En Padua, en el territorio de Venecia, beata Isabel Vendramini, virgen, que dedicó su vida a los pobres y, tras superar muchas adversidades, fundó el Instituto de Hermanas Isabelas de la Tercera Orden de San Francisco.
Nació en Bassano del Grappa (Italia). Era de índole dócil y muy caritativa. En las religiosas agustinas recibió la educación propia de su tiempo, con una intensa vida espiritual. Joven brillante, le gustaba vestir bien y era centro de interés. Era amante de la soledad y se retiraba a menudo al campo para orar. Después de seis años de noviazgo, en vísperas de su boda, recibió de forma clara y rotunda la llamada a la vida religiosa, y fue para ella el momento de su conversión. Tenía 27 años, vivió en su casa hasta los 30.
Fue maestra en el orfanato local, regido por las Terciarias franciscanas (una rama de la Tercera Orden, con vida comunitaria y que tenían como misión la ayuda a los pobres). En 1821, vistió el hábito de Terciaria franciscana con el nombre de Margarita. El Instituto es un desastre, y se responsabiliza a una superiora despótica, que pronto vio en Isabel una adversaria y le infringió humillaciones insoportables. Fue a Padua a otro Instituto que cuida a los niños abandonados. Pero aquí también dura poco tiempo: hasta noviembre de 1828. No es porque la trataran mal, todo lo contrario, querían que se quedara porque era una válida educadora. Ella lo dejó porque no estaba de acuerdo con la pedagogía que tenía: demasiado aristocrática, a su juicio. En la misma Padua, termina en un lugar deprimente: “la Casa de los maleantes”.
En dos años abre una escuela gratuita, entre los niños abandonados y los ancianos enfermos. Esta situación inspira a Isabel el proyecto de un Instituto nuevo, distinto; religiosas adiestradas para intervenir en más frentes. Funda las Religiosas Terciarias Franciscanas Isabelinas, una familia religiosa dedicada al servicio de los pobres, a la educación de la juventud, y a atender a las señoras ancianas. Desde 1835 las Isabelinas se multiplican, abren escuelas, sirven a los marginados, ancianos, enfermos. Afrontan una epidemia de cólera, crean orfanatos.
Isabel murió antes de la aprobación, apenas había iniciado su obra. No hay un sepulcro que guarde sus restos, porque en 1872, su cuerpo desapareció después de la restructuración del cementerio de Padua. Fue beatificada por Juan Pablo II, en el segundo centenario de su nacimiento, el 4 de noviembre de 1990.
Nació en Bassano del Grappa (Italia). Era de índole dócil y muy caritativa. En las religiosas agustinas recibió la educación propia de su tiempo, con una intensa vida espiritual. Joven brillante, le gustaba vestir bien y era centro de interés. Era amante de la soledad y se retiraba a menudo al campo para orar. Después de seis años de noviazgo, en vísperas de su boda, recibió de forma clara y rotunda la llamada a la vida religiosa, y fue para ella el momento de su conversión. Tenía 27 años, vivió en su casa hasta los 30.
Fue maestra en el orfanato local, regido por las Terciarias franciscanas (una rama de la Tercera Orden, con vida comunitaria y que tenían como misión la ayuda a los pobres). En 1821, vistió el hábito de Terciaria franciscana con el nombre de Margarita. El Instituto es un desastre, y se responsabiliza a una superiora despótica, que pronto vio en Isabel una adversaria y le infringió humillaciones insoportables. Fue a Padua a otro Instituto que cuida a los niños abandonados. Pero aquí también dura poco tiempo: hasta noviembre de 1828. No es porque la trataran mal, todo lo contrario, querían que se quedara porque era una válida educadora. Ella lo dejó porque no estaba de acuerdo con la pedagogía que tenía: demasiado aristocrática, a su juicio. En la misma Padua, termina en un lugar deprimente: “la Casa de los maleantes”.
En dos años abre una escuela gratuita, entre los niños abandonados y los ancianos enfermos. Esta situación inspira a Isabel el proyecto de un Instituto nuevo, distinto; religiosas adiestradas para intervenir en más frentes. Funda las Religiosas Terciarias Franciscanas Isabelinas, una familia religiosa dedicada al servicio de los pobres, a la educación de la juventud, y a atender a las señoras ancianas. Desde 1835 las Isabelinas se multiplican, abren escuelas, sirven a los marginados, ancianos, enfermos. Afrontan una epidemia de cólera, crean orfanatos.
Isabel murió antes de la aprobación, apenas había iniciado su obra. No hay un sepulcro que guarde sus restos, porque en 1872, su cuerpo desapareció después de la restructuración del cementerio de Padua. Fue beatificada por Juan Pablo II, en el segundo centenario de su nacimiento, el 4 de noviembre de 1990.
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