El martirologio romano reconstruye la leyenda, transmitida por escrito por el papa Gregorio I, según cuyo el obispo de Ancona, en el siglo siete, salvó su misma ciudad de un incendio:
Marcellino tuvo la mejilla y fue obligado a hacerse transportar de los criados. Un día que estalló el fuego, los habitantes no lograron ahogarlo y la ciudad ya fue amenazada de destrucción completa.
El santo obispo se hizo transportar frente al fuego, que pronto volvió atrás y se apagó". Tuvo entre las manos, dicen, el santo Evangelio.
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