil, ya que en la actualidad la fe católica predomina en Yerkalo. Así se hizo realidad uno de sus pensamientos de adolescente: "El día de la muerte es el más feliz de nuestra vida. Ante todo, hay que alegrarse, pues significa la llegada a la verdadera patria". Beatificado por san Juan Pablo II en 1992.
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