martes, 29 de agosto de 2017

San Zaqueo

El encuentro de Jesús con Zaqueo ha sido contado por el Evangelio de Lucas con tal maestría que el relato se puede considerar como una auténtica pieza literaria (Lc 19, 1-10).

El texto sitúa la escena en Jericó. El lugar es francamente evocador. Por allí había entrado Josué, para guiar a su pueblo a la tierra prometida por Dios. Y allí había mostrado su compasión hacia una prostituta llamada Rajab, salvándola de la condena que habría de sufrir toda la ciudad (Jos 6, 22-25). El nombre de los dos protagonistas de aquel «paso» por Jericó recuerda que «Yahvé es salvación». Y los dos ofrecen la salvación a personas que son despreciadas y marginadas, por ser consideradas como pecadoras.

El nombre griego de Zaqueo parece corresponder al hebreo Zacai (es decir, «puro»), que correspondía ya a una familia israelita de las que habían vuelto del exilio con Zorobabel (Esd 2, 9; Ne 7, 14). El Evangelio nos lo presenta como un hombre rico. Era lo normal entre los que arrendaban al Imperio Romano la recaudación de los impuestos. Se comprometían a entregar una suma global, así que sus ganancias provenían de los porcentajes que lograban aumentar a la hora de cobrar los tributos. No es extraño que aquellos «publicanos fueran odiados por todos.

Pocas líneas más arriba, el Evangelio ponía en boca de Jesús una afirmación aparentemente escandalosa. Según el Maestro, entrar en la salvación le podía costar a un rico lo que le cuesta a un camello pasar por el ojo de una aguja. Es verdad que para Dios nada hay imposible, añadía el texto. Como para fortalecer aquel hilo de esperanza, San Lucas recuerda el ejemplo de Zaqueo.

Sin ánimo de forzar el texto, el relato del encuentro de Jesús con Zaqueo puede comprenderse en la alegoría de todos los creyentes. En él encuentran los pasos que sigue quien descubre la salvación y la realización última de su existencia.

1. En primer lugar, es preciso aprender a interrogarse. Preguntarse por la salvación. Quien vive en la frivolidad no se formula preguntas que vayan más allá de sus intereses inmediatos. Zaqueo vive con una cierta holgura en la ciudad, pero no es indiferente a lo que en ella ocurre. De una forma o de otra, se entera de que Jesús ha llegado a Jericó.

2. El relato nos dice, además, que no basta con prestar atención a la noticia que anuncia la presencia del profeta. Es preciso salir al camino, que es, en el Evangelio, el lugar de los encuentros salvadores. No se hará encontradizo con la oferta de la salvación quien permanece anclado en la comodidad: Zaqueo sale al camino.

3. Pero aun habiendo salido al camino, se impone una humildad elemental. Todos los que han recibido la llamada o la visita de Dios han debido reconocer su indignidad. En este caso, la dificultad humana para el encuentro con la salvación se refleja precisamente en la pequeñez del personaje. Zaqueo es bajo de estatura y la multitud de la gente le impide ver a Jesús.

4. Esta especie de parábola en acción sugiere, sin embargo, que es necesario aprender a superar las dificultades. La fe es un don gratuito, pero parece exigir un mínimo de aventura y de creatividad. Es necesario saber utilizar los medios disponibles. Zaqueo se adelanta al cortejo y sube a un sicómoro plantado al borde del camino. Además de la ironía de la situación, el relato puede evocar la historia entera de Israel, tantas veces reflejada en árboles frondosos.

5. Como ocurre en otros pasajes evangélicos, también aquí se adivina la capacidad para prestar atención a la voz profética que llama. Siempre hay que escuchar la voz de aquel que invita al anfitrión, al tiempo que se invita como huésped. Entre la algarabía de los que pasan por el camino, Zaqueo presta atención a una sola voz: la de Jesús que quiere hospedarse en su casa.

6. Aquel que es reconocido como pecador público posee, con todo, dos de las grandes virtudes de su pueblo: dar hospedaje al peregrino y acoger con alegría al huésped. Eso mismo había hecho Abrahán en el encinar de Mambré. Y, creyendo acoger a tres peregrinos, había ofrecido hospitalidad al mismo Dios. La casa de Zaqueo es ahora el lugar de acogida para el Dios que llega en la persona de Jesús.

7. Una observación elemental, así como el recuerdo de la historia de Israel, advierte que es preciso contar con la segura crítica de los censores inútiles y ociosos. No beben de la fuente e impiden el paso hasta ella. En el caso de Zaqueo, la dificultad viene precisamente de sus mismos compañeros de trabajo —los recaudadores de impuestos— y, sobre todo, de los biempensantes del lugar. La crítica, sin embargo, no se dirige tanto a Zaqueo como a Jesús: es su sabiduría y prudencia las que caen bajo sospecha.

8. De todas formas, el relato continúa detallando los pasos por los que ha de transcurrir la salvación. El hombre tenido por «pecadora mantiene un diálogo sincero con el Salvador. A fin de cuentas, es el huésped quien de verdad importa. A él se dirige Zaqueo con la franqueza de quien parece haber estado esperándolo desde siempre sin saberlo.

9. En el itinerario de la conversión hacia Dios es inevitable el encuentro con los demás. Tarde o temprano hay que compartir los bienes. Así pues, Zaqueo manifiesta públicamente que ha decidido entregar la mitad de sus bienes a los pobres. Mucho antes de que el mundo descubriera la solidaridad, el reparto de los bienes era ya la señal del verdadero encuentro con el Señor.

10. Y, por fin, es preciso vivir en la justicia, de una forma que trascienda las exigencias mínimas dictadas por la ley. Zaqueo sospecha haber defraudado a alguien en el ejercicio de su profesión. Podría contentarse con devolver la misma cantidad, a tenor de lo que exigía la interpretación habitual de la ley del talión (Ex 21, 24). Pero al entregar cuatro veces más ofrecía, en realidad, la prueba más evidente de la conversión (cf. Ex 21, 37).

He ahí diez pasos que rubrican la grandeza de un encuentro. El único encuentro que es capaz de cambiar una vida. No es extraño que el relato evangélico concluya con unas palabras de Jesús que revelan su propia misión: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19, 9-10).

Frente a la ortodoxia de su tiempo, que se gloriaba de una ascendencia que se remontaba al padre del pueblo hebreo, Jesús no duda en otorgar el título de «hijo de Abrahán» al que era considerado como un pecador público. Al aceptar el banquete que le ofrece Zaqueo, Jesús derriba los muros que separan los privilegios de los prejuicios.

Pero el Hijo del hombre no sólo trae la salvación a los excluidos, a los alejados y a los odiados por todos. Él es, en persona y definitivamente, la salvación y el salvador.

Zaqueo se convierte, en consecuencia, en un paradigma del discípulo que escucha a Jesús, lo acoge con alegría y lo sigue con generosidad.

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